Sala de ensayo
Ilustración: Amy DeVoogdLiteratura chilena y cambio social: un caso de desarrollo frustrado

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La necesidad de un nuevo marco de referencias

Usar conceptos como cambio social, desarrollo y frustración para aplicarlos a la literatura puede ser entendido como un abuso, los más suspicaces dirán que se trata de una variante de la estética socialista, con sus resabios de compromiso social y arte para la revolución.

Los hijos de la belleza, esa que habita en la obra misma; se encargarán de resucitar una vez más a Platón y apuntarme con el dedo; otros me abofetearán recordándome que la belleza es un sentimiento particular del sujeto, al estilo de Hume, y así suma y sigue.

Un número no despreciable respingará la nariz y tendrán la delicadeza de subrayarme que la era de los metarrelatos, las vanguardias, los ensayos sociales y culturales de cualquier tipo son material de archivo. Para ellos, lo importante es el texto, “la producción en sí”. Con todas esas objeciones a cuestas, escribir sobre literatura chilena y cambio social, proponiendo un eslabón distinto de análisis capaz de superar o al menos desplazar las categorías de sujeto-objeto, son razones suficientes para que cualquier lector entendido cambie de página.

He querido evitar el vocablo paradigma, sin embargo en estos largos años de lector —tanto pasivo como activo— de antologías nacionales, he ido percibiendo y a estas alturas atragantándome, con casi los mismos textos, no importando los compiladores. Una de las razones que explican dicho estado de cosas radica en los sustentos teóricos que justifican tales trabajos, todos tienen un norte, la pretensión de ser capaces de ordenar “lo bello” entendido como placer para la vista y los oídos o en un nivel superior identificándolo con su estado trascendente y espiritual (Platón).

El paraguas metodológico y epistémico de Feyerabend en su ya célebre tratado Contra el método; esquema de una teoría anarquista del conocimiento, propone frente al fenómeno estético lo siguiente: “La actividad de la razón es crecimiento y en ese crecimiento tiene un papel central la imaginación. Cada símbolo es una cosa viva, en un sentido muy estricto y no como mera metáfora. El cuerpo del símbolo cambia lentamente, pero su significado crece de modo inevitable, incorporando nuevos elementos y desechando otros viejos”. En Chile, este dinamismo, esta puerta abierta a otras visiones se encuentra cerrada, más allá de las pretensiones elaboradas desde las corrientes semióticas, estructuralistas, que refrescaron en su momento el panorama cultural; finalmente, han sido reproductoras del mismo principio de orden, generando un discurso social de la belleza, donde “el arte por el arte” no es otra cosa que el fácil tránsito de la elaboración literaria a los círculos de producción y mercado.

Plantearse entonces un nuevo orden referencial en el lenguaje implica sumarse, entre otros, a Félix Guattari, en su cuestionamiento de los paradigmas estéticos, subvirtiendo la unidad de producción de valores capitalistas, se trata del principio de la alteridad y por tanto de la recuperación de la ética como elemento de análisis y de redescubrimiento de la importancia de la creación, de la autofundación y del compromiso ético que conlleva (ver “Guattari, el paradigma estético”, entrevista con Fernando Urribarri, nov. 1991).

Una segunda mirada que puede aportar a la elaboración de una nueva y rejuvenecida perspectiva estética, la aporta el ideario cínico que asoma en el contexto del descrédito de las utopías, bajo el desencanto del modelo estético neoliberal y proponiendo un punto de fuga a su capacidad de reproducción y alienación, optando por el camino autárquico antes que el dormitar embrutecido del imperio del consumo. Autores como el propio Diógenes y muy especialmente Peter Sloterdijk, filósofo alemán de connotada trayectoria, son referencias para este camino. Para ambas corrientes de opinión, la historia juega un papel determinante; uno de los grandes vacíos que se expresan en las antologías y en general en los trabajos de esa índole es la ausencia del factor histórico en el proceso creativo.

 

Algo de histórica

Los procesos independentistas tuvieron en la pluma un fuerte aliado; las cartas de los libertadores, la alianza temprana entre una estética racionalista resumida en los colores patrios, la música, los uniformes, más un organismo de difusión como La Aurora de Chile, desembocaron en una corriente crítica por supuesto ligada a la elite criolla.

En 1860, La Lira Popular era un instrumento donde los poetas y los cantores populares comentaban con su mirada; se trataba de pliegos sueltos, destinados a comentar los hechos de cierta relevancia de la vida nacional, con el objetivo de venderlos en mercados y lugares concurridos.

Allí el humor, el ingenio y la crítica social eran una herramienta discursiva de vital importancia. Hasta 1920 ocupó un lugar en la memoria del pueblo chileno el historiador Maximiliano Salinas; realizó un trabajo de investigación en torno a la influencia de lo literario popular, en el ámbito de lo sacro, como de construcción de conciencia social, publicado en la revista Araucaria (1986) y titulado “El bandolero chileno del siglo XIX. Su imagen en la sabiduría popular”. De ahí se extrae este texto.

Los Húsares de la muerte
fueron creados por él
y en Maipo peleó sin hiel
pero con gloriosa suerte;
después aquel brazo fuerte
por carrerista sincero
fue de un modo traicionero
muerto por un argentino.
y así murió el jefe fino
que humilló al godo altanero.

Puede que esté lejos de ser un verso bien logrado, puede que no cumpla con todas las formalidades que el decálogo de los poetas exige, lo más probable es que no se encuentre a la altura de compartir hojas con nombres como los de Huidobro, Parra o Zurita, pero las diez líneas anónimas citadas son la fotografía de un momento histórico, son el grito de los condenados a muerte de la historia y en ese sentido trascienden tanto o más que cualquiera de los poetas públicamente reconocidos.

A principios del siglo XX, autores como Víctor Domingo Silva, Cosme Damián Lagos, conformaron un sustento valioso al movimiento obrero naciente, acompañando a Recabarren en el nacimiento de la prensa obrera.

La llamada literatura social de Baldomero Lillo, Nicomedes Guzmán, son un aporte desde el momento que el sujeto a retratar era el obrero, en sus alegrías y pesares, ingresando a la vedada mina como al dormitorio de su casa.

Sin embargo, la valoración estética de estos autores siempre estuvo en tela de juicio, como el Canto general de Neruda y la producción literaria de la generación de los ochenta, marcada por la existencia de la dictadura.

Frustración y estancamiento son palabras acordes cuando se intenta retratar la situación de la literatura y su vinculación con el cambio social; frustración porque la elaboración discursiva que da cuenta o propone desde su estrategia, alguna sensibilidad que escape a la de los placeres, los sufrimientos inconmensurables por la falta de una cerveza o la página en blanco, son rápidamente tachados de panfletos, de propaganda, o sea, pseudoarte.

Bajo esa misma premisa, los autores de la diáspora, por el solo hecho de pertenecer a ese registro, se encuentran sancionados, primero por quienes, en un arrebato de pureza, los pasan y repasan por el filtro de la evaluación a-social de sus textos, luego por quienes cuidan el negocio y sus pequeñas trincheras de supervivencia; para todos ellos, abrir nuevas posibilidades de análisis podría significar validar ámbitos de competencia innecesaria.

El estancamiento intelectual, entonces, tiene sus raíces en la búsqueda de una seguridad y el mantenimiento de un orden —que se puede de vez en cuando atacar— para que todo continúe del mismo modo; la analogía que retrata de mejor forma este momento es el largo proceso político de post-dictadura, donde los poderes fácticos han logrado salir airosos, en desmedro de las demandas democratizadoras de la gran mayoría del país; del mismo modo, en las esferas de los comentarios literarios y de la crítica periodística del rubro, los avances son casi nulos; las voces se han multiplicado, pero los sustentos teóricos que permiten sus elaboraciones no dan cuenta ni de las discusiones filosóficas actuales ni mucho menos de las nuevas miradas al fenómeno estético, donde en algunos casos la vuelta al sujeto y a su entorno son elementos de importancia a la hora de configurar y validar un producto, un esfuerzo creativo.