Sala de ensayo
Roberto RéboraRoberto Rébora y el discurso de la imagen

Comparte este contenido con tus amigos

Roberto Rébora es uno de los pintores mexicanos contemporáneos más destacados del momento cuyo trabajo pictórico se constituye en una “prueba de vida”.1 Desde niño ha tenido un diálogo incesante con el arte, diálogo que lo ha llevado a lo largo del tiempo a descubrirse como artista y a descubrir el mundo, plasmándolo finalmente con la línea y la imagen en un espacio que nos narra los aconteceres diarios y vitales de la sociedad.

Dibuja desde los 16 años y fue “El hombre de fuego”, de José Clemente Orozco, en el Hospicio Cabañas en Guadalajara, México, la obra que definitivamente lo indujo al arte. “El hombre de fuego” es una imagen con tres figuras humanas que representan el aire, la tierra, el agua y el fuego como elemento creador, fuego que encendió en Rébora el arte que en sí se estaba gestando y que desde aquel día adquirió otra dimensión porque es lo que hasta ahora ha sido su vida. Dice Rébora que cuando él vio la imagen quedó petrificado y “helado por los trazos rojo, negro y blanco de Orozco”,2 después de ese encuentro, él continuó yendo al Cabañas para copiar los dibujos del artista, quien lo dejó marcado y para siempre.

En sus años de formación, su obra se destacó por el uso del color y no tenía técnica, tuvo un largo período de “crisis artística” como él la llama y subsecuente a ello pinta “La niña precoz”, obra que podría determinar la infancia o la niñez de su obra. Sobre esta etapa de su vida-obra nos dice el poeta José Kozer:

“...los cuerpos, investidos del semidesnudo, aparecen separados, dándose varias veces la espalda, ocultándose entre sí, sea antes o después del coito. Se trata de cuerpos heterosexuales u homoeróticos, qué más da: todos tienen en común el cansancio, la dejadez de una carne ajada, gastada y quizá mancillada, revestida de unas ropas desaliñadas, a las que acompaña el descuido (casi lo podemos oler) y suciedad de unas sábanas desordenadas”.3

Dice Rébora: “las pinturas de los niños erotizados y perversos, dejaron de serlo para convertirse en jóvenes y adultos. Mis figuras han crecido en edad de manera imprevista y natural. Ese universo donde la ligereza, el juego y la travesura eran esenciales, llegó igualmente a su fin: se había desgastado”.4 Lo importante ahora era el dibujo y un trabajo más emotivo, sus pinturas representaban las cosas y lo hacían de manera inmediata. La línea y el espacio empezaron a tornarse hacia él y definen lo que hoy es su obra. En el espacio parecen fundirse los colores y las líneas, el espacio abraza al tiempo y las figuras humanas nos cuentan historias, reproducen el mundo, muestran soledades. Algunas veces, esas figuras están de espaldas, sentadas o mirando por una ventana al cielo, no tienen los rostros definidos quizás como símbolo del desencanto y el desencuentro con el mundo, sin sentidos que representan el sinsentido de la vida y la melancolía.

La multitud y las figuras bien definidas son como la palabra del poema que lee en voz alta en su estancia. La cercanía de la poesía en la obra de Rébora también se debe a la imprenta vigilante y hacedora del milagro, se trata de una imprenta que tiene en su taller. Pintura e imprenta, dibujo y poesía, espacio y poema, significan para el artista la conjunción de dos formas de expresión que instituyen la belleza y materializan los sueños que con ahínco comparte con nosotros en su obra. Con la pincelada se extiende la palabra y en la relación existente entre el libro, la imagen y la palabra se aúna también el silencio.

En sus cuadros más recientes los colores tenues se mezclan con el rojo como la “luna grande”, la “luna roja” de Lorca que presagia la muerte. Los cuadros son un canto que se ve interrumpido por la sangre derramada, por la violencia que rescata el espacio o por la violencia que se impone en él. Una ventana “Frente al cielo”, que es otra de sus obras, dirige nuestra mirada al más allá, a la esperanza vacía que se torna azul, blanca, invisible. Una ventana enmarcada con el rojo tierra, de la tierra que habitamos y que hace posible la melancolía. La figura que se observa en el cuadro se encuentra de espaldas y no podemos ver su rostro tal vez, desdibujado en el espacio.

Una figura femenina se postra en “Rebelde” con su cuaderno de notas también en rojo. Ha escrito su pena en las hojas, mientras que su alma roja, un alma grande que casi la ocupa toda se yergue imberbe para ser reconocida, solamente, por la tela. De nuevo y como en otras obras, el rostro de la figura no se distingue, no hay sentidos y es imposible distinguir el dolor o la ausencia por la cual está sufriendo. La posición desvaída denota la tristeza por un destino que seguramente no puede ver, ni oír, ni sentir, ni oler, tampoco tocar porque sus manos difusas se las guardó el maestro Rébora para sí. Rébora utiliza esas manos para seguir el camino azul que como trasfondo impuso en el cuadro, parece un azul abisal, un azul profundo encontrado en el fondo del mar, donde el espacio se asfixia, al igual que la figura. Ya no se puede respirar.

En “Melancolía” Rébora continúa con el azul, ahora toman lugar el amarillo y un poco de verde. El rojo se ha marchado, se ha ido con la “luna roja” a otro cielo, a uno menos oscuro o menos claro para presenciar el destino fatal de Lorca y de cuantos hemos sido abrasados por su palabra o por el bum de la locura:

Por el llano, por el viento,
jaca negra, luna roja,
La muerte me está mirando
Desde las torres de Córdoba.

La muerte no tiene los colores que están en este cuadro, el maestro nos presenta el resultado del día en que la Parca llegó y fue tomando lo que era suyo; en otras obras la Parca se había vestido de rojo pero ahora esta figura, también femenina, evoca el tiempo que se fue o que dejó ir dejándola postrada e igualmente sin rostro. Aquí, esa figura ya no tiene en dónde escribir la imagen, ni en dónde dibujarla, se le nota roída por el tiempo y el silencio, no hay lágrimas pero el cuadro en sí podría ser una, algunas veces las lágrimas son azules o azules con verdes destellos, verde tierra, tierra que nos conduce a un exilio voluntario. Ella está exiliada del rojo y del arma que en algún momento buriló su creación, el pincel tampoco está pero hizo cándido el suelo que la vigila, amarillo.

La “Mariposa” se ha estrellado en un azul más tenue y conversa con el blanco en el vacío. No hay una línea que defina la forma certeramente, el espacio abraza la figura y hace líquida la dialéctica de la obra, la que se nos va y nos deja esperando el diálogo contenido en los colores más fuertes. Parece un sueño vuelto bocarriba, una imagen que se va desdibujando porque los trazos no permiten reconocerla. Es el frenesí de la vida, del maestro, parafraseando un poco a Calderón de la Barca, es la ilusión, una ficción traída a la intemperie, un bien expuesto a los sentidos y los sin sentidos de sus imágenes:

¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

En este cuadro el sueño adquiere una dimensión material, con colores, sin horizontes, sin la violencia roja que azotó otras formas y otros espectros, otro tiempo, otras palabras que se fugaron de los libros de poesía. La figura es indefinible pero es la imagen que pronostica el poema y augura aún, los versos que no han sido escritos.

A Roberto Rébora no sólo le signan las formas y los colores sino que también escudriña en la poesía y en sus propios sueños, las imágenes. Nos narra siempre una historia sacada de la realidad o de su vigilia porque el rojo, a veces, no lo deja dormir y esa vigilia se confunde con la angustia que también se traduce en la tierra, en la sangre o en el azul que apacigua el lamento de los hombres, cuando se lanzan de cabeza a una vida que sólo se define con el blanco y el negro. Colores que no se necesitan en la obra de Roberto Rébora porque sus manos cifran otras saudades indefinibles e infinitas.

 

Notas

  1. “Roberto Rébora: pruebas de arte, pruebas de vida”. Entrevista de Javier Jiménez.
  2. “Roberto Rébora: pruebas de arte, pruebas de vida”. Entrevista de Javier Jiménez.
  3. Revista de la Universidad de México. “Rébora, el desencuentro erótico”, José Kozer.
  4. “Roberto Rébora: pruebas de arte, pruebas de vida”. Entrevista de Javier Jiménez.