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La violencia, los intelectuales y la literatura

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Fotografía: Image SourceEl pasado 13 de marzo se llevó a cabo la Conferencia Internacional sobre Violencia en las Sociedades Contemporáneas en la Universidad del Este, Carolina, Puerto Rico. Entre los participantes estuvo el distinguido doctor Vicente Garrido Genovés. Luego de su ponencia le tocó responder a las preguntas y respuestas de los presentes. Un profesor de nuestra universidad, criado en Valencia, le preguntó al ponente si había alguna relación entre democracia y violencia. Recordaba que durante el franquismo, específicamente, se podía dormir con las puertas abiertas y si una mujer caminaba de noche, de madrugada, no tenía que exponerse a peligro alguno. El doctor Garrido aparentemente estuvo de acuerdo; comentó, sin citarlo textualmente, que sí había delitos, aunque otro tipo de delito; que había una relación especial con la guardia civil, a la que se respetaba mucho y el intervenido se presentaba voluntariamente a los dos o tres días al cuartel para ser procesado; que no había televisión como hoy, aunque este último elemento no era tan decisivo como se piensa.

Esa visión de España me pareció contraria a la que conocí por medio de la literatura, los testimonios de exiliados y el cine. Por causa de estas experiencias, me parecía que era una sociedad muy diferente a la de Chicago de los veinte, pero muy violenta en su fondo. Entonces tuve que intervenir. Dije que entendía que en aquella época el crimen no tenía los niveles de organización, desarrollo y beligerancia que pueda tener hoy, como se ve en los periódicos y la televisión; que de acuerdo a escritores como Cela, en el fondo era una sociedad muy violenta. Cela fue el primero que me llegó a la mente, pero de acuerdo al cine, la literatura y los testimonios, entendía que era una sociedad similar a todas las demás, con sus particularidades de gitanos cosidos a puñaladas por venir de Cabra; con padres que mataban gracias a lo del honor; con guardabosques que desaparecían a las madres que les asesinaran las novias; con guardias civiles cuyas esposas estaban en una espera angustiosa por saber cuál de ellos había caído muerto; con historias de escaleras muy elocuentes; con asesinatos de las chicas que no querían complacer a sus novios, como en todos lados. Para Garrido eso no era cierto, no podía creerse en Cela, ni en la literatura, no era ciencia. Esto último sí es una frase textual.

La televisión, factor clave en este asunto, incide de manera muy relevante. Lo digo por experiencias personales, también por la experiencia como abogado defensor de menores, como profesor y como escritor no científico. Esta caja mágica no solamente enseña a delinquir directamente de modo que los usuarios salgan a matar al prójimo, a robar y a convertirse en gánsteres. Hay unos patrones de conducta que se le familiarizan empezando por la conversión del homo videns, ser incapaz de vivir la experiencia educativa, y del conocimiento del lenguaje, de desarrollar destrezas cognoscitivas eficaces para no caer en el hoyo del ocio y la autodestrucción en que cae gran parte de nuestra población juvenil. De patrones de consumo, es mejor no meneallo.

Puedo entender que los escritores dan una visión parcial de la realidad; que alteran, que juzgan, que son miopes a veces; que falsean, que usan sus experiencias personalísimas. Lo que no puedo entender es el distanciamiento entre el llamado científico y el escritor. ¿Gregorio Marañón fue un científico? Él, y otros como él, que citaban la literatura, por ejemplo Ortega, enseñaron a pensar a varias generaciones de pensadores europeos. Basta con recordar a Johan Huizinga para trazar esa huella modélica.

La literatura no es ciencia, eso es cierto. No se supone que se encuentren encuestas, ni estadísticas, ni fórmulas, en ella. La literatura española es uno de esos ejemplos de testimonios de la vida misma. No es que sea testimonio crudo, pero siempre ha sido índice, barómetro, vara de medir que no puede soslayarse. El escritor construye una realidad lingüística, no objetiva; que se conforma a voluntad del creador; que se manipula y se concluye de igual forma. Ahora bien, siempre surge de la realidad, la refleja y la retrata. Su afán no es reproducir anécdotas objetivas, sino verosímiles, representativas. Y por encima de los tratados y las tesis es preferible leer el texto de una sociedad cansada, agotada, como la reflejada en La ballena, de Jesús Torbado, o la machista que retrata Terenci Moix recordando a Marilyn Monroe, que un estudio socioeconómico sobre estos aspectos sociales. Sencillamente la literatura nos lo presenta en forma viva; sencillamente dice más. La literatura no es estadística; como lo demostró la sociología, es muestra de conducta, es resumen de mentalidad, paradigma de conflictos, muestrario de sueños y fracasos colectivos, cuando lo quiere ser; representativa casi siempre.

El menosprecio de la literatura como actividad enajenante y abstracta es muestra de una incapacidad de colegir mediante contemplación, no es más que una dependencia de recursos objetivos y concretos, para lo que simplemente hace falta disciplina, no talento. La literatura es las dos cosas: disciplina y talento. No es ciencia como no lo es una foto bien lograda. Una foto de una barriada pobre —y pensemos aquí en tantas famosas fotos sobre las que se ha comprendido la compleja madeja humana— presenta de manera general, pero muy real, lo que significa la pobreza. No tiene estadísticas sobre la cantidad de gente que vive en el lugar, sobre lo que comen sus moradores, sobre la violencia que ejercita uno sobre otro, sobre el ingreso per cápita, ni sobre las enfermedades que lo circundan. Si se piensa en una serie de fotos sobre dicha barriada entenderíamos muchas necesidades, muchas vivencias: un velorio, un cuerpo muerto en medio de la calle, una mesa con sus alimentos, una recámara, niños riendo en un local repleto de basura, un altar con su arte religioso, un close up de una anciana triste y desesperanzada...

Nada de aquello se comenta en la foto, solamente se sugiere porque hay mensajes que están muy claros, que son inmutables. Hay otros mensajes que no lo están. Se describe o se interpreta. Así puede ser, recalcamos, puede ser, la literatura: una foto o una colección de fotos, todo depende de la intención del autor y de la riqueza interpretativa del receptor. Tal vez ese condimento de reto a la creatividad es lo que mortifica a sus detractores.