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Poemas

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A puño

Torrentes de hiel descienden
Arrastrando tu tierna fuerza y temes
Ahogarte en tu propio destino.
Un desatino. Una compulsión, y otra.
En el frío suelo destruido, de rodillas,
Juntas trozos de conciencia.
No es lo justo. ¡No!
No te ocultas. Resistes, respiras, sobrevives.
Odio y fuego. Mofa y gente.
Voces filosas e intransigentes
Que gritan la misma frase, a ti,
Que no entiendes sus colmillos,
Que te callas y te haces chico.
Te preguntas cuánto dura ese castigo,
Y al compás de tu sonrisa caen sus torres,
Caen sus gestas, sus monumentos revientan.
Cierra el puño y ve tus venas:
Jamás caerás arrepentido.
Yo sé que estás herido,
Con maderos y martillos.
Roja su arrogancia, sus rostros amarillos.
Taladran inútilmente tu esperanza.
Acorazada tu fe, en ti descansa.

Cierro el puño y veo mis venas:
Jamás caeré arrepentido.

 

La larga espera

Relojes de arena cuyos granos resonaban
En el lento andar de mi certeza.

En la histórica escuela
Hay rajaduras en las estatuas de sal,
Rumian las filosofías como vacas quietas.
A lo lejos, escucho el eco de la fiesta.
Pienso y pienso en la larga espera.

Por la ventanilla del autobús
Pasan las nubes alegres y ligeras,
Pasan sequías y rayos truenan.
Voy y vengo, vengo y voy,
Mientras la vida se muestra entera.

En mi colina campestre
Una hoja cae, una pluma se eleva,
La veo danzar sentado en la piedra,
Sentado a la sombra leyendo en cadena.
Quietud y espantos, versos sin canto.

Frente al televisor
Llegan de la atmósfera rebeldes destellos
Irreverentes señales conmueven las antenas.
Contemplo las risas y me prometo:
¡No más eclipses de sombra ni lunas sin viento!

 

Despegue

Por la redondeada ventana de pasajero
Aprovecho captar los paisajes que dejo.
Aceleración. El lacerante vacío del despegue
Se une al vacío de lamento. Sobre nuestro valle
Se eleva el avión pesado en recuerdos.
Allá la ciudad, cuadrantes y parques... Me alejo.

Mañana silenciosa. Es diciembre, veinticinco.
Arriba saludo de frente a los aires norteños.
Les digo: ―No sé cuándo voy a volver,
Salúdenme a éste, salúdenme a aquél.
Pa’ serles sincero, no me he despedido
De algunos hermanos, de algunos amigos.

Dejando el terruño me veo envuelto
Entre nubes blanquísimas con agujeros
Por los que veo las últimas fincas verdes,
Abajo en la tierra que alberga a mi gente.
Me desabrocho el cinturón ya fuera de riesgo.
Una tenue sonrisa. Quizá triste, quizá contento.