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Ya me encantaría postrarme de rodillas frente a un altar con o sin imagen y saber que al hacer eso uno de mis deseos podría cumplirse.

Ya me gustaría peregrinar en una ruta ignota para alcanzar el destino donde me espera mi penitencia.

Ya necesito inventar, recitar, aprender un mantra que al repetirlo me dé tranquilidad.

Ya preciso que alguien escriba un libro que al leerlo me dé paz.

Ya desearía escuchar el sabor de la ternura, ver la intensidad de una caricia, oler el sonido del adviento, probar el retrato de la felicidad, palpar el perfume de una aurora boreal.

Ya quisiera conocer la humedad que dicen tienen las lágrimas y que éstas sean capaces de limpiar esa parte de mi alma que ahora se percude.

Ya tengo ansias de llevar a bolear mi sombra oscura sólo para que algo mío sea capaz de brillar.

Ya quisiera desear, anhelar, necesitar, ansiar, querer y que estas palabras signifiquen algo, aunque fuera por una sola vez.

Ya es perentorio escribir una plegaria en la cual creer.

Pero yo soy mi único Dios y me he perdido la fe.

 

Y duermes

Despiertas, te bañas, te arreglas, te vas. Trabajas, cocinas, estudias, corres, nadas. Saludas, asientes, disientes, decides, dudas, asumes. Los engranes de tu vida nunca tienen un momento de paz. Cualquier pausa los templa pues saben de antemano que sólo sirve para tomar impulso y aumentar las revoluciones del ritmo de tu alma. Regresas a tu refugio, subes la escalera y entras en la recámara. Buscas reposo pero ni al dormir descansas. Tú no lo sabes, pero eres el vértice inicial de un prisma de fantasías de quien te desea a la distancia.

Y llegas y te conviertes en la tilde de todos mis acentos. Soy la desesperación al quitarte la ropa y el día de encima. La ternura para cubrirte con un pijama. Soy ungüento para tus pies cansados. Soy etérea vagabunda y sacio con tu imagen el hambre de mis pupilas. Soy un peine de cinco dientes alaciando tu cabello negro. Soy la escultora que por las noches vuelve a moldear tu ser completo. Soy voyeurista perenne, perdida en las formas que te contienen.

Me ofrezco y te enciendes. Te pido prestados besos que no pienso devolverte. Me enciendo y te ofreces. Cuatro manos y dos cuerpos juegan a recorrerse. Dibujamos figuras irrepetibles en las sábanas. El sol escarlata que habita en mi entrepierna tiene el deseo vehemente de anochecer en tu garganta. Exiges tu residencia hundiéndote en mi centro. La quietud será el último de los movimientos. Y duermes. Y duermes conmigo, compartiendo la humedad, habiendo en el mundo tantos otros sitios en donde podrías estar.

 

Terapia

Tomé el hacha
desbrocé la palmera
y el coraje
se lo tragó la tierra.

 

Encabezado

Muerta
por
sobredosis
de
a
n
t
i
d
e
p
r
e
s
i
v
o
s