Letras
Tres poemas

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Los hombres que hablaban del fuego

Los hombres que hablaban del fuego
lo hacían con cierta propiedad;
habían sido tocados por las llamas
de la incomprensión, por los chispazos
locos del adulterio, por los tentáculos
ardientes de la cólera y el espanto.

Sabían lo que era
la descarga cósmica
de un rayo debajo de las uñas,
el afiebrado relámpago
en la ingle,
el devastador cataclismo
en las encías y genitales,
y esa furia incomprensible
desatada por la porfiada
sentencia de un canalla.

Los hombres que hablaban del fuego
no se acercaban a los braseros
ni a las fogatas
—ni siquiera en la noche de San Juan—
y huían a grandes zancadas
cada vez que alguien, desconocido
y con cara de corsario,
se aproximaba en una calle
solitaria y sin luz,
a pedirles fuego
para encender un cigarrillo.

 

Sobre los juramentos

También han oído que se dijo
a los antepasados: “no dejes
de cumplir lo que has prometido
con juramento delante del Señor”.

No jures por el cielo aniquilado
lleno de basura sideral y polución,
ni por la tierra contaminada
donde los niños son secuestrados
para vender sus órganos al Diablo.

Tampoco jures por tu cabeza
que puede ser cortada.

Digan simplemente “si” o “no”.

 

Fisurados por el polvo

Corrían carreras con obstáculos
por las cornisas de las casas
más altas de la ciudad, furiosos,
entre las antenas y los gatos,
persiguiendo cada uno
una línea blanca, figúrese.

A algunos les faltaba un ala
o rengueaban de una pierna
o tosían hasta no poder respirar
y se reían como locos
fisurados por el polvo
entre las antenas de televisión y los gatos
corriendo carreras
por las cornisas de las casas
más altas de la ciudad, furiosos,
seguros de encontrar el cielo
en la primer bocacalle.
Convencidos de encontrar el cielo.