Artículos y reportajes
Postal desde Maracaibo

Maracaibo

Comparte este contenido con tus amigos

Alguien me dijo que llegaba a la ciudad más fría de Venezuela, al comienzo no entendí la frase que sonaba irónica, pero luego comprendí su significado. A pesar del calor reinante o quizás como consecuencia de la temperatura que puede oscilar alrededor de los 35 grados centígrados, los marabinos, conocidos coloquialmente como maracuchos, se han habituado a dejar los aires acondicionados en su máxima expresión, de tal forma que los espacios cerrados, como apartamentos, oficinas y automóviles, son congeladores en diversas versiones.

Esta combinación de calor/frío era en cierta forma una metáfora de lo que experimentaba mi organismo por aquellos días. Al llegar a Maracaibo me estaba recuperando de uno de los tantos resfríos, producto de mi alergia a los cambios climáticos, a la contaminación, a la lana, a las alfombras, al cigarrillo ajeno. En una frase, mi alergia al mundo, para sintetizar el complejo diagnóstico médico que, hace varios años, explicó de manera tajante mi propensión a las frecuentes gripes. Por ello no fue extraño que al llegar a Maracaibo tuviera una seria recaída, con esta combinación de calor intenso en los espacios abiertos e igual dosis de frío en los espacios cerrados, llegué hasta el punto de casi perder la voz, quienes trabajaron conmigo durante esta época tuvieron que hacer un gran esfuerzo para entender lo que intentaba comunicarles. Gracias a los cuidados de mi esposa y a la solidaridad zuliana, que se manifestó en varias personas, con el correr de los días pude superar la incómoda paradoja de convivir con el calor y el frío.

Pero la dualidad calor/frío la encontré en otra circunstancia bastante particular. Si el ocasional lector ha visitado o visita Maracaibo en alguna oportunidad, encontrará que la patrona de la ciudad, conocida cariñosamente como la Chinita, es más que un dato de una agencia de viajes, es el referente por excelencia, el gran símbolo de la ciudad. Se trata de la Virgen del Rosario de Chiquinquirá, cuyo fervor religioso, como sabrán los lectores colombianos, se originó en la ciudad de Chiquinquirá, en el departamento de Boyacá, relativamente cerca del sitio en donde se libró la batalla del mismo nombre, que gracias al ingenio militar de Simón Bolívar y a la eficaz ejecución del ejército colombiano fue cimentando la independencia del continente.

Chiquinquirá, para quienes no la conocen, es una ciudad de clima relativamente frío (en promedio veinte grados centígrados) y allí fue la primera manifestación de la Virgen del Rosario, se cuenta que en una iglesia de Chiquinquirá reposaba, en su altar, un lienzo bastante deteriorado en el cual se encontraba pintada la imagen de la Virgen del Rosario. El día 26 de diciembre de 1586, luego del rezo de una devota campesina que le había pedido alguna manifestación, se produjo una milagrosa renovación, apareciendo la imagen de la Virgen de forma brillante, clara y luminosa. Luego viene una larga historia de milagros y testimonios, hasta el día de hoy, cuando el lienzo reposa en una gigantesca basílica en el centro de la población boyacense. La palabra Chiquinquirá proviene de un vocablo chibcha que significa “pueblo sacerdotal”, pues era uno de los centros religiosos de aquella cultura precolombina, lo que termina por consagrar la vocación de la ciudad y sus habitantes.

La misma imagen que convoca en julio a tantos creyentes en Chiquinquirá, Boyacá, Colombia, provoca un carnaval de música y devoción en noviembre en Maracaibo, durante la “Feria de la Chinita”, en donde miles de personas le dedican serenatas a ritmo de la gaita, género musical que se derivó de esa devoción mariana. Todo porque aquella imagen que se renovó en 1586 en Chiquinquirá, luego aparecería en una tabla flotando en el Lago de Maracaibo en 1749. Del frío al calor, así se hizo ese tránsito que convoca a tantos creyentes católicos del mundo entero.

Puente “Rafael Urdaneta” (Lago de Maracaibo)Durante algunos días de la estancia en la capital del Zulia, mis manos parecían congeladas, mientras la cabeza emitía ráfagas de calor, al paso del escalofrío que recorría el cuerpo entero. Afortunadamente el malestar pasó y así pude comprobar que Maracaibo no sólo resulta una paradoja en materia de temperatura, que hay, como en todas partes, muchos contrastes e historias casi tan largas como el puente Rafael Urdaneta que se pierde en el horizonte, buscando el sol, de allí que no sea extraña la tradición artesanal de los “soles de Maracaibo”, pequeñas maravillas tejidas por manos expertas. En fin, tantas historias que no pueden agotarse en una incompleta postal como la que acabo de bocetar.