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Poemas

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Una mano reciente me renuncia y me absuelve

Un mar no es un sudario para una muerte lúcida.
Vicente Aleixandre

Leo tu lengua, despacio, y descubro
en cada espora entradas infinitas al infierno,
la luna sacrificada, estéril y neutra,
alarmas en el labio venenoso,
tardes de amianto en la pupila de los peces,
sabiamente dormidos, ascetas.

Las acequias de carne incendiada
ya no hablan de auroras de cera,
ni del rojo oculto en los otoños,
la piel está quieta tropezando en el silencio,
y redonda se cae de las alas, muere poco a poco
en los asalariados corazones
que deben su alimento a la inopia de los párpados.

El llanto cae azul sobre una mano, entera
y ordenada reparte la mentira del beso
entre los dedos más azules todavía,
de un frío inexplicable.
El meñique sobre una ciudad que rumorea
el color de los gatos,
el pulgar sobre la última habitación capaz de contradecir
la memoria de mis sábanas, los verdes proxenetas,
los ecos adúlteros de nata y cicutas.

Una mano reciente que sospecha de mi inmovilidad
me renuncia y me absuelve.

 

Dicen que hoy la luna aprendió a llorar arpegios

No me cabe más sol en los bolsillos,
tengo el mirador del alma tan lleno de fotones
que el trasatlántico de los fracasos
se pasará el resto de su vida temblando
ante la idea de solicitar permiso de amarre
en el muelle de mi pecho.

Ha sido necesario que mi sombra
muriera en la cruz
tan sola como vino al mundo, sin llantos,
sin el eco de la sangre y sin plegarias,
para entender por fin el martirio
de un corazón que aún se cree con derecho
de pedirle a mi sombra el próximo baile.

No hay paisajes para tuertos
en el tren de cercanías del desencanto.

Los ojos ya no quieren hacer de proxenetas
con el silencio de las horas
y yo no puedo reinventar mi columna vertebral
para que sea el sostén del grito de la rosa.

Dicen que hoy la luna
aprendió a llorar arpegios.

 

Acabamos con la necesidad
de saber la temperatura rectal de la palabra

La tortura es una decisión.

Nos pasamos el tiempo
maquillando el escote de las frases
para que luzcan como amas de cría sobre el pecho.

Las cebamos tanto que acaban siendo estranguladas
por una obscena obesidad mórbida
que anestesia cualquier intento de ordeñarlas.

Ni practicándoles una rápida intervención
antes de que las alimañas que les comen el cerebro
pudieran llegar al postre,
conseguiríamos que sus vidas
valieran la pena sin sangre.

De tanto inducir la cadencia al adulterio
la voz con el cuerpo desafinado
se convierte en la heroína de todas las gonorreas
y acabamos con la necesidad de saber
la temperatura rectal de la palabra.

Y, claro está,
introducir un objeto por el recto de las vocales
es, se mire por donde se mire, un acto violento.

 

El mundo atravesaba en domingo
las barracas y las fábricas

Sin querer te sospeché,
como sospecharon a Silvia Plath,
el mundo atravesaba en domingo las barracas y las fábricas
y esa reproducción barata del horizonte
donde todos los ojos se cierran jugando a la amistad
con un palomar vacío.

Para que mi carne te sienta no necesito dioses
ni lluvias a través de la lluvia cuando se ahogan las amapolas
y sus dientes colonizan la caída,
la tragedia de tu sexo es suficiente para el cemento
de esta ciudad que me verá morir, con ramilletes
de flores heterogéneas apostadas en las encías,
los mismos cobardes que ya no muerden ni mastican
recuerdos de otro tiempo perdido para todos.

 

Siempre fui un agente doble en la ciudad de Dios

Quisiera quedarme con el alma exhausta,
como el aliento de los cuentos de hadas
tras una maratón por las costillas de la tierra prometida
que parece haber cambiado su vestido de novia
por los tules negros de un cielo en paro.

Quizá podría apuntar a las estrellas
con mis Winchester de papel maché
para ganarme el derecho a esos labios
que invitan a sentarse de manera extraoficial
al borde mismo del infierno.

Desde hoy, en la oficina de objetos perdidos,
una luna en salto de cama idea nuevas articulaciones
para unos Puentes de Madison algo oxidados
donde la caricia duerme su última borrachera.

Siempre fui un agente doble en la ciudad de Dios.

Entre la vida y la muerte no hay correccionales,
los fonemas que se creyeron ángeles vuelven
ineludiblemente, con los dientes de metal.