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Eduardo Lizalde recibe Medalla de Bellas Artes
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Considerado uno de los grandes poetas mexicanos y definido por Vicente Quirarte como el poeta mayor vivo, Eduardo Lizalde recibió este domingo 19 de julio, de manos de Consuelo Sáizar, presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México (Conaculta), la Medalla de Oro de Bellas Artes, en el 80º aniversario de su nacimiento.

El poeta, ensayista, promotor cultural, barítono-bajo y melómano, fue reconocido por Ernesto de la Peña como un poeta exigente para los demás y para sí mismo, y como uno de los grandes poetas que más han penetrado en las entrañas de la realidad.

Al entregarle la Medalla de Oro de Bellas Artes, la presidenta del Conaculta aseguró que Lizalde ha hecho de las palabras su tribu, del idioma su casa y de la poesía su patria. Reconoció al poeta que ha ensanchado los horizontes del español.

El escritor, nacido el 14 de julio de 1929, agradeció a los amigos presentes y a los maestros que se han ido. “Somos hijos de muchos grandes poetas vivos, como Alí Chumacero. También de grandes poetas muertos, están Octavio Paz, José Revueltas y, por supuesto, Rubén Bonifaz Nuño. Me han llamado gran poeta mayor, pero en México país de poetas, ser llamado poeta es ya un honor”, dijo el homenajeado.

La poesía de Lizalde ha quedado indisolublemente ligada a la imagen solitaria del tigre desde la publicación en 1970 de El tigre en la casa y hasta Otros tigres (donde rinde tributo a algunos “tigrómanos ejemplares” como Borges, Quiroga, Rilke y Blake), el poeta ha recorrido todas las formas en que el felino selvático se acerca a la vida del hombre: el acecho condenatorio, la presencia tensa y sigilosa, la criminalidad oculta bajo la apariencia cándida y tierna, la metáfora primera de la soledad, del amor doloroso y el desamor salvaje. “La humanidad es soltera y huérfana, por lo que el ser humano tiene algo de tigre”, ha señalado en alguna ocasión.

“Yo creo que no hay muchos poetas como él y no sólo en México, sino en lengua castellana”, señala el escritor argentino Juan Gelman, quien destaca la fuerza y la belleza de la obra de Lizalde, “ese sentido de poder que le da a la poesía la música de sus versos”.

José de la Colina describe a Lizalde como “un poeta que hace la crítica de la poesía, de la política, de muchos aspectos culturales desde sus poemas mismos, es decir, hace una poesía que podríamos llamar crítica e irónica respecto a los temas que trata: la belleza, el amor, los temas convencionales, pero de una manera no convencional, con esa mirada y esa sonrisa ladeada que convierte el poema no en antipoesía, porque, además, tiene un gran sentido de la música, del ritmo, lo convierte en una visión un tanto desencantada”.

Lizalde se acercó desde niño a la literatura. Su padre, ingeniero, dibujante y apasionado de la poesía, le enseñó a leer y a construir sonetos desde muy pequeño. A los seis años, leyó la primera novela de su vida, La perla roja, de Emilio Salgari. Después encontró la figura del tigre en las obras de Kipling y las historietas de Tarzán. Cuando apenas tenía 12 años, estaba ya inmerso en las lecturas de Balzac, Zolá, William Blake y Rainer Maria Rilke.

“Empezar a escribir joven es casi una maldición de cualquier escritor que se precie de ser profesional”, afirma Lizalde. Por eso, comenzó a publicar pequeños poemas a los 18 años, en 1948, en el periódico El Universal.

“El trabajo de Lizalde es como para considerarlo como uno de los mejores poetas mexicanos. Ha escrito de forma constante y elocuente. Creo que en todas partes donde contribuyó a la cultura fue muy destacado, pero sobre todo con su obra poética. Toda su obra es digna de leerse y editarse como obras completas. Ha sido de los que cultivan el decasílabo y las formas clásicas de la poesía, además el verso libre”, señala Dolores Castro.

Lizalde ha dicho de sí mismo: “Pertenezco a la especie de los poetas que practican con irregular continuidad la escritura como la redacción de un diario anímico, por supuesto, nutrido de las experiencias y emociones personales, y algunas veces fielmente autobiográfico, pero por lo general, como el diario de una o varias personas imaginarias”.

Asegura que “encontrar la propia voz es la angustia permanente del poeta; llevar a la plana en blanco algo que merezca la pena ser publicado sin agregar simplemente tinta al bosque formidable de páginas impresas detrás de nosotros es el drama constante del poeta”.

Como afirma Carmen Boullosa, Lizalde “es una voz única en la literatura mexicana. Lo distinguen la frontal honestidad de sus poemas, su cualidad sonora, su ligera profundidad y el tono que conserva siempre, tan lejano a la solemnidad y tan cercano al misterio. Siempre actual, siempre en ‘el siglo’, no deja de ser la íntima serenidad del valiente que mira a los ojos del tigre sin temblar”.

Fuentes: El InformadorEl Universal