Sala de ensayo
Las páginas raras de Cortázar y Urmuz

Julio Cortázar y Urmuz

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“...me quedé completamente solo en ese inmenso teatro y, de golpe, tuve la sensación de que había en el aire personajes indefinibles, una especie de globos que yo veía de color verde, muy cómicos, muy divertidos y muy amigos, que andaban por ahí circulando. Inmediatamente supe que su nombre era ‘cronopios’. (...). Empecé a escribir sin saber cómo eran. Luego tomaron un aspecto relativamente humano, con esas conductas especiales de los cronopios, que son un poco la conducta del poeta, del asocial, del hombre que vive un poco al margen de las cosas”. Son las palabras de Julio Cortázar con el propósito de definir, ya en 1952, un tipo muy aparte-especial de personaje que va a caracterizar su obra; posteriormente, esta misma definición será incluida en su libro La vuelta al día en ochenta mundos.

A veces, los críticos literarios (hispanos) —como, por ejemplo, Jaime Alazraky— han intentado demostrar que todas las Historias de cronopios y de famas (1962) son instantáneas de humor surrealista que socavan el racionalismo mecanizado; unas situaciones-límite que ilustran el principio “patafísico” de Alfred Jarry: “Lo verdaderamente importante no son las leyes, sino las excepciones”. Quizás este tipo de juicios se deba a que las Historias ha sido considerado uno de los libros más significativos en cuanto a un visible cambio de dirección en la evolución literaria del autor argentino y, también, en la de la literatura latinoamericana en su conjunto.

Según una opinión muy extendida entre los escritores, el trabajo para crear un relato es mucho más difícil que el trabajo para construir una novela, ya que el menor espacio disponible obliga al escritor a tener que captar la atención del lector con menos recursos. Cortázar es, sin duda alguna, uno de los mejores creadores de relatos, a veces comparado con Edgar Allan Poe o Jorge Luis Borges, por su prodigiosa imaginación y perfecto dominio de la técnica narrativa. Sin embargo, se presenta en estas Historias la dificultad de clasificar el libro en algún género o corriente literaria, y por este motivo los textos que lo componen han sido llamados y analizados como “short stories”, o cuentos cortos; pero la palabra que el escritor mismo utiliza para referirse a ellos es “historietas (más o menos)”. Caso y situación similares, y podríamos decir de una identidad perfecta, con las circunstancias del escritor rumano Urmuz (Dem. Demetrescu-Buzău) y del único libro suyo que ha sido publicado después de su muerte, Ópera (1930). Comparado a veces por la crítica rumana con Kafka, Lautréamont, Jarry o Charles Cros, Urmuz nunca conoció la gloria literaria de éstos y nunca la soñó. Casi desconocido fuera de Rumania, él es, sin embargo, exactamente aquel escritor que (como enfatiza con orgullo Eugène Ionesco, su primer traductor al francés) representa “el origen de toda la vanguardia rumana” y también el punto de partida para Tristan Tzara, que tomó de él no solamente materia decisiva para su poesía, sino también para la doctrina estética del dadaísmo y del famoso “Cabaret Voltaire” de Zúrich. Pero Urmuz, verdadero “antecesor del dadaísmo”, publicó sus relatos solamente en unas revistas literarias durante el año 1922, bajo el título general (reclamado por el autor mismo) de Páginas raras...

En el contexto de la vanguardia —sea ella literaria o no— el elemento esencial que ha alcanzado la edad contemporánea siguiendo la descendencia de Rimbaud, es la tendencia de reemplazar, como objetivo del arte, la realidad exterior por lo posible. Eso ocurre porque el antiguo principio de mimesis empieza a ser reconstruido o reevaluado, y la misma noción de “realidad” conoce una evolución importante, para referirse, con frecuencia, simplemente a una posibilidad de ser en el mundo... Vamos a ver cómo funciona dicho mecanismo en las páginas realmente raras de Urmuz: “Un apartamento bien aireado, compuesto de tres habitaciones principales, con terraza, camón y timbre. Delante, el salón suntuoso, cuya pared del fondo está ocupada por una biblioteca de roble macizo, siempre envuelta en sábanas húmedas. Una mesa sin patas, en el centro, basada en cálculos y probabilidades, sostiene un cuenco que contiene la esencia eterna de ‘la cosa en sí’, un diente de ajo, una estatuilla que representa un pope (transilvano) sosteniendo en la mano una sintaxis y... 20 céntimos de propina. El resto no tiene ninguna importancia...” (El embudo y Estamate, novela en cuatro partes).

Es verdad que las páginas del escritor rumano pueden ser leídas según el modelo ya consagrado impuesto por Henri Bergson, “du mecanique plaqué sur le vivant”, pero estaría más cerca del espíritu y de la materia de su narrativa que el lector intentase seguir otro camino, es decir el del “humorismo”. Luigi Pirandello evidencia que el humorismo (“un sentimiento muy marcado de lo otro-lo contrario”, como lo define el autor de Enrico IV) aparece exactamente en el momento en que el ser humano moderno adopta una perspectiva diferente sobre el personaje literario y su mundo. Una vez los hombres consideraban que los ángeles y los demonios luchaban por conquistar su alma, pero en la época moderna, el ser humano descubre (es obligado a descubrir...) que su alma ya no es; o está ausente por decirlo así... Esto se debe a que el mecanismo bergsoniano de la risa se transforma en una realidad muy delicada, una especie de humorismo que actúa a veces al margen de lo trágico, aspecto que puede ser recalcado en toda la narrativa de Urmuz. Pero es evidente que esta situación puede ser encontrada también en la obra del escritor argentino: “Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente” (“Instrucciones para dar cuerda al reloj”). Las “historietas” de Cortázar incluyen un completo “manual de instrucciones”, donde se explica en detalle cómo actuar correctamente para ejecutar tareas como llorar, subir una escalera, dar cuerda al reloj, matar hormigas en Roma... Pero ninguna de ellas se apoya en el humor fácil, común y gratuito, que sólo tiene como objetivo la risa. Las instrucciones para dar cuerda al reloj, por ejemplo, demuestran esta afirmación; aquí el autor tratando de exprimir en profundidad los aspectos trágicos del humor. El concepto tutelar es, evidentemente, el del tiempo y, por supuesto, todo lo que éste implica; incluso la muerte... Urmuz, por su parte, hace lo mismo en un espacio cultural muy distante, pero no sustancialmente diferente: “Algún día, Grummer, sin avisar a Algazy, tomó la carretilla y se fue a la busca de trapos y tabas, pero al regresar se encontró por casualidad con unos restos de poemas, fingió estar enfermo y se los comió a cencerros tapados, debajo de la colcha. Algazy, al advertirlo, entró con la intención sincera de reprenderlo, pero observó horrorizado que en el estómago de Grummer se hallaba, consumido y digerido, todo lo mejor que había quedado de la literatura...” (“Algazy y Grummer”). Aparece aquí la muerte, vista no solamente como una cosa humana sino como un fenómeno de una extensión mucho mayor, que extiende su dominio a toda la literatura... Así que podemos afirmar sin temor a equivocarnos que los dos autores se liberan completamente de la realidad asimilable al sentido común y deciden reemplazarla por un mundo nuevo, un universo de su propia invención. Aunque la crítica ha tratado de demostrar que los Cronopios de Cortázar son seres extraordinariamente cómicos, la verdad es que ellos esconden debajo de sus maravillosas máscaras muchos aspectos miserables; el autor mismo lo dice: “Esa seriedad que tú ves en el libro es algo que en alguna medida el lector la descubre y la pone...”. Urmuz, por su parte, nunca dijo eso, pero es evidente que él podría firmar las afirmaciones de Cortázar: la novedad de sus páginas raras para su época, reside en que el escritor rumano nunca intenta impresionar de una manera violenta a sus contemporáneos —los dadaístas van a hacer eso...—, sino suplantar de un modo compensatorio el mundo real con un universo completamente diferente, anti-mimético. Desde esta perspectiva podemos afirmar que el surrealismo rumano (no olvidemos que la crítica ha mirado las Historias de Cortázar como ejemplos de un “surrealismo tardío” en el contexto de la literatura del continente latinoamericano...) es, con Urmuz, anterior al surrealismo francés, y completamente independiente de éste. En cualquier caso, lo que queda claro en la obra de los dos autores, Cortázar y Urmuz, es la búsqueda de una libertad creadora total que prescinda de todos los tópicos, los lugares comunes, la formalidad forzosa y la vacía pomposidad de una cultura retórica; también una búsqueda de “aire fresco”, es decir un lenguaje espontáneo, que cuente las historias, las historietas, los relatos (o lo que sean...) de un modo natural y vivo para siempre.

 

Bibliografía

  • Cortázar, Julio. Cuentos completos / 1, México, Alfaguara, 1996.
  • Urmuz, el antecesor del dadaísmo” (apéndice), en: Tristan Tzara, Los primeros poemas (Poemas rumanos). Versión castellana, estudio introductorio por Darie Novăceanu, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2002.