Letras
Querida Helena

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“Let your soul be your guide”
Sting

Valencia, diciembre de 2006

Querida Helena:

Nuestra última conversación se me ha quedado grabada, como esas canciones pegajosas que se repiten una y otra vez en la mente. Aún no lo creo. De pronto un día llegamos al café del mes y me dices que te marchas. Ya está bueno de este país, ya no soportas matar ni un tigre más. No piensas seguir mendigando por un trabajo en las oficinas de las empresas, para luego tomar el piche contrato de 6 meses. Ya te cansaste de leer los anuncios y ver que no existe un trabajo para ti porque todos dicen: SEXO: MASCULINO. Y bueno quién se cala a tu mamá que tanto te dijo: “Eso de la ingeniería, de la construcción, es para los hombres”. Pero tú tenías ese don para los números, para las reglas T, podías leer planos y para ti no eran simples líneas en papel cebolla, veías con toda claridad el piso de cada edificio construido uno sobre otro, las vigas, sus pernos. Tú podías sentir eso de caminar por sus pasillos antes de su existencia. Y ahí, en ese pasillo imaginario, no existe el sexo, ni la experiencia, ni la edad, ni el “problema” de la maternidad.

Me acuerdo de tu tesis, a veces la releo, me siento tan orgullosa de ella. De alguna manera también fue mi triunfo, fuiste mi primera alumna con mención publicación, luego el brindis, la fiesta y de repente un día te levantas sin nada que hacer. Yo lo entiendo, sé que levantarse tarde todos los días nos mata, el techo del cuarto a veces parece caernos encima. Siempre parece el mismo día, la marcha del reloj parece algo estúpido, una marca apenas para señalar el amanecer. Y después viene apuro de la familia para que te cases. ¿Qué pasó con el novio? ¿A dónde va eso? ¿Cuándo te casas? Como si una no tuviera algo que hacer primero. También puedo comprender ese agobio que se acumula en tu estómago cuando estás haciendo cualquier cosa menos calculando un edificio. Te enferma transcribir las tesis mal hechas de otros, y escuchar que a sus autores les importa un pepino que no sirvan para nada, porque sólo quieren el título para irse del país. Saben que no les va a servir de nada afuera, pero igual lo quieren. Yo también me sentí desplomada cuando me dijiste lo de tu amigo, el que renunció a la empresa para dedicarse a manejar un taxi, porque eso le pagaba mejor. Y con eso puedo entender perfectamente tu idea de irte. Al fin y al cabo, dicen que se puede vivir dignamente en otros lugares manejando un taxi o transcribiendo tesis. Si el tigre parece un destino, ¿por qué no hacerlo en un lugar donde sea más rentable?

Y hasta parece la conclusión de un teorema lo que acabo de escribir. Tiene un peso tan lógico eso. Pero yo te quiero pedir, Helena, que lo pienses mejor. Bueno, para serte sincera, lo que te pido es que no lo hagas, quédate. Porque ya transité por esas vías; bueno, más o menos. Yo ya busqué el cobijo del cheque seguro. Aunque eran tiempos menos difíciles y en ese entonces uno no pensaba en emigrar, pero fui alumna de excelentes notas y también huí, me escapé del hartazgo de la búsqueda: me refugié de nuevo en la universidad, y el tutor de mi tesis me hizo la segunda, como dicen ahora, y conseguí unas horas de laboratorio, de ahí a la cátedra y finalmente soy la flamante profesora titular. Pero cómo extraño a veces el sol de la obra, el ritmo febril de las inspecciones, del mundo que parece pasar. De los nuevos materiales que conozco sólo cuando los alumnos hacen sus tesis. Mientras yo sigo dictando los mismos principios de los mismos libros, de las páginas amarillas de mis apuntes, sin nada nuevo que decir, porque la novedad me parece que está en la calle, en las construcciones polvorosas. ¿Y sabes qué se siente? Pues me siento a veces como una farsante, como esos loritos con cédula que repiten todo cuanto leen en los libros y lo olvidan dos minutos después del parcial. Y como tu ex tutora y amiga, te escribo porque no tiene sentido cargar con esa pena, si lo haces, cada quincena, cada fin de mes ese chequecito te sabe a fracaso, a promesa incumplida. Porque emigrar es una decisión que se hace por razones mucho más pesadas, no lo hagas por el carro o por la casa, porque después de tanto trabajo para conseguirlo vas a sentir que no lo vale. Y además, tu verdadera frustración está en sentir que el título de ingeniero (o ingeniera como dirían algunos) es un adorno en la pared, ¿para qué valieron todas esas horas de estudio y esfuerzo si ahora nadie quiere contratarte? Y bueno, yo te voy a repetir algo de una película que vi hace tiempo: “no somos lo que hacemos”, y eso significa que no es el cheque, ni las utilidades en diciembre lo que dice nuestro verdadero valor. La verdadera importancia del trabajo está en sentirnos útiles, amiga, eso es lo que te lacera ahí bien adentro: no sentirte útil, el trabajo nos da parte de nuestro propósito en la vida, es una dirección, un camino para cada mañana.

Por eso creo, mi querida ex alumna, creo que hemos puesto la carreta delante de los caballos, porque tal vez lo primero sea pensar: ¿cuál es el Propósito? Así con P mayúscula bien grandota, ¿cuál es el camino? Y más allá de eso: qué me motiva a estar aquí y ahora. Y eso no es fácil, lo sabré yo, que llevo años haciéndome la pregunta. Pero bueno, creo que si eso se responde es más sencillo encontrar las puertas que se nos abren.

Ahora que escribo eso de las puertas déjame explicarte mi teoría: una vez soñé que estaba en un pasillo muy oscuro y lleno de puertas infinitas, yo estaba desesperada por salir de ahí y las halaba todas, pero ninguna abría. Y no importaba cuánto más caminara, las puertas siempre estaban cerradas. En un momento me detuve y trataba de pensar en el porqué de ese encierro, y entonces pude ver unas escaleras que no pude ver antes por el apuro. Bajé por ellas y caí en otro pasillo, también oscuro y lleno de puertas. Cuando halé la puerta caí en cuenta de mi error: estaba halando en lugar de empujar. Decidí entonces empujar y crucé la puerta. Luego me desperté, pero estaba tan tranquila, tan aliviada.

Fue el desespero que me cegó, quizá todas las demás puertas sí abrían, pero no las empujé, las halé. Me detuve un momento, encontré un Camino y en esa vía sí hallé la puerta correcta. Y yo a veces te siento como en ese pasillo, halando todas las puertas. Y uno se siente poca cosa y rechazada, fallando ante una simple puerta, pero acaso ¿no son las entrevistas tan simples como las puertas? ¿Y estas puertas son capaces de decirme cuánto valgo? ¡Pues claro que no! Y está el primer secreto, me parece: cada rechazo es simplemente una puerta que no se abrió, tal vez porque la halo en lugar de empujarla o simplemente no era la puerta que estoy buscando. Si no devuelven mis llamadas es porque sencillamente no hay nada ahí para mí.

Por eso mi último consejo como tu profesora, antes de irte, es: detente un segundo, sólo detente y mira, tal vez hay un camino que no has recorrido, si después de ver esto sigues un camino y te lleva de nuevo al aeropuerto, pues que así sea, ese traslado es entonces parte de tu destino, es una de tus puertas y quizá al otro lado del Atlántico está la forma correcta de abrirla, pero si resulta que tu camino sigue aquí, entonces estarás muy lejos.

El mes pasado me pediste mi orientación y no pude hilvanar todas estas ideas, por eso te las paso por escrito y aunque a veces la lógica cae como un ladrillo y nos arrastra con todo su peso muerto, el corazón nos dice que hay algo incorrecto en esa caída. Deja que sea tu corazón la brújula, a veces esa es la única guía para llegar a nuestro camino y la única llave de nuestras puertas.

Me despido con mucho cariño...

La Profe.