Letras
Sobre el ser y la bebida

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¿Qué es real, pregunto, si estando bebido creo mi propia alteridad, un mundo dentro del mundo que niega lo existente?

Me declaro culpable de sentir una pasión desenfrenada por la bebida. No sufro de timidez temporal para satisfacer mi vicio; y cualquier día es una oportunidad para hundirme sin remedio en el alcohol, despojado de falsas reprimendas a las que muchos temen ser sometidos por los abstemios ignorantes. Porque sé que son masas de almas, en este triste mundo solitario, quienes adoran la bebida, pero temen al castigo inflexible de la lengua, de aquellos que ignoran los misterios divinos que encierra el absorber desaforadamente una botella del indomable ron, o sorber con mesura del refinado whisky, para luego sentir, paulatinamente, la vertiginosa caída hasta la inconsciencia. Pobres seres los que se pierden el deleitar la cerveza, una tras otra, ella nos atiborra del inmenso poder efervescente que produce en nuestro organismo y poco a poco va relajando nuestros sentidos.

—¡Vas a morir un día de estos, muchacho!, ¡y todo por el maldito licor!

Día tras día escucho estas tediosas palabras por parte de mi madre. Yo nada le contesto y me escudo en una absoluta indiferencia porque a ella le debo el respeto suficiente para no tratar de explicarle por qué es una pobre ignorante, y hacerle ver que la bebida te produce un dolor fascinante preferible al hastío de la sobriedad en que ella vive. Tampoco le digo que yo ya estoy muerto, sólo vivo para el licor y él vive para mí, ambos nos sumergimos en un retozo absurdo con la existencia.

Pero luego, llega la acostumbrada pregunta de mi madre, después de que su ánimo se ha sosegado y lo peor de la reprensión moral ha pasado...

—¡Hijo mío!, yo te quiero mucho pero no puedo seguir viéndote así, eres joven e inteligente. ¿Por qué bebes tanto?

Un silencio se deja escuchar una vez que mi inocente progenitora me dice esto. Yo me retiro de su presencia y ella se queda inconsolablemente resignada a no saber por qué me entrego ciegamente a la bebida.

Me aíslo en la serenidad sepulcral de mi cuarto. Pero la interrogante hecha por mi madre sigue dándole vueltas a mi cabeza. Me aturde el intelecto y no me deja pasar tranquilo el trago amargo que me toca vivir, en mis breves momentos de sobriedad, por las fuertes dosis de alcohol ingeridas.

Finalmente, cedo al acoso de mi consciencia y comienzo a buscar la razón por la cual la ebriedad es mi estado natural. Sabiendo que terminaré en una aguda depresión que conllevará a enredarme en las redes de la ginebra, para aliviar beodo las penas que debilitan mi voluntad, o recurriré al auxilio del cristal líquido que conocen por vodka, para refugiarme en su pureza intoxicante y denunciarle el daño que la razón le está haciendo a mi consciencia.

¡Allí está!, ya sé por qué bebo. Pero no es una razón, sino una multitud avasallante de argumentos implacables para respirar alcohol en vez de oxígeno. Mi mente comienza a expulsar ideas que quisiera expresar a mi madre para justificar mi actitud, pero sé que sólo contribuirá a empeorar su preocupación, no entenderá, porque únicamente la bebida me entiende.

Para mí beber es sumirse en un estadio de ficción donde la temporalidad y el absurdo mundo que me rodean se desmarcan de la realidad, y todo se reduce a la falsa pero verdadera delicia del líquido etílico. Por eso bebo, porque soy y no soy lo que quisiera ser. Bebo para que mi silencio sea oído y para que el licor alumbre efímeramente mi obscuro interior sobresaturado de dolores; y la alegría muerta reviva en fragmentos de tiempo contables e incontables a la vez; y que la bebida piense y viva por mí la felicidad que yo sobrio no puedo vivir.

Bebo porque, aunque la razón se rehúse rotundamente a reconocerlo, se apasiona por el licor; y mi razón se despierta cada día destinada a imbuirse en la inevitable muerte de su endeble lógica. Ella batalla por escasos miles de segundos pero siempre es mi yo desaforado por el licor quien la asesina una y otra vez a placer. Empero, no crean que soy lo que soy cuando bebo. Yo soy lo que no soy cuando bebo, pero necesito beber para serlo. Cada instante que paso consumido en la dimensión soñada con la borrachera, esa que crea mi alter yo, me permite experimentar en otra forma de estar armoniosamente alejada de las funestas relaciones humanas que erosionan mi alma con sus podridos sentimientos. Aunque sé que lo más apocalíptico de mi vida es que bebido no puede ser mi eterno estadio “real”, y aunque exista beodo por momentos más prolongados que sobrio, no puedo negar que en el ahí de mi esencia está esa humanidad carcomida pero innegable que me compone, esperándome triunfante cuando pase del disfrutar inconsciente al sufrir consciente para atormentarme con sus trágicos silbidos carnales que me recuerdan lo que soy: un ser humano más, otro ente finito con sus penas y anhelos destrozados por la vida.

Una vez dicho esto, retorno desde el plano melancólico de mis pensamientos y expiro dolor en vez de hidrógeno en la confusa realidad donde me desencuentro. Sí, ya sé por qué bebo, y por ello, en un deplorable estado anímico, pernocto yerto en mi lúgubre espacio cerrado, en las cuatro caras muertas sin rostros que envuelven la oscuridad de mis días, en lo más irreal de mi vida, la enferma sobriedad. Sólo ansío reponerme para inducirme en uno de los desinhibidos pasatiempos de la muerte. Así que, sentado en el vacío, espero que mi cuerpo retorne a la bebida; y mi alma es una llama extinta en el perpetuo invierno de mis aflicciones.