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Escogen las diez mejores novelas de la literatura boliviana
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Juan de la Rosa, de Nataniel Aguirre (1885), y Jonás y la ballena rosada (1987), de Wolfango Montes, marcan los límites cronológicos del top ten de la novela boliviana. En las lujosas salas del palacio que Simón I. Patiño mandó a edificar —y donde nunca llegó a vivir— en la ciudad de Cochabamba, terminó de confeccionarse el pasado 22 de agosto la lista de las diez novelas bolivianas más representativas.

La selección fue realizada durante la culminación de un debate de unos cuarenta escritores, académicos, editores y directores de suplementos literarios de diferentes departamentos, colofón de un proceso de selección celebrado en La Paz en el marco de la XIV Feria Internacional del Libro (FIL), organizada por la Cámara Boliviana del Libro (CBL). Las diez obras serán publicadas por el Estado boliviano.

Los deshabitados, de Marcelo Quiroga Santa Cruz; Tirinea, de Jesús Urzagasti; Felipe Delgado, de Jaime Saenz; La Chaskañawi, de Carlos Medinaceli; El otro gallo, de Jorge Suárez; Matías, el apóstol suplente, de Julio de la Vega, Aluvión de fuego, de Oscar Cerruto, y Raza de bronce, de Alcides Arguedas, completan la lista, a la que —no obstante— los especialistas añadieron otras cinco obras “altamente recomendables para su publicación”, según sostuvo Raquel Montenegro, directora de la Carrera de Literatura de la Universidad Mayor de San Andrés (Umsa), entidad encargada de organizar la elección.

Esta segunda nómina se halla compuesta por las siguientes obras: Íntimas, de Adela Zamudio; El run run de la calavera, de Ramón Rocha Monroy; La Virgen de las siete calles, de Alfredo Flores; El loco, de Arturo Borda, e Historia de la Villa Imperial de Potosí, de Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela. Estas dos últimas publicaciones, que no responden estrictamente a los criterios académicos de novela, fueron no obstante incluidas por “su innegable valor y representatividad en el imaginario nacional”.

En septiembre de 2007, el entonces viceministerio de Culturas anunció el proyecto de armar una “colección de obras bolivianas fundamentales”, resultantes de una lista diseñada por un equipo dirigido por el escritor Néstor Taboada Terán. La polémica y rechazo que generó esta propuesta derivó en un proceso de votación por Internet para escoger las diez mejores novelas bolivianas, idea que también fracasó, y ante la cual, en 2008, el viceministro Pablo Groux acordó con la Carrera de Literatura el método de selección que concluyó en agosto pasado tras casi dos años de espera.

Al igual que en las cuatro mesas preparatorias efectuadas en La Paz —de escritores, académicos, representantes de editoriales y cámaras del libro, y directores de suplementos y revistas literarias—, cada participante propuso una lista de obras y fundamentó su elección.

Luego de la tabulación de la información recolectada —a cargo de Guillermo Mariaca, docente de literatura—, que también tomó en cuenta los resultados obtenidos en las “mesas paceñas”, surgieron seis obras de “consenso absoluto” (Juan de la Rosa, Los deshabitados, Tirinea, Felipe Delgado, Jonás y la ballena rosada y La Chaskañawi), y los restantes cuatro títulos fueron sometidos a un intenso debate que culminó con una votación abierta en un pizarrón del salón de exposiciones del Centro Pedagógico Simón I. Patiño.

Además de las seis obras de unánime mención, se tomó en cuenta para esta etapa a las siguientes doce mejor ubicadas en los debates. Antes, sin embargo, surgió un prolongado intercambio de posturas sobre la posibilidad de aprobar la lista de dieciocho obras o, por el contrario, recortar a las diez inicialmente propuestas, posición que al final ganó más adeptos.

Al resumir las ideas centrales del documento final, Mariaca dijo que “los criterios básicos de la selección fueron dos, la representatividad social y la indispensabilidad estética de los libros”.

En el informe igualmente se efectuaron dos recomendaciones al Ministerio de Culturas: “La imperiosa necesidad de que las ediciones de estas obras sean comentadas bajo tres criterios: estudios para docentes y alumnos, para literatos y académicos, y para lectores comunes; y el pedido de que el proceso goce de continuidad, no sólo con la comprometida selección y edición de otros géneros literarios: ensayo, poesía y cuento, en los siguientes años, sino también con la inclusión de otras textualidades de la tradición moderna, como artes plásticas, visuales, musicales y otras”.

Fuente: La Prensa