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Juego contigo a las cremas

Me miras con esos ojos tiernos, te tomo en mis brazos y juego contigo a las cremas y los yogures, como te gusta. Me unto leche condensada en las mejillas y en los brazos, donde disfrutas. Dejo hacer a tu lengua todo el recorrido mientras me limpias el dulce. Cuando terminas te muerdo una oreja. Te lanzas a boca y mi barbilla, pero no te dejo... Te magnetizan los obstáculos. Me seduce verte desesperado tratando de alcanzarme los labios. No sé por qué te gusta mordisquearlos. Me gusta la manera como me recibes cuando llego de la calle, me lames por todos lados... y yo te abrazo intenso.

Te unto también, intentas lamerte a ti mismo. Lleno la bañera de agua tibia, le pongo esencias de rosa. Después de perseguirte un rato por todo el cuarto, y tirarnos en el piso muertos de risa, te meto de cabeza en el agua, te echo champú de almendras, te restriego suavecito, me miras temblando. Te enjuago con agua clara, y... lo siento, ya sé que no te gusta, pero es necesario. Tengo que echarte la loción antipulgas. Es que con esa pelambre eres un nido seguro para cualquiera bichos.

Espero que te sacudas, te seco con tu paño y te acomodo en tu camita, hoy caerás rendido, cual largo.

 

La cabeza en el regazo

A Gaby Molina de Santini

Coloco la cabeza en el regazo que fabriqué en estos días de bombas lacrimógenas. A veces se me mojan los pies por el mar abierto. Una que otra noche se hace manos enormes escarbando entre las hebras de la mente, me ayuda a encontrar nudos y desatarlos.

Las más de las veces simplemente me quedo plácida hasta otro día más ameno, con el sol dando órdenes para las urgencias inadvertidas. Cuando el corazón se me pone chiquito, de apretado, froto el pulgar y el índice y de una vez aparece el regazo del tamaño de un jardín para jugar a las muñecas. Me acuesto en la grama, calibro el sol —ni tan animoso ni tan disipado—, dibujo un arco iris con unas gotas discretas de lluvia coqueteándole al sol, y le digo —al regazo— que me abrace. Entonces se levanta el pasto como una colcha felpuda y verde, olorosa a forraje recién trozado, se hace un túnel y me envuelve. Dentro, una luna pequeña alumbra suave y me acuna.

Casi siempre el regazo me cuenta historias verídicas pero maravillosas. Por la mañana se abre poco a poco para que no me asuste. Deja que la brisa del amanecer me limpie los restos de brizna y hojarasca. El sol se hace un poco autoritario y me obliga a meterme en la ducha fría. Me despabila con una taza de café bien caliente.

Lo malo, es que al médico del pueblo, no le gusta que camine descalza por el césped. En lugar de decirme con cariño que me ponga unos zapatos, me conmina a cortar mi relación con el regazo.

Yo sé, muy dentro de mí, que si me quedo sin él me voy a ir secando todos los días un poco, y la gente me va a confundir con un palo de espino seco, inservible, irrecuperable.

 

No se pueden dilatar más las arterias

No se pueden dilatar más las arterias. El explosivo nos ensancha el duelo que retardamos inconscientes, en la ingenuidad de los posibles vasos comunicantes entre los ruidos y los sonidos nobles.

Ya no te sigas exponiendo a las torturas del sol para dorarte los blancos. Es lo único que tenemos seguro en nuestras cuentas bancarias. Ya no la mesa de ofertas y demandas, te lo ruego.

Abrázate a mí y llora si quieres. No vayas más a las playas atestadas de muchedumbres guturales. Quedemos aquí en el solar de siempre, jugando a formar palabras anómalas, crucigramas de imágenes, círculos absurdos, paradójicos. Ya verás cómo nos reiremos, a nuestras anchas, haciendo travesuras imaginarias: que se mimeticen las gotas de sal húmeda.

Ven, métete de nuevo en la garganta y cierra las persianas. ¿Te acuerdas? Siempre nos gustaron las penumbras de la lengua. Regresa a mí, sabes que casi nunca me equivoco. No me escuchas a tiempo. Después regresas así como ahora, con los vestidos manchados de mugre vegetada; greñas por cabellos, la boca embarrada de pensamientos amargos. Y esos arañazos a sangre expuesta, y los zopilotes rodándote.

Nos queda poco tiempo, lo sabes. Es hora de quitar las sábanas a los espejos, la única incertidumbre que nos queda. Ven. Si dejas que te abrace, cesarán los astros contingentes y el hilo de las cuerdas que tanto atraen tu cuello de ninfa niña. No te resistas a lo que es siendo: anciana fatigada, sin escaleras ni caminos.