Letras
Relatos

Comparte este contenido con tus amigos

Gloria

Soy un Dios metido en el cuerpo de un monstruo que llega a la ciudad gris dispuesto a arrasarlo todo. Mi entrada es triunfal: con mi pesada cola de reptil destrozo el frágil edificio de la sede de Justicia. Con mis poderosas patas, pisoteo los apartamentos ilegales de la costa, aplasto los cochazos aparcados en lujosas residencias. Cuando llego al centro, con mis escamadas y afiladas zarpas agarro a dos infelices que salen del banco hipotecario; al trajeado le arranco la cabeza de un bocado y luego mastico su cuerpo, al segundo desgraciado me lo trago directamente. Sigo sembrando el caos, el pánico y la destrucción hasta que el director grita: “¡corten!”. Me quito la sudada máscara del disfraz de dinosaurio y abandono el plató con el decorado de cartón piedra y plástico. Y suspiro, triste: he recuperado mi indeseada identidad. La gloria ha concluido y será la gran diversión en horario infantil.

 

El amor de mi vida

El amor de mi vida no es ese hombre que tanto daño me ha hecho. Encontré al amor de mi vida aquel día en aquella habitación del Hospital. Al reflejarse en el espejo del cuarto de baño mi sonrisa y las cicatrices de la cuchilla ocultadas por las vendas que rodeaban mis muñecas, me percaté de que estuve a punto de perderle, de perder al auténtico amor de mi vida:

yo misma.

 

Puñetazo

Míralo al muy cabrón. Qué hijo de puta. Es el maldito hijo de puta que ha traicionado a su mejor amigo acostándose con su novia, el mismo hijo de puta que les ha robado a sus padres dinero para pagar las juergas de alcohol y drogas en las discotecas. Míralo. Le odio. Le odio. Le propino un puñetazo. El golpe duele. Duele. Me muerdo los labios. Retiro mi puño, ensangrentado, con cristales del espejo clavados. Escuece. Escuece la venganza.