Artículos y reportajes
La plenitud amorosa

Comparte este contenido con tus amigos

No exageramos al declarar que es Francisco Arévalo (San Félix, 1959) el primero en desarrollar un discurso poético donde la ciudad (Ciudad Guayana) aparece como el trasfondo de un escenario donde discurre la hiperrealidad de un submundo cruzado por la presencia de marcas discursivas que señalan burdeles, putas, esquinas y luces en semi oscuridad que bordean la piel de una ciudad a veces distante, a veces hostil, pero siempre lacerante hasta penetrar el alma y dejar al descubierto esa herida y llanto de estar vivo.

Ese dolor de vivir el día a día en una ciudad que alucina de tanta luz y enceguece por las noches de tanto humo, ruido y mujeres complacientes que merodean por los bares hasta el alba. Y dentro de ello, la sonámbula mirada de Arévalo se mueve en cámara lenta, viviendo los detalles, la fragmentación de un mundo que apenas se percibe mientras se ingieren pastillas para tranquilizar la mirada obliterada de mujeres en escarlata, piedra de ámbar y zafiros, de labios carnosos embadurnados en el rojo del lápiz labial que marca la esforzada sonrisa que se vuelve mueca en el insomnio que ya no se soporta.

En sus libros Brote, 1989; Siempre áspero, 1993; Nadie me reina en estos parajes de hormigón, 1993; Sur, 1995; Alcoholes de la otra iglesia, 1996; Agrio de colmena, 2001; Hincar el tridente (colectivo), 2002, así como en su obra narrativa, muchos de ellos premiados, Arévalo acentúa una muy personalísima manera de observar la ciudad mientras sus huéspedes se desplazan en un mundo que bordea los ángulos de una intimidad que seduce, embriaga y al mismo tiempo aprisiona, lacera y corroe la piel hasta dejar sólo el esqueleto informe de seres que deambulan en las sombras de la noche impúdica a solas e insomnes.

También aparece en el discurso poético de Arévalo la presencia por la añoranza de otros espacios, donde sólo la voz poética puede hacer el ejercicio alquímico para construir realidades.

Y es precisamente en su hasta ahora última publicación, Adiós en Madrid, 2009,donde Arévalo revela por vez primera un discurso poético vinculado a la amada que finalmente aparece en sus coordenadas más íntimas. También en sus claves discursivas están los lugares transitados por el poeta: el Orinoco, Madrid, Puerto Ordaz, Granada, Sevilla, Barcelona. Son sitios que están vivos en la piel y que son visualizados y encarnados en la amada con una sobrecogedora cotidianidad que evidencia el esplendor de eso llamado “día a día”. Deslumbra el espacio cotidiano de Arévalo mientras los rasgos femeninos son deseados y buscados en los resquicios que yacen como claves en el discurso poético “que se viene siendo”. Discurso que se resume en su texto “18”:

Aquí me paro
En los costados de esta noche alegre
A tan sólo metros
Los duendes huidizos que no regresaron al averno
El escudo de murallas para no volver
La pizarra donde fijamos tropiezos
De la manera que se viene siendo

En este último verso habita el ser de este libro. Se resume toda esta obra mientras los siete versos resplandecen para señalar otras esquinas por donde aparecen otras metáforas quizá más acabadas, tal vez de exactitudes mañaneras o en los largos orgasmos donde los amantes dejan sus silencios en las sábanas de espacios que abandonan para volver a entrelazarse en sus cuerpos: sus verdaderos espacios.

Los amantes no habitan en las ciudades y sitios que nombran los poemas. Ellos dejan su huella, su tránsito por esos lugares. Su verdadera existencia yace en la plenitud de sus propios espacios húmedos, lascivos, frenéticamente orgásmicos, lejanos de tanta cercanía y penetración, irreverentes y candorosos, púdicos y eróticos. Arévalo muestra por primera vez el lado amoroso vinculado a la mujer que en sus primeros libros pudo sentir pero que en modo alguno logró asir y vivenciar, como tal vez en algún viejo poema escribió:

Te contaré de mis aventuras
Piratas en Sevilla
De cómo enfermé de lujuria
En los puertos de Vigo
De cómo Estambul
Se convirtió en obsesión

Metáforas que iban construyendo realidades futuras. Ahora en Adiós... se asiste a un viaje doble: el físico que tiene dos tiempos. Uno en su cuadratura intimista y dos mientras observan los paisajes ibéricos. Pero también, como ya ha sido indicado, está el viaje interior, el desplazamiento por el cuerpo de la amada. Escribiendo sobre su espalda y entre sus muslos, por entre la despeinada cabellera encuentra el acertijo de los textos poéticos que van penetrando en la íntima ternura de los versos que se abren, como la amada que va imperceptiblemente abriendo sus intimidades al amado.

Mientras el deambular por el espacio fragmentado de imágenes de cuadros y pedazos de lugares y espacios, hacen que Arévalo indague en sus derrotas el último regalo que ofrece: “Sólo la humedad que te he dejado”. Pero al mismo tiempo le advierte: “no te conviertas en una mujer gorda de ausencias, Hay seres que ostentan alegrías inútiles”.

No es nada complaciente esta poesía. No hay rosados versos en carmesí ni metáforas construidas desde los planos socialmente aceptados. Son textos con imágenes que dejan un sobresalto en la piel y la memoria. Extremos. Duros. Construidos con restos “de la manera que se viene siendo”. Ese leitmotiv que es la mujer/hombre en nuestro tiempo y momentos.

Aunque parezca de un cursi sostenido
Siempre andarás conmigo
La impotencia de no tomar el atajo
Entonces será cuando veas en el orgullo una cara de perro

Después de todo, sigue siendo la misma pareja, eternamente amantes, como en el Cantar de los cantares: buscándose mientras construyen su espacio, su lenguaje y su silencio.