Sala de ensayo
Sobre una tragedia de Shakespeare

Comparte este contenido con tus amigos

Otelo, por Muñoz Degrain (1881)No hemos visto todavía el ambiente y la atmósfera donde pulula la envidia. En Shakespeare, por ejemplo, la envidia predomina hasta el mismo final de Otelo. El personaje de Yago está lleno de envidia por Casio, otro de los personajes de esta obra. Su almirantazgo frustrado y su mezquina personalidad le hacen valerse de los medios menos corteses y más ruines para su objetivo particular de vida. Este objetivo, a modo de misión de vida, tiende a la envidia, a la destrucción y a los demás arquetipos obscuros del reino del mal. Si hablásemos cristianamente, Yago representaría el demonio y el retorcedor de las conciencias más finas y puras. Su móvil es temerariamente desconocido para los demás personajes de esta obra de Shakespeare. Él hace uso de las personas como si fuesen artefactos, éstas son para él juguetes de un juego donde se vislumbra como único vencedor. En este sentido, Yago utiliza a los otros a su capricho; solamente le es útil aquel que conecta una parte de su plan con la otra. Es un ser sociable, no un antisocial, un arribista con el don de oportunidad. Su ambición y su desenfado en la acción conforman en él un estatus de vulgar falsificador y urdidor de calumnias.

La tragedia de Macbeth es otro ejemplo de la obscuridad y del mundo de las tinieblas. Quizá sea el fin de Lady Macbeth tan necesario como el cumplimiento de las profecías de las brujas. Con respecto a esto último, o las profecías para Macbeth, es cosa discutible. Si va o no va allí donde se piensa debe estar es caer en controversia. No nos interesará la polémica sino más bien identificar un poco el aparecer de la sombra en las tragedias citadas; es decir, Otelo y Macbeth.

Otelo es el personaje objeto de una rara admiración por Yago. Éste se proyecta en Otelo así como la sombra en la penumbra. Sin embargo, su instrumento de terror es la mente de Otelo y el amor de éste por Desdémona. Yago maneja los celos del general del rey como si moviera a voluntad sus propios miembros. Su habilidad para crear situaciones confusas se halla escondida para Otelo, quien llega a un cerco psíquico por causa de la intriga y los falsos indicios.

Hamlet, por Eugène DelacroixEn el caso de Macbeth, su crueldad y falta de juicio (imprudencia) le despeñan de las grandes alturas del poder. Su esposa, su sombra. Lady Macbeth: tiene el arrojo necesario para asesinar. Ella no vacila, sabe lo necesario, hace lo que hay que hacer, convierte la idea en acción. Su exceso en la maldad se trastoca finalmente en una conciencia vulnerable. Cae también, no por mano ajena y vengadora sino por la suya propia.

Una vez se ha hecho una reseña de estas obras trágicas hay un espacio para comentar un poco el desempeño del asesinato o la muerte violenta como terminación de las líneas de personajes claves en la tragedia de Otelo y de Macbeth. El asesinato como una especie de recurso trágico en estas dos tragedias de Shakespeare. Sale el asesinato como por arte o magia del hábil dramaturgo que busca darle fin al aparecer de un personaje. No halla Shakespeare, en este caso, un mejor medio para hacerlo sino por la incorporación de la muerte arrancada de personajes importantes como Otelo (suicidio) o como Macbeth. El famoso deus ex machina de la tragedia euripídea. Pero no así con los dioses sino con el asesinato. Parece curioso, sin embargo, ya que a pesar de que la muerte de Otelo o de Macbeth sea esperada hay algún motivo forzoso en los asesinatos. En el primer caso, el de Yago, se le condena a tormentos físicos y se presume una posterior ejecución; en el otro, el caso de Macbeth es producto de la sed sangrienta del bosque de Birnin y de la deuda con MacDuff, elementos ambos unidos intrínsecamente.

El destino de Macbeth tiene un parecido y una similitud asombrosa con el destino trágico de los antiguos griegos y sus obras literarias, épicas y dramáticas. Se excede, hay transgresión, el cosmos no soporta las continuas pasadas de la raya y reacciona. Así, pues, Macbeth muere como si muriera Agamenón, por citar un ejemplo, por la inmutabilidad del destino y su ineludible pasar en la vida de los mortales.

Relacionemos un poco Macbeth de Shakespeare y el personaje Penteo de Eurípides y veremos la similitud entre la manera como sus cabezas ruedan por el suelo. Los dos se exceden y padecen un destino trágico. El uno por la lucha en el poder y por el derrocamiento de ciertos obstáculos; el otro, por olvidar el culto para Dionisos y por desafiar la autoridad, si se pudiera llamar así, de esta divinidad olímpica.  

También vemos la muerte de Desdémona y cómo los celos de Otelo le llevan a una muerte injusta. Cómo hacer para cambiar amor por celos inflamados, ahí está la cuestión de Yago y su trabajo de maleficio sobre Otelo. La envidia del amor y no de la posición de Otelo pierde a Yago. Su fin es justificable y, la verdad, muy necesario.