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Falleció el escritor peruano Enrique Congrains Martin
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El escritor peruano Enrique Congrains Martin falleció en Cochabamba (Bolivia), donde vivía desde hace tiempo, la tarde del pasado lunes 6 de julio, a la edad de 77 años, víctima de un paro cardíaco, según informó su hijo Alfredo Congrains. El artista había nacido en Lima en 1932 y es considerado una de las figuras más importantes de la literatura peruana de mediados del siglo XX, pues introdujo el neorrealismo urbano en la narrativa del país latinoamericano.

Su libro de cuentos Lima, hora cero (1954) y su novela No una, sino muchas muertes (1957) le ganaron un sitial de honor en la vida intelectual de su país. La novela sería llevada al cine en 1983 bajo el título Maruja en el infierno, por Francisco J. Lombardi —quien en 2000 dirigiría Pantaleón y las visitadoras, basado en la novela homónima de Mario Vargas Llosa—, en la que fuera una de sus primeras y más conocidas producciones.

La situación política de su país lo lleva, en 1963, al exilio voluntario (“...yo no era de los me quedaba boca a boca, sino de los que pasaba a la acción”), y pasó a vivir en países como México, Cuba, Venezuela, Colombia, Argentina o Chile, antes de recalar definitivamente en Bolivia.

Insistía en no guardarse para sí solo la “fundación” de la literatura urbana peruana —que se le atribuye con Lima, hora cero. “No creo que yo tenga que llevarme todo el mérito, está repartido con Julio Ramón Ribeyro”, dijo a El Hablador. Allí mismo dice, de su cuento “El niño de junto al cielo”, que no era el mejor —ese lugar se lo daba a “Domingo en la jaula de estera”—, y que la razón de que apareciera en varias antologías de narrativa peruana era la pereza de los compiladores.

Tras esos dos libros y otro de cuentos, Kikuyo (1955), Congrains se mantendría oculto de la escena literaria por 45 años hasta la publicación, en 2007, de El narrador de historias y, más tarde, 999 palabras para el planeta Tierra. Un período en el que no dejaría “de escribir, ni de editar ni de leer. He escrito unos cincuenta libros de temática general: culinaria, salud, medicina popular, muchos libros pedagógicos, literarios... He vivido básicamente como editor, ese ha sido mi ganapán. También he sido profesor”.

Había crecido en el Paseo Colón, que en los años 30 era una zona burguesa de la capital peruana, pero su familia fue duramente golpeada por la crisis económica. “Yo nací en el seno de una familia arruinada”, dijo en una entrevista. No terminó el bachillerato, lo que siempre consideró una fortuna pues de esa manera se evitó lo que consideraba el encasillamiento al que lo habría constreñido una profesión universitaria.

“Conoció la realidad a pie, y trajo al mundo sus primeros libros con esa visión”, escribió Pedro Escribano al conocer de su muerte. “Como lector, había conocido la obra de John Steinbeck, entre ellas Las viñas de la ira, y también había leído a Erskine Caldwell, sobre todo El camino del tabaco. Asimismo, el cine italiano había marcado su escritura. Él decía que estos autores y en el cine italiano veía ‘esa mirada neorrealista, hasta naturalista’, para revelar la miseria moral de la gente”.

Vargas Llosa hace un retrato de Congrains en El pez en el agua, donde lo recuerda como un vendedor que iba de casa en casa ofreciendo productos que en muchos casos eran inventados por él mismo. “Irrumpió como un ventarrón en el ambiente literario limeño de los años cincuenta”, cuenta el autor de La casa verde. “Era joven, rubicundo y simpático, de ideas fijas y tan dinámico que parecía poner en práctica sus proyectos aun antes de concebirlos”.

“De pronto Congrains dejó de publicar y pensé que la narrativa había perdido a un escritor de muchas posibilidades”, cuenta el también escritor Miguel Gutiérrez, quien recuerda cómo lo recibió la crítica después de su largo hiato de cuarenta años. “La crítica, con la ceguera y mezquindad que le caracteriza (con raras excepciones), lo trató con desdén y suficiencia. Quería que Congrains siguiera escribiendo la misma historia de siempre. Estas novelas las leí con asombro y deleite, acaso con mayor sabiduría narrativa abordaron nuevos temas y situaciones para nuestras letras, con el mismo espíritu innovador del joven Congrains”.

A esa misma coyuntura del regreso se refiere el escritor y editor Giancarlo Stagnaro. “Decíamos que había regresado un ave fénix y no nos equivocábamos: en un medio literario ingrato con sus autores, que vive más de efímeros picos de popularidad mediática que de propuestas a largo plazo, el hecho de que resonara el nombre de Congrains, tras cerca de medio siglo de silencio literario, le parecía una distorsión temporal a algunos”.

Justamente fue en ese momento cuando, con Johnny Zevallos, Stagnaro entrevistó con motivo de su regreso a Congrains, para la revista El Hablador. Allí el escritor habla de sus lecturas, su actitud ante el reconocimiento, su relación con el mundo de la cultura. “Nunca he sido bohemio, por razones de salud. Soy asmático, el trago me hace mucho daño. Siempre llevaba una vida muy metódica y sana gracias al asma”.

Fuentes: AndinaCinencuentroEl HabladorLa RepúblicaPanamericanaRPP