Entrevistas
James Cañón
“Escribir es una profesión que necesita de cierto aprendizaje y de mucha práctica”

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Quien haya estado pendiente de las noticias de los premios literarios, en los últimos años, seguramente se formará la idea de que la literatura colombiana vive un buen momento. Y no estaría equivocado; hay un proceso que se gesta, o que se viene gestando desde hace varios años, que ahora nos hace mucho más visibles las cabezas de sus mejores exponentes. La lista ya es considerable: Laura Restrepo, que ganó el premio Alfaguara en el 2004 con muy buenos comentarios de la crítica; Mario Mendoza, el Seix-Barral en el 2002; Fernando Vallejo y William Ospina, que se hicieron del prestigioso Rómulo Gallegos del 2003 y 2009 respectivamente; Evelio José Rosero, que con su labor callada y férrea disciplina literaria se echó al hombro el Tusquets de Novela y el del diario The Independent a mejor novela de ficción traducida en el 2009; y también, aunque a algunos no les agrade la idea, Ángela Becerra, con el Premio Planeta Casa de América 2009. Y no es sólo esta lista, que ha sido bendecida con el beneplácito de un premio, la que lleva en sus hombros el actual momento que vive la literatura colombiana; no, hay más autores, aunque este no es el momento para mencionarlos. Si bien estos reconocimientos han puesto el foco de luz sobre estos nombres, de alguna manera, al menos en Colombia, hemos sido testigos del proceso en cada uno de ellos. Quiero decir que no son escritores que aparecieron de un momento a otro, tras el chasquido de unos dedos mágicos; no, en cada uno de ellos se ha evidenciado un proceso que poco a poco ha ido ganando en madurez. Pero si a uno le dicen que hay un colombiano llamado James Cañón, al que le han traducido su novela a ocho idiomas (francés, alemán, italiano, holandés, español, coreano, hebreo y turco) y que además ganó uno de los premios más importantes en Francia, el Prix du Premier Roman Étranger, que se concede anualmente a la mejor primera novela extranjera traducida al francés en el 2008, uno no puede dejar de preguntarse a qué horas sucedió todo esto. La novela ganadora, originalmente escrita en inglés, fue Tales from the Town of Widows & Chronicles from the Land of Men (Cuentos de la Aldea de las Viudas y Crónicas de la Tierra de los Hombres), traducida al francés como Dans la ville des veuves intrépides (En el pueblo de las viudas intrépidas). Es así, la novela no fue escrita en español, James Cañón no escribe en español; pero la historia que da forma y sostiene la novela es tan colombiana como él. De alguna forma esto nos recuerda que asuntos como el arraigo y la identidad no residen únicamente en el lenguaje, pues tienen la peculiaridad de aferrarse a nuestra esencia, sin importar qué tierra haya bajo nuestros pies.

 

—Pese a que recientemente en el medio hemos escuchado de usted, cuéntenos por favor quién es James Cañón y, sobre todo, en qué momento surgió en usted la literatura desde la perspectiva de la creación.

—Soy colombiano. Soy ibaguereño. Soy el cuarto de cinco hermanos. Soy publicista de la Tadeo. Soy un cantante frustrado. Soy agnóstico. Soy feminista declarado. En los 90 me fui a Nueva York a aprender inglés por un año y me quedé. Cuando estaba trabajando en publicidad decidí tomar un par de cursos en la New York University: uno de reducción de acento en inglés (ése fue dinero perdido), y otro de gramática avanzada. Para la clase de gramática se me ocurrió escribir un cuento de tres páginas llamado “The last ‘Our Father’ ” (“El último Padrenuestro”). Al profesor le gustó mucho, entonces escribí otro, y luego otro más. En realidad los cuentos eran malos y la gramática peor aun, pero por primera vez en mi vida sentía verdadera pasión por algo. Seguí trabajando en publicidad y escribiendo cuando me quedaba tiempo. Pero llegó un momento en que escribir como pasatiempo no era suficiente. Entonces decidí darme a mí mismo la oportunidad de hacerlo como profesión. O lo intentaba en ese momento, o ya nunca lo iba a hacer. En cuestión de un mes renuncié a mi puesto en la agencia de publicidad y me conseguí un trabajo de camarero en un restaurante. No ganaba muy bien, pero era suficiente para vivir. Así duré casi dos años. Cuando ya tuve suficiente material, me presenté a la Columbia University para hacer una máster en creación literaria... Cuando terminé el máster, ya tenía una idea clara de la novela que quería escribir. Tardé 4 años escribiéndola y uno más tratando de venderla.

No hay en mi historia un momento de epifanía. Simplemente un día descubrí lo que quería hacer con mi vida y no lo pensé dos veces.

—James, sabemos que vivió en Estados Unidos y ahora está radicado en Barcelona; sin embargo, el escenario de su primera novela es Colombia. ¿Qué tan estrecha es su relación con Colombia en estos momentos? Lo digo porque es posible que, con el tiempo, una posible distancia pueda influir en la sensibilidad que aún tiene frente a estos temas.

—Mira, yo llevo 17 años fuera de Colombia (16 de ellos en Estados Unidos), pero mi relación con Colombia es bastante cercana. A nivel emocional porque toda mi familia está en Colombia. Hablo con mis padres día de por medio y me comunico frecuentemente con mis hermanos. Y a nivel cultural e intelectual porque así lo he querido. Leo los periódicos colombianos todos los días y regularmente leo columnas de opinión y editoriales de los principales medios escritos. Trato de mantenerme actualizado en materia política, económica y social. Entonces, en mi caso particular, esa sensibilidad de la que hablas no tiene nada que ver con mi lugar de residencia. Yo me esfuerzo por mantener lazos con Colombia y escribo acerca de Colombia, no por el simple hecho de ser colombiano, sino porque lo veo como un compromiso social. Un libro es un excelente medio de comunicación, un vehículo para transmitir ideas y crear (o despertar) conciencia social. Cuando tienes el privilegio de ser leído, entonces vale la pena considerar el comprometerte con alguna causa, sea social, política, ideológica, científica o histórica.

—Usted escribe en inglés y en inglés escribió su primera novela publicada, Tales from the Town of Widows & Chronicles from the Land of Men (Cuentos de la Aldea de las Viudas y Crónicas de la Tierra de los Hombres). Quiero decir que su carrera literaria nació y ha sido reconocida en inglés; sin embargo, ¿escribe también algo en español, aunque sea sólo para usted, como ejercicio literario?

—Si tenemos en cuenta que “escribir” literatura abarca todo el proceso desde la concepción de una idea hasta su publicación, entonces tengo que decir que siempre escribo en inglés Y en español, aunque el resultado final sea en inglés O en español. El mío es un proceso muy interesante de traducción simultánea, en el cual mis ideas surgen en español y eventualmente las transformo en composiciones en inglés y viceversa. Cuando dominas dos o más idiomas, separarlos por completo es casi imposible. Entonces terminas por combinar las virtudes de ambos. El resultado es un lenguaje propio enriquecido con tus propias vivencias, pensamientos y sentimientos adquiridos en cada idioma y cultura. Lo mismo me ocurre cuando el resultado final es un cuento o un poema en español; siempre habrá en ellos ideas, sensaciones y giros lingüísticos que he tomado prestados del inglés.

Así, cada idioma me representa de manera diferente, pero, al mismo tiempo, cada idioma lo hace más genuinamente que el otro.

—Usted hablaba en una entrevista reciente de la inclinación manifiesta en sus obras hacia el papel de la mujer en la sociedad. ¿Cómo cree que surgió esa especie de fascinación por el tema femenino?

—Tengo que darle el crédito a las mujeres de mi familia, en especial a mi madre y mi abuela paterna. Ambas han sido mujeres extraordinarias, ejemplares, fuertes y valientes. Ambas lograron lo que quisieron de la vida, una con su silencio y serenidad, la otra con su personalidad arrolladora y su vitalidad. Desde niño me he rodeado de mujeres como ellas. Pero bastó con mirar a mi alrededor para darme cuenta de que no todas las mujeres de mi país logran lo que quieren de la vida. La gran mayoría está en franca desventaja socioeconómica, política y laboral con respecto a los hombres. La participación de las mujeres en el conflicto colombiano tampoco es un tema que haya sido estudiado ampliamente. Los largos caminos que ellas han recorrido como soldados, como sobrevivientes y como víctimas de la violencia aún no han sido debatidos como debe ser, ni sus graves implicaciones han sido entendidas en su dimensión.

La igualdad de géneros no es un simple concepto, ni algo por lo que deberíamos estar luchando en pleno siglo 21. Es un derecho de todos, una necesidad. Alguien dijo que los hombres nunca seremos libres hasta que se logre la igualdad entre los géneros. Yo estoy absolutamente de acuerdo.

—Hace poco estuvo en París, con algunos escritores latinoamericanos como Wendy Guerra y Alan Pauls, quienes, pese a haber sido traducidos a diferentes idiomas, escriben en español. ¿Cómo ha sido la experiencia de compartir con escritores latinoamericanos de su generación? ¿Alguna afinidad particular que quiera destacar?

—Conozco pocos escritores latinoamericanos de mi generación que escriben en español, pero a los que he conocido los siento muy comprometidos con su arte y los veo haciendo un trabajo serio. Esto lo deduzco luego de leer sus libros. No te puedo hablar acerca de la experiencia de compartir con ellos porque nuestros encuentros se han limitado a mesas redondas aburridas.

—Para muchos escritores en ciernes, y otros que ya no lo son tanto, el mundo editorial está al otro lado de una barrera infranqueable; incluso, en casos en que el autor reúne las condiciones para sobrepasarla. Siendo usted, en un inicio, un nombre desconocido, nos gustaría que nos contara cómo fue esa experiencia. ¿Cree usted que el mundo editorial norteamericano también supone esas dificultades que vemos en el medio latinoamericano?

—Desconozco cómo se mueve el mundo editorial latinoamericano (aunque tengo mis sospechas) pero te puedo decir que el norteamericano es perverso. En primer lugar, ninguna editorial recibe un manuscrito que no venga de parte de un agente literario. Entonces el primer paso para todo escritor en Estados Unidos es conseguir quien le represente. Esta labor puede tardar meses e incluso años. Personalmente, me tomó 9 meses encontrar a quien hoy es mi agente, pero tengo un compañero de la universidad, un escritor excelente, que lleva 6 años tratando de conseguir quien lo represente. La excusa de todos los agentes es la misma: “Tus manuscritos son demasiado literarios. Buscamos algo más comercial”. También sé del caso de una chica a quien su agente le sugirió que abandonara la novela histórica que estaba escribiendo y se dedicara a escribir novelas de crimen y misterio, porque esas son las que venden, sin importarle que a ella ese género no le interesa en lo absoluto. Otra situación que se está viendo cada vez con mayor frecuencia, es que los editores norteamericanos ya no quieren editar, entonces sólo compran novelas que estén listas para ser publicadas. Eso ha dado paso a una nueva profesión, que son los llamados “doctores de manuscritos”. Por una suma que puede oscilar entre los 5 y los 10 mil dólares, estos personajes se encargan de corregir tu manuscrito antes de que tu editor lo vea. Naturalmente ese dinero sale de tu bolsillo. Historias como estas hay muchas.

—Los talleres literarios y en general la academia alrededor de la creación literaria tiene sus seguidores y sus detractores. Usted, al parecer, es muy afecto a ellos. ¿Cuál es su opinión al respecto?

—Cuando alguien quiere ser abogado, tiene que ir a una escuela de leyes o de lo contrario terminará siendo lo que llamamos un tinterillo. Cuando alguien quiere ser médico, va a una escuela de medicina o terminará siendo un simple curandero. Los arquitectos van a las escuelas de arquitectura y los pintores a las escuelas de bellas artes. Entonces, si quieres ser escritor, ¿por qué no formarte? Yo pienso que la diferencia está en la percepción que se tiene de la creación literaria. Se le ve como un hobby, un pasatiempo que se practica fuera de las horas de estudio o de trabajo. No se le ve como una carrera a seguir. Se piensa entonces que la literatura no tiene metodologías, que no es algo que se pueda aprender.

Pero los tiempos han cambiado. Escribir es ahora una profesión que, como cualquier otra, necesita de cierto aprendizaje y de mucha práctica. Hay muchos aspectos de la creación literaria que pueden y deben ser enseñados antes de comenzar tu carrera como escritor. Eso sí, tiene que haber un talento inicial, y mucha disposición. El talento no te lo van a enseñar en ningún taller, pero un buen profesor sí está en capacidad de seguir tu tren de pensamiento, de identificar tus tendencias intelectuales y tus inquietudes lingüísticas, y ayudarte a afinarlas y a plasmarlas en el papel de la forma más creativa. Un buen profesor también te ayuda a encontrar y/o desarrollar tu sensibilidad artística, que es la esencia misma de todo escritor.

Así como en una sala de clases de universidad se reúnen personas con intereses similares, en un taller literario se reúne un grupo de escritores que comentan y critican sus escritos desde puntos de vista culturalmente diversos, y que comparten experiencias, creando así una comunidad que se retroalimenta. Esa comunidad es especialmente importante para un escritor porque rompe con la soledad asociada con la profesión.

—Su novela trata de una revolución femenina gestada a raíz de una situación coyuntural, aunque en realidad no tanto, en medio del conflicto colombiano. ¿Cree usted que, en paralelo con todo lo que actualmente vivimos en Colombia, pueden estarse gestando otro tipo de revoluciones que aún no alcanzamos a intuir?

—Espero que sí. Soy partidario de la revolución permanente, la revolución sin violencia, la que no deja muertos, heridos, viudas, huérfanos o desplazados, pero que transforma y mejora el gobierno y el orden social de un país. Todo gobierno por bueno que sea (y el nuestro está lejos de serlo) puede renovarse o perfeccionarse. Y estos cambios se pueden lograr a través de protestas pacíficas, saliendo a la calle y manifestándonos a favor de nuestros derechos o en contra de las arbitrariedades de algunos, o escribiendo columnas de opinión acerca de las cosas con las que no estamos de acuerdo, o denunciando públicamente la corrupción, o discutiendo con alguien temas de interés público. Colombia ha soportado más de 40 años de guerra con paciencia y en silencio. Nuestra meta ahora debe ser el cambiar ese silencio y pasividad por conciencia política y social, por reacciones. Por eso fueron tan importantes las demostraciones que se llevaron a cabo el año pasado. Porque con ellas se demostró inconformidad en ambos bandos y eso es importante, pero sobre todo porque fueron demostraciones civilizadas.

—¿Qué lee? ¿Cuáles cree que son sus mayores influencias?

—Hablar de influencias ahora, cuando sólo tengo una novela publicada, es un poco apresurado. Es un término que, en mi opinión, debe estar reservado para una obra.

Por ahora trato de leer de todo un poco. Sin embargo, dado que mi formación no es literaria, me inclino más por los autores clásicos que por los contemporáneos. Hawthorne, Gogol, Sherwood Anderson, Anatole France y Dickens son algunos de mis escritores favoritos. Otros que me gustan mucho pero que he leído menos son Flannery O’Connor, Willa Cather, Edith Wharton y Calvino.

—¿En qué anda ahora, cómo va su próxima novela?

—Estoy tratando de terminar el primer borrador de mi segunda novela. Lo único que te puedo adelantar es que los dos temas centrales son la religión y el desplazamiento forzado. La historia gira en torno a una heroína y un peligroso viaje que eventualmente le cambiará la vida. Será una novela conmovedora, divertida, revolucionaria, y seguramente muy distinta a cualquier novela que hayas leído hasta ahora.