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Poemas

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Atardece el deseo

sin disciplina alguna.
Leyendo, nos miramos.
Es inútil pensar,
un día mas que pasa.

Tu imagen se sacude.
Si es preciso te sueño,
pero quiero tocarte
suavemente, sin signos,
conectarme a tu boca.

Me caeré en los vanos
como en la orilla misma
de tu nombre sin tierra,
todo por la bravura
que llevo entre volantes.

Si no existe tu piel
se tapa mi esperanza
de no acordar morir.
La brisa, el sol, las nubes,
serán como sentencias

Me derrota el vacío.
Quisiera renombrarte
en sentido del viento
y sacarte de ahí,
del soporte virtual.

No importa que no entiendas,
Yo tampoco lo entiendo.
Pero sé que este sábado
cenaremos congoja
delante de las cámaras.

 

Declaración patética

Estoy sola y te nombro.
Mis voces se derrumban
por desgaste de sílabas,
en un pliego cercano
renacentista en fusas,
donde a veces me evito.

No te vivo distante.
¿Para qué el eufemismo?
No hay combate capaz
de lograr el triunfo
con visibles mayúsculas,
que me ofrece tu acceso.

No sé cómo decirte
que este impulso poético
—grítalo como quieras—
sin pretensión reglada,
rubrica mis deseos
de recordarte siempre.

No quiero preguntarme
sobre el viento que llega,
si su sabor a triste
es que no te retornas
esta noche de celos,
de extrañeza sensible.

Frecuento la lumbrera
donde hay un drama trágico:
tu rostro consagrado
en el cristal que aguarda,
pues no amanece dentro.

Tan lejos y tan nunca.
Y tan tal vez mañana
abrazando diptongos.
Mordiéndome los labios
rielará tu hierba,
descendida en el lecho,
en el cual yazgo amante.

Te amo, sí.
Una confirmación
del color que dudabas.
Una musculatura,
toda tracción en fuste.
Ahora hay unos brazos
sabedores de tiempo.

Te amo, es mi deber
después de molestarte
con estos sinvivires.
Sólo espero que vuelvas,
para poder creérmelo
y ser toda saliva.

No sabes que navego
sofocando gaviotas
en mis lindes oscuros.
Las sábanas inquietas
no concilian el sueño
por exceso de acoso.

Desde que tú te has ido
Ya no espero estaciones.
¿Qué me importa la lluvia,
o las flores cambiantes,
si ya no tengo tiempos?
Te has comido mis horas.

Este ser vertebrado
no sabía de amores,
ni del riesgo de olerte.
Y ahora padeciendo
de ruptura lingüística,
me muero por usarte
atormentada en piel.

Vuelve para mis hambres,
para mis ojos,
para mis manos,
para mi boca,
Vuelve porque me sufre,
el espacio de cuerpo
la embocadura misma,
que sólo abrigas tú.

 

El sueño de Tagore

Desde el cerco de tu sueño,
todavía no debes renunciar
aunque se oponga el otoño.

Si el óxido enmohece la esperanza
y la raíz que puja,
es más fuerte la luz
que el témpano de hielo
del exterminio.

Si una mano invisible
tentara con la suerte
de las Fetales estrellas,
que por la hierba reptan desde abril,
nos queda remontar todos los ríos.

Cuando más adelante,
tu silencio madrugue
y se anticipe a mi beso:
habrá una primavera.

Desde la misma tierra bastaría una flor
sometida a la página
de un libro de Bukowski,
para reconocer
la caricia más íntima del agua.
Los secretos lascivos
que también contribuyen al amor.

Sin ti no tengo nada.
Ni siquiera ese pétalo que duerme.
No podré alcanzar los cursos
más altos si te rindes
y mi rabo de nube
se romperá en tu esquela.

Sin ti no tengo nada.
Quimeras abolidas,
razones de jardines en clausura,
mogollones de “kleenex”.

¿Qué voy a hacer ahora,
si el óxido enmohece la esperanza?
Es más fuerte la luz,
más constante el querer
que el odio emancipado.

Se reduce a papel la primavera,
pero llega el poema que me ayuda
a derretir la cera de cuartilla.

No, sin ti no tengo nada.
Pero no dejaré
que te anegue la niebla.

Recurriré al “Bizarro” de Lisboa,
y al fado de Coimbra
que canta con la piedra bajo el musgo.

Recogeré las conchas de Carril
para reconstruir tu pecho herido,
el que quiere rendirse
de cada risa tuya
de cada beso tuyo,
y de cada más allá
que te compete.

Quiero decirte que estoy,
y que no me perdí.
Con toda mi resistencia
me devuelvo a tu amor,
al último reducto
sin mentiras extrañas,
en donde no molesto cuando escribo
que no ha de ser posible tu derrota.