Letras
Correspondencia nicaragüense

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Escribo a la luz de la llama. Somos pobres y en mi casa no sobran los córdobas como para colocar la luz eléctrica en todo el pueblo. El pueblo, a cambio, se prohíbe dejarme sola. Son mis primeras palabras.

Casi nunca permanezco sola. Escuché tus canciones en el radio. Me gustaron. Pero no se lo dije a nadie más que a mis cartas y a mis gallinas, antes de echárselas a mis gallos. Mis cartas llenas de córdobas y mis gallinas. Guardo mis senos para tu aparición.

Nuestro pueblo es pequeño y poco importante. Yo conservo en él muchos animales. Todavía no tenemos chavalos. Quizá es por eso que aún no nos dan la luz eléctrica. La carretera se llevó las palabras y las canciones con que hacíamos los chavalos. A veces sospecho que nosotras somos vírgenes estériles como el maíz del que nos desenterraron. Guardo mis brazos y mis piernas para tu boca.

Yo no sé qué decirte al respecto. A mí me gustan las plantas de mi campo. La carretera se llevó los chavalos. Eso fue. Pusimos nuestros córdobas y la alcaldesa nos trajo la carretera. Seré un poco más simple para hablarte. Hoy que te escribo así por primera vez. Éstas son mis primeras palabras.

Antes, si el pueblo me dejaba sola en mi casa, yo te escribía poemas. Poemas de chavala. Aunque ya estoy vieja. Luego escuché tus canciones. Las que hiciste para mí. Cuando escuché mi nombre, Berenice, dejé de escribirte poemas. Dejé de ser chavala. Yo, que ya estoy vieja. Aquellas palabras se acabaron, se agotaron como córdobas. Entonces apareció tu correspondencia.

Quisiera halagarte diciéndote que la recibí con sorpresa. Y que mis palabras te adornaran y mi sorpresa te coronase, allí donde estés. Pero no fue así. Yo te esperaba. Te esperaba en mis campos, convertido en danto. Apareciste carta. Son estas palabras, y no mi sorpresa, tu adorno, tu coronación, tu pelambre. Así son nuestras cartas.

La carretera se llevó nuestros córdobas, porque qué habían sido nuestros hijos sino dinero malgastado, y nos trajo las cartas. Yo te escribo sentada en el porche. Mi casa es amplia, como la soledad del pueblo. La quietud del viento y del polvo me hizo posible. Yo dije “La primera noche en que la calma me permita escuchar cómo duermen los gallos le escribiré”. Ésta es esa primera noche mía.

Todo el tiempo anterior puedo resumirlo con un solo momento en mis poemas, entre palabras de chavala que tus canciones arruinaron. Cantas muy lindo para estar tan viejo. Tus canciones son tu milicia en el campo, fronterizo de mi pueblo. Si sos el danto que espero, yo te puedo cazar. Mis poemas sobran en este mundo. Ésta es mi primera carta.

Tengo miedo de nombrarte y que la carretera se lleve los córdobas de mi radio, y con ello tus canciones donde nombrás mi nombre, Berenice. Tengo miedo de nombrarte y que te conviertas en chavalo.

Te escribiré más.

Pero te soy sincera: te escribiré más cartas sólo si me escribes respondiéndome. Si no me respondes, aunque me cantes canciones, yo solamente te escribiré poemas. Palabras de chavala que no sabrás cómo leer.

La noche está muy bonita en mi pueblo. Como estás en la ciudad, sé que no diferencias entre la noche y la muerte, entre la luna sobre una laguna y la pasta de dientes sobre tus dientes (en algún lugar vi tus dientes en una fotografía, y la fotografía era tan bonita como la dentina). No distingues entre cazar y luz eléctrica. Entre rojo y negro. Los días cambian sólo con la pulsión de un interruptor. El café te enllavó las puertas del infinito. Aunque te escondas entre tus guitarras, Managua te encontrará.

Oh, no te ofendas: no te cuestiono ni te reclamo tu existencia. Me dices que me escribes de noche para cantarme de madrugada. Eso es bueno y bonito. Y si mintieses, también sería bueno y bonito. Pero si me mentís, Managua te morderá seis veces, una por cada laguna. Yo sólo comparo tu existencia para calibrarme hasta que llegue el momento en que me recibas.

Yo te escribo en mi porche porque puedo escuchar a mis gallos dormir. Así es la calma del pueblo. Así de pausadas son mis respiraciones al escribirte.

La llama en la vela no sabe oscilar. Los córdobas en la cera tardan en evaporarse. Te escribiré tanto. Voy a escribirte tan sólo por nada. Y eso te revelará que, entre tantas canciones solitarias, entre tantos pueblos colorados como gorgojos, aún soy humana. Aún soy capaz de cazarte.

Podés cantar, como los dantos al reproducirse. Cantá todo lo que quieras. Pero para sobrevivir tenés que escribirme. Y anunciarte. Guardo mis ojos para ese momento.

La humedad de los lagos de Nicaragua ha salido a buscarme entre los árboles de las laderas colindantes. Mis secretos han salido a defenderme, enmontañándose. Mientras la guerra se desarrolla, yo te saludo, hasta nueva carta, quizá te beso, sin desabrocharme.