empiezo a sangrar por la palabra
empieza la vana muerte a seducirme
todo empieza menos esa sombra
que baila desnuda en mis sueños
porque es la verdad despierta
apenas la calma llega a la superficie
del agua
apenas la luz alcanza el vacío
del pensamiento
todos los cuerpos que contengo
descomponen
los aires de una canción emocionada
en el río que llega
en la pluma que termina de caer
en la playa que se esconde bajo el mar
en la montaña que se precipita
hay un abismo inconmensurable
de días
de muertes
de silencios
que llegan a ser agua
en una montaña pintada de lejanía
en la espalda llevo dibujadas
las últimas palabras que podría decir
en el borde del silencio último
las palabras están en tintas
para que alguien las diga por mí
si acaso no tuviera tiempo
para pronunciarlas como se debe
la velocidad a la que se mueve
lo que sucede es la del tiempo
que no da lugar a nada más
no son grandes palabras
las que me he tatuado de mochila
son las que suelen usarse
en todas las circunstancias
para darle tiempo a la mente
al cuerpo
a las manos
a la cabeza al sistema
digestivo a la sensación de abrigo
a la opresión del tiempo
para darle tiempo al tiempo
de acostumbrarse a la muerte
en el perfil la montaña dibuja
una palabra en modo geográfico
que no resuena en una evocación
sino sólo al ser mirada
las montañas son ríos que se mueven
con la lentitud de otros tiempos
en las curvas imaginadas
hallo dibujado un camino
que no lleva a otro lado que al confín
de la figura que ella forma
parto con un nombre al destierro
en el que la rosa nombra apenas una rosa
o el laberinto del cielo celeste
es apenas una cavidad sin nombre
el espacio donde fluyen mis colores
del rojo a la sangre
de la piel al cuarto oscuro
del signo del olivo al jardín
donde la fuente me dibuja
un acertijo sin solución
con la tortuga haciendo las veces
de un camaleón de piel oscura
en ese purgatorio sin almas
una mujer tan bella como transparente
que no puedo describirla
sin llorar lágrimas de miel
me llama para asearme
acariciándome el rostro
desarmado en sus manos
hecho un garabato sin confín
ese lavado de cara me acerca
al mundo de la pálida palabra
en la que todo nada y se sumerge
para dejar en solución la nada
sangrar es dejar fluir un color
en una transparencia
amar es convertir la transparencia
en humo que dibuja los dolores
en otro pergamino usado
para escribir poemas en los tiempos
en que los otoños no existían
sangrar o amar es tejer
armando un libro desde la mera palabra
pestañando en vilo desde los vértices
del verbo para buscar lo que no se encuentra
sangrar sobre la palabra
desde la palabra
en la palabra que muestra
lo que nunca palabra alguna pudo mostrar
pero no poder pronunciarla
escribirla
transmitirla
entonces se empieza a sangrar
por la palabra que no existe
por la ventana que no puede abrirse
porque no es transparencia
porque no es una apertura
sino una pared más del laberinto
en todo propósito alguna vez habitó un sueño
esta palabra que apenas la suerte puede construir
el nombre de una porción de vida
queda inscripto en la roca contra el sol
para distanciar de la palabra el suelo donde crece
el sueño que habitó en el relámpago
la conjetura que apareció en una letra
los bailes de cientos de libélulas
sobre la húmeda ración que jala del nombre
un jardín apenas nombrado
sólo en sueños soplados por gitanos
distrae el silencio de otro acto sacramental
para poner donde hay que poner la mano
para continuar soñando
poner las piernas para continuar el goce
poner la mano para detener la sangre
que se escapa por alguna arteria abierta
poner la mirada para acostumbrarse
a la sombra permanente
no hay lamentos en la oscuridad
ni sangre en las heridas
un mar se cierne sobre las sombras de la Luna
mientras un pájaro encandilado
apenas toma de sus fuerzas un canto pobre
en las piedras del horizonte
quedaron dibujadas las palabras primeras
los primeros cuerpos llenos de sonidos
mudos en la biblioteca
el hombre se tendió frente al papel
la mano se extendió en la letra
jadeando por su pluma
un poema de amor
ese hombre he sido yo
congelado en el tiempo del primer
verso petrificado en la palabra
de la que sólo se sale sangrando
sangrante con heridas sin sangre
sin palabras que puedan explicar
ni Universos que queden entendidos
en el jardín detrás de mí
brillan extrañamente unas flores rojas
para Ignacio
me duelen las muelas que no tengo
los ojos vacíos en sus cuencas
los tendones de los que tiro
las agujas de mover el tiempo
duelen los zapatos que no uso
las sábanas frías me congelan
el sudor que empapa mis lágrimas
duele más que un oscuro párpado
que da sombra a una mano silenciosa
con la que oprimo el cuerpo del delito
se me salen de cuajo las alas de mis estatuas
se caen las alas de los ángeles
se quedan sin brazos los navegantes
humean a lo lejos los pájaros incendiados
mientras las naves hundidas apagan sus luces
los barriletes arden a una altura de ave
cuando la bala que la mano sostiene
empieza un viaje parabólico
al centro de un dolor que es casi un espanto
en los viajes que los ojos emprenden en la noche
las cisternas llenas de fango maloliente
las quillas de buques oxidados
las alforjas de beduinos azules y verdes
las pantallas solares de satélites invisibles
se quedan las esquirlas de la bala volando
mientras el hueso de quien esto escribe
tiene los primeros signos de una muerte inminente
en todo caso cúlpense a ciertos dolores
en las palmas de las manos
en el costado diferente
en el tobillo que los héroes griegos aclamaron
en las rodillas negras de humo
sobre todo cúlpese a la muerte
de no dejar resquicio para huirle
era el viento que soplaba a tu espalda
o la nube que rodeaba tu cintura
cuando leves paseábamos en el mar
o era la sesgada palabra que corta el agua
metiéndose en los telares en los dedos
en las pupilas tan negras en la noche
la que me puso una lágrima en la Luna
meciéndose en el agua
serena Luna
lluvia sutil
de luz en el agua
en los dedos nos dejamos llevar
áspera la piel del agua oscura
en esa nave sin sombras
amamos lentamente
cada uno los labios del otro
hasta que todo nosotros fuimos viento
la materia en la que crezco
es un manantial de lluvias
un hacedor de tormentas
la máquina infernal del hielo
desde esa materia prácticamente oscura
crecieron las manos el bendito sexo
las cosas opacas en el medio del ojo
desde esa pasta he adquirido
la forma floja de ser como he podido ser
creciéndome una espina en cada dedo
un lunar en cada hueso
la sombra de un ancla en cada cerebro
las anclas son campanas sumergidas
los brazos al costado del que más duele
el costado duele siempre duele
la mano que lleva hacia el futuro
empieza empujándome por ese costado
hacia el fondo oscuro de un infinito
que deseo con olor a mar como consuelo
los vientos que me empujan
con fuerzas de huracanes
actúan tan adentro
que apenas me perturban
avanzo sin su impulso
retrocedo a pesar de él
puedo permanecer la noche
entera
sin saber qué versos escribir
qué calle recordar
qué parte de tu sonrisa
se quedó en una esquina en sombras
tejiendo sin cesar una palabra
el viento cesa
comienza un terremoto
pero sigo apenas inclinado
por la tierra que adentro de mí
se me derrumba
escuchando las preguntas
que trato de hacer para conocer
qué eclipse debo describir
qué poemas debería destruir
estoy en una plaza vacía
en el vacío de un mundo
en que mi memoria no existe
por ser varias memorias
vanas palabras que nadie escucha
que repito cada vez con menos
convicción y sin medida
en esa plaza vacía estamos memoria a memoria
bostezando al sol sin más futuro que las horas
encierro con dos hojas de cerezo
una luciérnaga
con su luz ilumino una gota de sangre
que difunde en el agua con la lentitud
de un proceso casi imposible
la luz de la luciérnaga forma una familia
de curvas de color en la superficie
compleja de la nube de sangre
que se levantó del sustrato del agua
para formar una lágrima frente al insecto
no sé salir del charco de sangre
preso de un medio en el que el azar me vence
sin poder soñar en otro yo que en el que sangra
la sangre sigue su camino lento
la luciérnaga pone a funcionar toda la luz
hasta que logra entender un mensaje
allá lejos
vuela
entiendo el título que puse al poema
recién ahora cuando la verdad se anuncia
como un ajedrez en que las manos
sostienen un trebejo con forma de beso
un beso antiguo como nuestra infancia
son invisibles manos de recuerdos
tengo que poder encallar la nave
que nos aplasta sin remedio la memoria
para hacer llegar el sentido
de ese beso en suspenso
de esta carta urgente
de esa palabra por la que sangraba
sin estar enterado
de que me quedaría exangüe
en la palabra de la infancia
en ese abrazo prolongado
en nuestra supuesta eternidad
yo siempre supe que nos habíamos amado tanto
aun mediando una distancia y un silencio
que ponía misterio a la poesía
entiendo ahora el título
que había salido de mí sin comprenderlo
ahora sé qué palabra es la que sangra
desde qué palabra estoy sangrando
de dónde viene ese dolor que tanto pesa
hacia dónde se estaba yendo mi mirada
cuando se perdía errabunda
en la poca luz que queda
después del último beso
un abismo en la luz
la sombra
tiempo y niñez
un encuentro ya lejano
la congoja de soportar extenuado
un dolor que pesa tanto
para César Daniel
el mito de la conjunción
el desayuno insinuado en un parque
la sonrisa de un enano en un burdel
los cangrejos devorados en la playa
las mujeres desnudas en el baile
las alas de murciélago plagadas de chinches
que las sostienen al aire clavadas
el mito de la muerte
la situación de los dos mediodías por día
la congoja por los saltos del termómetro
la parsimonia de un anciano
cruzando un parque atestado de nada
en todos los destellos de luz
ese viejo cree reconocer
su viejo sol
las estrellas que lo acompañan
en verano
las que estaban allí cuando lanzó
ese beso a una aurora espléndida
que después fuera su esposa
sigilosa la noche se cuela en la nada
inunda el velo de muerte
los besos perdidos
la memoria débil la frágil palabra
todo está dibujándose
en un horizonte turbio
que se mece sobre un mar
plagado de torbellinos