Letras
Dos relatos

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Fledermause quimichpapalotl

Soy una rata vieja. Mi cola es escamosa y sin pelos, úlceras y arcaicas cicatrices borbotean en mi piel. Acurrucada en un rincón de la alcantarilla contemplo el transcurrir de las aguas negras, cadáveres, cartas de amor desechadas, latas de cocacola, comida podrida... Por esos trofeos, en mi juventud asaz olvidada, solía lanzarme y luchar contra la corriente, pero ahora tan sólo fluyo dentro de mí en espera del gran momento: mi muerte, o más bien, mi vespertilio, palabra latina que Alberto el Grande entendió como unión de vesper, atardecer, y alas. Vespertilio: murciélago. Espíritus que alzamos el vuelo en el atardecer de nuestras vidas.No fue un camino fácil. Las iniciaciones sobraron. Tuve que soportar el insulto, las humillaciones, pasé hambre o comí inmundicias, me patearon y mi faz resultó odiada. Confinada a los lugares más oscuros y nauseabundos olvidé la luz y los astros. Ahora todo va a terminar, obtendré mi boleto al paraíso de los humillados, en lugar de la extinción, mi ser afrontará el misterio náhuatl del quimichpapalotl, la rata con alas de mariposa. Siento cómo la sangre se detiene, el corazón está inmóvil, comienzo mi vida como fledermause. Algo se expande desde mi lomo llagado. Son las alas. Chillo. Levanto el vuelo. Hematófaga. Murciélago. Vampiro. Veo el hueco redondo, salgo a la calle. Planeo en silencio. Aprendí que el alma está contenida en la sangre. Busco los callejones más oscuros. Una mujer enamorada espera en esa esquina a su amante. Su cuello terso, la vena delicada, aristocrática. Viejos castillos, antiguos guerreros, doncellas que amaron a Tristán. Muerdo. Succiono. Ella agoniza. Merezco enriquecerme con su alma porque durante toda mi vida de rata me empobrecí con carroña. Intento decírselo, pero no puedo, también me cortaron la lengua, y, muda en la noche, tan sólo absorbo mi destino de fledermause quimichpapalotl.

 

La noche del reportero

Punto final del ser. Me aventuro en la nada. Zombies iluminan la noche. Camino por la Zona Rosa. Miran mi chaleco de periodista, con grabadoras, cámara, sin plumas, nunca las uso, ni cuando estaba en la primaria. Avanzo por una calle de nombre belga u holandés, la maldita costumbre de no recordar los nombres, con el título de un diario famoso y contundente en mi espalda, y, ocultos, en mi chaleco, dos radios, por uno me comunico con los demás reporteros y por el otro espío la señal de los cuerpos policíacos: yo soy un delito que camina. Soy amigo de los comandantes y también de los delincuentes. ¿Alguna diferencia? De mujeres refinadas, de travestis y de prostitutas. ¿Alguna diferencia? Ya no distingo... Oigo, recuerdo. “Ve al Ángel de la Independencia, allí encontrarás a los demás reporteros”. Los demás reporteros, el de El Mundo, el de En la Red, el de Mexpress, el de Radio Teorema... Me miran, cierta envidia, yo soy de un diario muy exitoso. Tuvo un precio. Me supe vender. Me sé vender. Antes sabía de ética; ahora, del precio verde de los dólares y del rojo tizón de la nada. “Te vas a prostituir”, me dijo el novelista mexicano Oscar de la Borbolla, en la Escuela de Escritores de la Sogem, y tuvo razón. Yo siempre me prostituyo. Vendo el idioma. Lo traiciono a cada instante. ¿Y cómo no?, si llegué a este país con 10 putos dólares que me regaló una monja, y aún así camino, entre los reporteros, entre mis semejantes, tan prostituidos o más que yo, adictos casi todos. A la cocaína, la buena, a nosotros la policía nos la regala, también nos regala, a veces, balas, o armas, a veces coches... pero yo no acepto cocaína, no la necesito, aunque soy adicto, pero a otra cosa, al rivotril, ahora, en el punto final del ser 5, 6 o 7 rivotriles, no me tumban, yo necesito por lo menos 8, y no parezco tarado, nada tarado doy la mano, esta noche tendremos trabajo y también perversión, que en nuestro oficio es lo mismo. Con grabadoras y marihuana en nuestros chalecos, con enormes lentes, con micrófonos, con teléfonos de políticos, de comandantes, de cocottes, de primeras damas, de jueces, todo para armar historias, para encontrar la carroña, de eso vivimos, como los buitres necesitamos la carne podrida: olor rojo convirtiéndose en verde que te saca las lágrimas. “Oye, ¿a quién jodieron hoy?”. “De la chingada, mano, todo tranquilo esta noche”. “No jodas, cabrón, y yo que tengo que llevar por lo menos tres reportajes”. “¿Y tú qué piensas, coño, que yo no tengo que llevar también 3 o 4 reportajes?”. Oh, pero la noche está tranquila, aquí, en pleno centro de la Ciudad de México, de la Ciudad de los Palacios, de la ciudad de las iglesias con altares revestidos de oro, aquí, en México Tenochtitlan, donde tanta sangre ha corrido, aquí donde sacerdotes pintados de negro arrancaban a mano limpia el corazón de los sacrificados para ofrendarlo, aún latiendo, a Huitzilopoxtli, aquí, esta noche, sin la sangre que necesitamos para vivir; esta noche, en Avenida Reforma, debajo del Ángel de la Independencia, cuya sombra se proyecta gigantesca contra un enorme rascacielos de fachada de cristal. Ángel multiplicado ve transitar las sombras, los payasos callejeros que detienen el tráfico para brincotear con sus narices rojas y ganarse una moneda, los tragafuegos con 20 mil antorchas, el pobretón, el paupérrimo que se disfraza de emperador azteca, penacho verdinegro, rojo, azul, de falsos quetzales, ¿cuándo llegará Quetzalcóatl, el dragón mexicano, para que le den un taco? Todos piden limosna, y nosotros necesitamos una limosna de sangre. “Serpiente, entra a la señal de la PGR, a ver si hay algo?”. “Ah, hijo de la chingada, ¿cuánto me vas a pagar? Crees que eso es fácil?”. Ruégale a la Coatlicue una limosna de sangre, a la de la falda de serpientes. “¿Serpiente, no que te las dabas de bueno con los radios?”. “Soy bueno, pero no mago, la PGR cambia de frecuencia a cada momento”. A la Despedazada, entonces ruégale por una desmembrada. “Bueno, OK, vamos a oír a la Judicial y tú, ponte en la señal de la sectorial del oriente... Y así nos repartimos el espionaje”. Ocelotl, la señal de la sectorial del Oriente, Serpiente que oiga a los cuicos del sur, Mena, Mena, que curioso, Mena... Menachin, curious and curioser, el descendiente de judíos sefarditas metido también en esto, bueno, Mena, que escuche el norte, Oppiano Licario, el centro, y el gordo ese, el Rouge, de Monterrey, rubio y ruge como un germánico, salvaje, ese, salvaje, que oiga la señal de la Policía Judicial. Y, OK, por donde brinque la sangre brincamos nosotros, desde aquí desde el Ángel de la Independencia, que nos observa, las de oro desplegadas contra el cielo negro y envenenado por el smog. Huitzilopoxtli duerme. Moon, luna, Monday, este lunes vela el velorio que emite la judicial: para que el muerto no escapara lo volvieron a matar de un balazo en la cabeza; los parientes, allá, en Xochimilco, enojados apuñalaron al asesino del cadáver. Coatlicue, ruega por nosotros, danos la limosna de sangre; Huitzilopoxtli, no te lleves todavía el corazón de los espectros, déjanos llegar y hacer el reportaje, vuela la Serpiente por el Periférico, maneja, Serpiente, rápido, vuela, ya deja el periférico, métete por Cuemanco, cruza los canales, las flores amarillas de las chinampas ciegas a esta hora cuando Xochipilli llora en los pantanos, la sangre te guíe, Serpiente, maneja, cruza otro canal, es allí, donde el lodo está rojo de sangre, Rouge de Monterrey saca la cámara, todos, flashazos contra el cadáver baleado y contra el apuñalado asesino del cadáver, se aglomera la gente, nos quieren matar, la tierra está roja, Mena, Menachim, reza una letanía olvidada en los muros de Jerusalén, llega la Judicial, la Sectorial, retrata a la viuda, esas lágrimas valen oro, la foto de la tragedia, a los huérfanos llorando, “muerto muere dos veces”, sería buena cabeza, head line óptima, vámonos, que nos matan; allá, dice Oppiano, Licario, Ícaro sin sol, en la Cuauhtémoc, dos prostitutas ahorcadas por sus proxenetas; y luego, luego, el travesti de enormes tetas blancas y culo negro, borracho, con la pintura labial desbordada en la cara, borracho, que bajó la bandera del Zócalo, se envolvió en ella, para decir que discriminan a los gays, travestido con el Águila. ¡Cómo te atreves! ¡El último emperador se llamó Águila que Cae! ¡Joto sin moral! ¡Manchaste al Águila con tu culo! ¡Pinche maricón, el Águila está en la silla del presidente! La silla del águila, by Carlos Fuentes. ¡Maricón irrespetuoso!, la policía lo arresta, y lo restan del mundo, y sumamos suficientes reportajes, gracias, Coatlicue, gracias, Huitzilopoxtli, ya te dimos corazones sol negro en las tinieblas; pero la sangre tiene que seguir fluyendo, el baile de las pieles, de las doncellas despellejadas, debe continuar, así que nos vamos al putero, al table dance, al Diamond, de Churchs Letuce, el hombre que tiene 80 antros en la Ciudad de México, todo va por la casa, dice José Magdaleno, su primo, la bebida, la música, no cover, las mujeres, ahora trajimos húngaras, también tenemos rusas, argentinas, y mexicanas, of course, my dear, pero, silent please, ningún reportajito, no le jodan el negocio a mi primo, Churchs Letuce les da toda la carne que quieran, pero si lo joden, si hablan de la droga, de las extranjeras, Churchs Letuce los chinga a ustedes; mejor no, mejor nos chingamos a las mujeres de Churchs Letuce. Pero son las cuatro de la mañana, hay que seguir espiando todavía a la policía, “oíste, amenaza de bomba en una alcaldía”, “hombre, cuando estalle vamos, si no para qué”, ahora, ahora, queremos carne de mujer, corazones vivos, no muertos, latiendo mientras bailan, maneja, vuela Serpiente Emplumada, y entramos al Diamond, donde emite su luz el sol de las tinieblas, vuelve el astro tenebroso fosforescentes nuestras caras, la música a todo volumen late como un corazón del olvido del ser, nadie recuerda quién es, las sombras te dispersan, sombras violetas, oscuridades rojas, destellos azules, tinieblas verdes, todas girando en el universo del Diamond, por Lovecraft imaginados sus planetas, somos satélites ardientes sentados a la mesa, nos sirven whisky en las rocas, vodka, tequila... Todo va por la casa. Churchs Letuce no quiere reportajes inoportunos, ninguna foto del blanco talco del espíritu, nada sobre las extranjeras ilegales que ahora entran a las tres pistas, coquetean, van quitándose la ropa paso por paso, la carne, la carne traída desde Europa del Este, desde Argentina, desde Colombia, desde Guadalajara, ¡qué mujeres las de Guadalajara! Oh, Churchs Letuce, Procurador Planetario de la Santa Carne y los Brebajes del Sudor. Tienes 80 sucursales del Paraíso ¿o del Infierno? en la Ciudad de México. Todos quieren a aquella rusa de pezones rosas, luego a la checa de culo formidable, a la regiomontana de tetas enormes, sigue la señal de la policía, enterraron vivo a un panadero, a la colombiana nacida de las aguas del Amazonas, importada del pueblo de Macondo, nieta del Coronel Aureliano Buendía, los narcos disolvieron en ácido nítrico a una francesa, los periodistas, los periodistas ahora quieren a aquella venezolana que el griego de “Los Pasos Perdidos” encontró domando yacarés en la selva y de la cual hablaba Alejo Carpentier con su voz afrancesada en los bares de La Habana, tan lejana, tan cercana la mujer que acabaron de ahogar en un canal de Chalco, la mujer delgada que ahora empezó a bailar muy cerca de mí, la chica, oh, dios mío, se quita la tanga, y descubro que baila, baila un murciélago en ella, lo tiene tatuado desde el pubis hasta las ingles, un murciélago que abre las alas en sus caderas y cuya boca, colmilluda, termina dibujada en los labios mayores de su vulva. Noche de iniciación. Llegó mi momento, tendré que enfrentar al Dios Murciélago, a Tzinacán, para convertirme en Caballero Ocelotl, como hacían los antiguos mexicas en el Templo de Malinalco, en la oscura cámara, solos ante Camazot, en el Tzicalli, la Casa del Murciélago, donde hasta tu sombra desaparece, y la luz es como el recuerdo de una llama que se acaba de apagar, nada después de esto, la judicial, hablan de un secuestro, o suponen un secuestro; el Tzinacalli, que me devore el Dios Murciélago, esta chica, que es mexicana, que es la portadora del dios, que es de aquí, José Lezama, en La Habana, dijo “yo soy de aquí”, pero yo no soy de aquí, yo soy Oppiano Licario, que de pronto va a recibir la iniciación, esta no irá por la casa, no me la pagará Churchs Letuce, yo pagaré para que el murciélago me devore, pago a la chica, bajamos a los sótanos hotelarios del Diamond, al Ztzinacalli, círculo infernal que Dante hubiera querido conocer, y la pitonisa me quita la ropa, mi chaleco de reportero, mi grabadora, mi cámara, el pantalón, murciélago que bate las alas me acaricia, invoca a la serpiente, la devora, la traga lentamente, siento sus mordidas, y el chillido aterrador de la Tzinacan cuando me baña con sus babas, después el aleteo se hace más débil, más débil, ella cae, exhausta, al suelo, ahí se queda, no sé si dormida o muerta, ya crucé al dios, el dios ya me devoró, he renacido, subo las escaleras, son las 5 de la madrugada, iré a redactar mis reportajes, tengo sólo una hora antes de que el sol salga, la luz me daña demasiado, me mata, la vi en los días de mi infancia, allá lejos y hace tiempo, en una isla perdida en el mar, la arena, tiempo infalible, creció y creció hasta crear la noche total, pero la crucé y soy Caballero Jaguar, ya puedo redactar las crónicas del infierno, el precio es haber olvidado todo, odiar y temer al sol, y, poder decir, punto final.