Artículos y reportajes
Fotografía: Mark KarrassJuicio al condón

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A manera de consideración preliminar, advierto que he convenido en atender la recomendación del escritor Alberto Barrera Tyszka de no improvisar con el lenguaje, he prometido ordenar bien mi vocabulario, me he impuesto la obligación de planificar cada conversación, y cuidar celosamente lo que digo y lo que escucho, “pues ahora las palabras parecieran ser una enfermedad contagiosa, que no se puede hablar sin usar preservativos”.

Dicho esto, y con las previsiones del caso, vista la acusación presentada por el Sumo Pontífice Benedicto XVI, en su condición de Papa, en contra del acusado condón, de nacionalidad mundial, con reconocida identidad, a quien se le imputa “el agravamiento del problema del sida” que es una tragedia “que no se puede superar solamente con dinero, ni a través de la distribución de condones”. Además, se le culpa de aumentar considerablemente la incidencia del VIH/sida. Por cierto, esto lo incriminó el Príncipe de la Iglesia, desde el avión papal volando hacia África.

Desde ya, declaramos la inocencia de ese adminículo llamado condón, que lejos de incrementar, disminuye el contagio de las denominadas enfermedades de transmisión sexual (ETS), al tiempo que previene de embarazos no deseados, que como bien ha señalado Conasida, el uso adecuado y constante (lo de constante, según y cómo) del condón es una de las estrategias recomendadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para la prevención de la transmisión sexual del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), que de acuerdo con investigaciones de reputadas, o sea, bien reconocidas instituciones especializadas en el tema, se concluye “que el uso correcto y constante (hay que usarlo) del condón protege de la infección por el VIH en una proporción de entre 90 y 95 por ciento”. A esto habría que agregar que esta efectividad ha sido confirmada en otros 437 estudios publicados al respecto.

La sentencia viene dada por el trabajo eficiente y la defensa firme, consistente y bien sustentada de la población consciente, que encuentra en el uso del condón, no sólo un medio para impedir la preñez, sino también —como ha quedado dicho— para evitar el contagio de cualquier ETS. En cualquiera de los casos, puede darse en parejas estables, casadas o no; parejas de encuentros esporádicos o los llamados “segundos frentes”; en esos lugares donde se expende “amores de emergencia”, como diría Gabriel García Márquez o donde “las malas compañías son las mejores”, en palabras de Joaquín Sabina. Dicho de otro modo, en esos rincones adonde se va urgido por las hormonas a inaugurar su sexualidad.

El asunto en cuestión, aunque proceloso y proclive a que uno emita alguna frase —por leve que sea— que pueda lastimar pieles sensibles por aquello de la libertad individual, la sexualidad, la religión, la moral o ética, es ineludible e impostergable, y en esto hay que subrayar o destacar en lugar prominente, la labor encomiable que vienen realizando distintas organizaciones no gubernamentales en la prevención de enfermedades de transmisión sexual, así como del embarazo precoz y/o planificación familiar, en cuyas metas principales está la promoción del uso adecuado, correcto y constante del condón, en ambas orientaciones.

Por muy papales que sean las declaraciones de “acusar” al condón de elemento acrecentador del VIH/sida, al contrario pensamos que su uso racional, consciente y medido constituye un medio necesario para evitar su contagio, lejos de propagarlo. Otra cosa es su uso indebido en razón de la ignorancia del uso correcto.

Contestes estamos con la máxima jurídica según la cual es mejor perdonar a un culpable que castigar a un inocente, de modo que debe juzgarse el uso del condón por la racionalidad y responsabilidad del usuario y su impacto positivo en la salud pública, en lugar de condenar su uso, criminalizar su promoción o difusión a través de campañas publicitarias que conciencian, o sancionar su distribución.

El condón protege, ayuda a prevenir, de manera que no merece castigo ni pena y su uso depende de la responsabilidad de cada cual. Si formuláramos la pregunta a alguien: ¿usa usted el condón como método para prevenir enfermedades de transmisión sexual o como método anticonceptivo? Probablemente responda una u otra opción, pero habría que admitir que también —y es muy seguro— que la respuesta sea “las dos cosas”.

Sería bueno saber si el Papa —o cualquier otro ser en la tierra— pudiera explicar la posición de quienes no usan el condón, toda vez que la confiabilidad del preservativo como método de prevención, bien de ETS o de embarazos, depende, más allá de la postura ética, moral o religiosa que se tenga, de la responsabilidad y diligencia que se demuestre en su uso adecuado.

Los serrallos de “bombillas azules, rojas y amarillas” no se acabarán, porque si más de dos mil años tiene la Iglesia, también es cierto que la profesión que se ejerce en aquellos sigue siendo la más antigua del mundo. No todas las personas quieren ni pueden tener los hijos “que Dios mande”; la homosexualidad, tercer sexo o sexo alternativo existe; las relaciones extramaritales, periódicas o esporádicas, los cachos, pues, dudo que desaparezcan, si no pregúntenle a Elizabeth Fuentes, las damas primero, a Rubén Monasterios o a Claudio Nazoa, excelentes profesionales y expertos en el tratamiento del asunto.

Para bien o para mal, llama la atención que 52 por ciento de los italianos “desaprueban totalmente” las declaraciones del papa Benedicto XVI en su viaje a África acerca de que la distribución de preservativos agrava el problema del sida, según una encuesta publicada por el diario La República. Creemos que si se hiciera a escala mundial, ostensiblemente superior sería el porcentaje, toda vez que la pandemia del VIH/sida es un hecho tan conocido como lamentable, y no es precisamente la proscripción del uso del condón un método eficaz de ayuda en su erradicación.

Finalizo con estas letras de la canción “La Magdalena” de Joaquín Sabina: “Entre dos curvas redentoras, la más prohibida de las frutas te espera hasta la aurora, la más señora de todas las putas, la más puta de todas las señoras. Con ese corazón, tan cinco estrellas, que, hasta el hijo de un Dios, una vez que la vio, se fue con ella, y nunca le cobró la Magdalena”.

Desde ya, pido perdón por los pecados cometidos, y ni de vaina lanzo ninguna piedra.