Letras
Ultramar

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Quiere perderse así

Quiere perderse así, por los bancales.
Por la curvada tierra, la verde ávida tierra,
bajo el sol perfilada.
Perderse en esa sed de azul secreto
mientras el viento afina
sus pinceles de lluvia
y el agua acerca su imantado espejo.
por reflejarse en él, para mirarlo.

Por la profundidad de los asombros,
entregarse al refugio de los atardeceres,
en la lenta caricia que el otoño le ofrece
en el maduro fruto,
albura que despierta
en la pasión del árbol
y atraviesa la sombra,
en la savia que brota
al calor de la rama.
Fundirse en ese aliento.
En esa llamarada,
en el sosiego
de la mínima brizna,
al rastro de la noche,
por el latido eterno
que el paisaje proclama.
Por lo imperecedero que
al corazón agita,
en la voz y en las manos,
en la luz y el abrazo
de unos ojos sin tiempo.

No sabría expresarle cuánto tiempo
durará esta belleza.
esta forma de luz, este misterio...
Pero mientras refulja su palabra en el aire,
su temblor sobre el alma,
ignoraré los años y,
desde la distancia,
sentiré solamente.

 


 

Pisar sobre la huella
de otros lodos.
Hacia el azul huir
con la fascinación de la premura,
rasgando superficies
con el puñal de cuarzo
del asombro,
hacia lo hondo y claro,
hacia la hondura
agitando las dudas
de las desposesiones;
y escuchar cómo brota
el agua sin sonido,
cuando gira la luz: ese deseo
esa pasión, la vida,
el arrebato,
la vitalista luz,
         la incertidumbre;
buscar la clave,
fugitiva clave
que los sueños persiguen,
esa sombra, ese rastro,
el acerado azul, el pulso,
el ritmo, la reflexión,
lo cuerdo, la locura,
la esquemática red de los perfiles,
la táctil forma de mirar sintiendo.

 


 

Para captar la sombra:
De luz frente a la sombra
resplandece la mano...
Lapislázuli río
que vibra sobre el lecho
del afán interior.

Todo ante la mirada.
El todo inabarcable
inscrito en el vacío;
ortodoxia del rito,
y los dedos que abren,
para cerrarla luego,
la grieta sobre tiempo.
Paréntesis. Silencio,
la soledad colmada
que se llena de formas,
de pigmentos,
sobre la desnudez.
Gira el gesto en señales;
arde la voluntad.
Captar lo cotidiano
—ese misterio—
desde otra dimensión.
Y encender el deseo
provocando,
la eterna rebeldía,
o la íntima zozobra...

O la imagen que emerge
Desde la incertidumbre.

 


 

Mensajes

Hasta el ojo del faro
que proyecta silencios,
lejos, acerca el agua
su ondulada grafía...
Mas es otro oleaje,
verdiblanco, acerado,
el que observa en su espacio
la inquietud del farero.

A ráfagas proyecta
la luz sobre el olvido:
Aguardando...
¿Qué aguardan
sobre los anaqueles
las botellas vacías?

Silba el viento en la vega
su bolero de espumas...

(Por si llega al destino,
introduce un mensaje
su pasión sin retorno)

 


 

Frente al helado estanque
Hay un pájaro solo.

Un dibujado ovillo
contemplando las aguas,
apartado del tiempo
de otras aves
que en torno al personaje
—pétreo y alto—
cobijadas se agrupan,
y en la base se apoyan,
escoltando o cercando
la escultura... Hiela.

Sobre un azul
desdibujado y frío,
un pájaro sacude
su pluma sin destino.

Un pájaro que sueña.

Sólo un pájaro solo.

 


 

Fluir

Azul,
sobre las manos,
febril apasionado
gesto.

Delgada rama,
clara, profunda orilla
de la noche sin tiempo
enlazando silencios
al clamor de los trazos.

Fluir.
Sentir de nuevo
la turbulencia azul:

El horizonte.

Y perderse en el sueño
—inapresable—
del íntimo vacío...

 


 

Desnudos

                    Como un amanecer que los despierta,
el cielo con matices en esta atardecida.
Es diciembre, hace frío,
tenue inunda la vida este silencio.
Este azul diluido entre viento y palabra.

Aunque los dos carecen de envoltura,
se acercan entre sí por darse abrigo
dándose ese calor que proporciona
el roce de las ramas enlazadas
sin podas ni destinos.
Dos piras sin arder frente al ocaso
que guardan el rescoldo
del latir de la tierra.
Hay un rumor oculto en el temblor
 del bosque.
Una hoguera que guarda el crepitar
 de un sueño.
El rescoldo, la brasa de algún fuego
 dormido...
A la intemperie esperan el brotar de las
 hojas
en una renacida primavera
que aún palpita, que aún vive
en el hondo interior
de las emboscaduras.
Los herirá la lluvia.
Los azotará el viento de las incomprensiones.
Cercenará su savia cualquier filo acerado;
pero siempre habrá alas que cobijen
 su asombro
—Vive libre la rama, libre el pájaro vuela—
sosteniendo el prodigio de las revelaciones.

Hay un mismo latir cuando el sol los invade,
en un gozo de luz y de memoria
—esa melancolía sin olvido.
Cómplices son del corazón del fruto...
Solos, frente al paisaje que ambos aman,
dos árboles desnudos,
dos líneas paralelas
que nunca han de encontrarse,
fundan un territorio
con semillas de anhelo.

 


 

Como un juego de azar

Igual que si agitara un cubilete
anuncia así que inicia la partida.

Como un juego de azar, compone el gesto
enfrentado ante sí; o ante lo blanco
del blanco en el vacío.

                    Del sueño que persigue,
conoce la crudeza, la intemperie,
la brevedad del tiempo, la carcoma
que socava el vivir, tal vez soñar
o así, como dijeron otros antes que él.
Su finísimo instinto presiente el aleteo,
e inicia ese tanteo como un reto, ras, ras
ras, ras, ras... Sólo escucha la música
del interior, la agilidad del pulso,
colores que le brinda
la luz en calma que atraviesa el muro
la propia soledad, y la advertencia del
oficio y la lucha.
Cubre el campo de acción la vastedad
del sitio. En los espacios queda
la mirada que observa más allá del olvido.
Se inclina la promesa sobre lo inacabado
en la duda de ser. Trazos se afilan,
tubos se desangran, el cielo en el cristal del infinito,
se diluye el sentir, se magnifica.
Sobre la escena previa
no hay paletas que ordenen, ni cálamos
que adviertan el porqué de este viento.
No hay sosiego ni tregua:
Sólo la incertidumbre.
Se afanan necrológicas sobre el saldo final,
y la luz sigue sin aclarar nada,
mas la naturaleza se transforma
misteriosa y sutil, como conquista en sí
como barrera, como cambiante sed; y teme.
Y sabe, espera, que en el mermado sueño
la ceniza avente el fuego vivo; no desea
la pirotecnia azul, la fácil magia
de lo ya aprehendido. La búsqueda,
el extremo, lo no hollado,
la acción sobre el pensar es lo que ama,
y sentir, y sentir... Y siente. Y siente, y vibra
la soledad con él, tan real, tan vital,
sólo silencio, ajena a todo, anónima, esperando beber del estertor, la última gota
donde impera la duda, el desconsuelo,
acíbar, miel, trago final, principio, consecuencia que se expande febril
en la esperanza, ágil,
libre por fin... Obra acabada.

Termina el acto. Se ha manchado los dedos.
Un color ultramar, último tramo,
queda en el fondo de la noche queda.

La partida acabó... Sólo una pausa;
sabe muy bien, aguarda, que no concluya
nunca el vértigo sin fin
de este deseo.

 


 

Amanece

Amanece despacio.
Como todos los días amanece,
pero hoy es especial pues se abre paso
la luz como una herida,
inmaterial y táctil, como un beso, una ausencia,
o la sola palabra que se dicta al secreto.

Por la ventana observa esta calle vacía.
Cómo desaparecen, cansadas de brillar toda
la noche,
las escasas estrellas.
Vuelve el trazo solar, este latido,
duración del sentir, visible sueño...

Piensa en las rosas de un jardín lejano;
en las sierras azules o el reflejo de alfanje
del olivar.
El viento, trastocándolo todo
como la misma lluvia
               que acaricia las ramas;
lo mismo que la mano, en la distancia,
se desliza en un rostro,
ese rastro que evoca lo esbozado.

Piensa en su despertar, al paso de ese tren que
siempre pasa, la luz que enciende la despierta
aurora,
el café que ha bebido en el silencio
mientras escribe, siente, reflexiona;
mientras mira mecerse en los olivos
la lámina ondulada del río ingobernable.

Pronto en el blanco fondo del vacío,
se escuchará su voz;
y así sabrá por él que así lo llenará su voz
sin tiempo.

Y sentirá que todo permanece:
que esa luz, que ese texto que reescribe,
se sembrará en el aire y en su alma,
sobre la hondura, sobre el sentimiento
donde el paisaje y el amor se bastan.

 


 

Abrazo

Esta pasión de madurez de ahora,
después de tanta y larga travesía,
vuelve en vértigo azul a la osadía
de su abrasada luz perturbadora.

Un abrazo de espuma azuzadora,
un color de ultramar en la alegría,
y este sfumatto de melancolía
que atraviesa el silencio de la aurora.

Me anegas en tus aguas, desnortado
caudal sin mar, mi cauce equivocado
que tirita febril sobre este anhelo...

¿Qué orilla, qué sendero, qué ribera,
qué línea claro azul de luz entera
vuelve para evocarme el primer cielo?

 


 

Percibes el momento del fulgor
y te dejas llevar por la marea
azulenca de aquel cielo entre encinas
llovidas por la luz.

Sin gestualizaciones,
rozando el interior,
llegaba la promesa del encuentro
hasta el vértice mismo del deseo.

En el relente de la noche tiembla
lo mismo que el paisaje,
la memoria.

 


 

Borrando márgenes

El goterón azul de la anilina
borró el margen trazado
disciplinadamente.
Sobre el mar de las sílabas
navegó la mirada sin memoria
transgrediendo
“los fuertes y fronteras”.
Silogismos. Epítetos,
anáforas y tropos
huyeron en tropel
se replegaron,
envolviéndose dúctiles,
ligeros
sobre el tinte azulado
de los sueños...

Como homérico mar,
cielo de Giotto
o temblor de Fra Angélico,
la diagonal barroca
con suavidad de ala,
transverberó el espacio
dorando las astillas
del pupitre gastado.

 


 

Toda el agua del mar
cabe en un trazo.
Toda esa luz azul en la grafía
que engarza tierra y mar, cartografía,
de la azul desnudez en el abrazo.

Quemas la mano, luz.
La línea avanza
en pálpito de azul, en orilleo,
por los mares de trigos y maizales,
por la espina del sueño sin rosales
la sangre sin azules y el deseo.