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Juan Carlos OnettiJuan Carlos Onetti

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Ganador del premio Cervantes y considerado para el premio Nobel, Juan Carlos Onetti es un escritor olvidado, menospreciado, recluido en el culto de pocos admiradores. No pertenece al boom. Su nombre se pierde entre la parafernalia de escritores premiados como García Márquez, Vargas Llosa, Fuentes, Cortázar y Borges. Ahora, a cien años de su nacimiento, se escribe un poco sobre él, en Sudamérica se le compara con Rulfo. Incluso, parte de su fama, se la debe a la admiración pública de otros escritores.

Su biografía es similar a la de sus contemporáneos. Estudiante de derecho, abandonó la escuela para desempeñar distintos oficios. Sin embargo, desde joven frecuentaba las oficinas de periódicos y revistas.

Su vida profesional transcurre entre dos países, Argentina y Uruguay, debido a su trabajo en revistas como Marcha, Vea y Lea, y para la agencia de noticias Reuters. Mientras tanto, su vida sentimental es una serie de divorcios de los cuales no se sabe mucho, que hasta podrían ser material literario. Tuvo cuatro esposas.

Primero se casa con su prima María Amalia Onetti y viaja a Argentina, pero se divorcia después de poco tiempo. Regresa a Montevideo para luego contraer matrimonio con la hermana de su ex esposa, María Julia Onetti. La tercera fue Elizabeth María Pekelharing, compañera de trabajo en Reuters. Y la cuarta, y definitiva, Dorothea Muhr.

Sufrió, como otros escritores de su época, la persecución en su país. Encarcelado, cobró fama cuando se reunieron firmas para una carta al gobierno de Uruguay pidiendo su libertad. Lo liberaron al poco tiempo y se exilió en España. Nunca regresó.

Su obra es única. Fue un escritor pesimista, representante del lado oscuro latinoamericano. Tal vez ahí radica su falta de popularidad, la antigüedad, la distancia generacional del boom, su desapego por la esperanza en sus novelas. Sus personajes se muestran en una constante agonía, remordimiento, calculadores. Son incomprendidos y su naturaleza definida. Tristes, amargados y fatalistas, sin ninguna salvación. No es amable en sus historias. No endulza, no matiza la condición humana. Escarba en la inmundicia, en su propia experiencia, y escupe sin miramientos.

Una frase que a él se le atribuye sirve de ejemplo: “No sacrifiquen la sinceridad literaria a nada. Ni a la política ni al triunfo. Escriban siempre para ese otro, silencioso e implacable, que llevamos dentro y no es posible engañar”.

Como para otros escritores latinoamericanos, William Faulkner fue una gran influencia. Gran parte de sus cuentos y novelas se ubican en el pueblo ficticio de Santa María, una característica de Faulkner. Distinto al Macondo de García Márquez, Santa María no es un pueblo pintoresco. Es ordinario, Onetti expresa en él los vicios de la sociedad.

Su obra más representativa es Juntacadáveres. Una muestra precisa de su estilo, su protagonista, el hombre motejado como “Juntacadáveres”, pugna por la realización de su sueño, instaurar un burdel en Santa María. La felicidad, la ilusión, obtenida por un medio, de sobras conocido, como absurdo, es un tema recurrente en su obra. Ahí acuña una de sus frases más famosas. “Desde hacía muchos años su memoria era impersonal; evocaba seres y circunstancias, significados transparentes para su intuición, antiguos errores y premoniciones, con el puro placer de entregarse a sueños elegidos por absurdos”.

La instauración del burdel inicia el escándalo, representa la debacle del pueblo y sus endebles raíces. La lucha en contra del burdel es un pretexto para solventar su aburrida existencia. Desde el mismo Larsen —Juntacadáveres— y el sacrificio por el prostíbulo, la cruzada particular de Marcos en su contra, el doctor Díaz Grey relatando poco a poco la secuencia de eventos en su creación, y el cura Bergner, el supuesto mártir que acusa al pecado en Santa María, y hasta las mujeres que se reúnen para chismorrear.

A la par, la historia de Jorge, el joven fumador y borracho, que visita por las noches en secreto a Julita, la viuda de su hermano Federico. Julia la loca, que evoca a Federico ante sus ojos, la del embarazo ficticio, y el adolescente propalando su demencia.

En la historia la obtención de la felicidad no tiene precio ni límites morales, se encuentra la satisfacción desde el Gran Burdel, hasta ser el amor de una loca en sus desvaríos. Incide la poca esperanza de los personajes, de la vida del pueblo, en la incongruencia de sus actos. Más que seguir la historia, Onetti nos adentra al marasmo de la psicología de cada personaje para demostrar una tierra, un pueblo, en cierto tiempo y lugar.

Se adentra con dolor, con una decadencia singular de un escritor atormentado. Pero entonces, no por ser un escritor popular deja de ser talentoso. ¿Porque, entonces, cuál es el motivo de la literatura? Si no dilucidar sobre el alma y vida humana en el pesimismo de su existencia, y la fermentación de una lenta amargura.