Letras
La pérdida de la inocencia

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Sentada enfrente del espejo veía en quién se había convertido. Su camerino estaba vagamente iluminado, sólo un par de bombillas iluminaban la que antaño había sido una bonita cara, ahora estropeada por el tiempo, que no había sido bueno ni generoso con ella. No sabía dónde estaba, las calles de la ciudad se habían sucedido una tras otra, horas antes cuando había llegado, pero no recordaba sus nombres, no eran más que las paredes que la aprisionaban y ahogaban. Grises. Frías. Todas iguales. Todo se movía a demasiada velocidad y no tenía tiempo para apreciar sus formas, ni siquiera las siluetas que creaban las luces y sombras. Preguntaba dónde estaba pero pronto se le olvidaba, tan sólo era un lugar más que terriblemente se parecía a los anteriores. Sólo un nombre más en una interminable lista de ellos que parecían no acabarse nunca. Tenía recorridos demasiados kilómetros bajo sus pies en muy pocos días como para ser capaz de asimilarlos. Cada noche estaba en un sitio diferente pero a la vez en el mismo. Las mismas letras. Los mismos acordes. Los mismos carteles anunciando que no había más localidades. Los focos del escenario ya no le dejaban ver más allá aunque lo intentara con todas sus fuerzas.

Comenzó a maquillarse. Ya no le encontraba sentido a nada si no interpretaba el papel que todos esperaban que representara. Su vida consistía en complacer al resto y así había sido desde que podía recordarlo, pero en algún punto se olvidó de sí misma y por mucho que trató de volver atrás no la encontró. Asustada se había escondido en medio de la oscuridad y ahora no había forma de hacerla salir. Sabía que llegaría un momento en el que todo se acabaría. En el que su personaje no fuera requerido en escena. Ese día no habría más remedio que terminar con él, apuñalándolo con la última frase del guión. Ella se desvanecería con él, ya no existía si no era por la necesidad de representarlo una vez más. Era una droga y cada vez la necesitaba más. Nunca estaba satisfecha y por dentro estaba acabando con ella. Todo había comenzado y terminado cuando dejó de saber diferenciar el rol que tenía sobre el escenario y el que debía adoptar para afrontar su vida diaria. Había tratado de tocar el sol y lo había conseguido, sus dedos le quemaban y ya no quedaba nadie a quien pedir ayuda. La fiesta había acabado, pero le consolaba el pensar que no estaba más sola que cuando estaba rodeada de gente. Ya no tenía un lugar al que volver. Todo lo que tocaban sus manos se acababa rompiendo en mil pedazos. Había sido destruido. Ya no podía estar presente una habitación sin causar rabia. Ira. Rencor. Sus acciones incidían en la vida de más personas de las que hubiera deseado.

Sus facciones mostraban el cansancio acumulado con cada movimiento del reloj. Hacía días que no era capaz de dormir más de un par de horas. Pero el maquillaje las taparía. Alguien nuevo florecería bajo la luz de los focos. La persona que siempre había querido ser pero nunca había conseguido, había pulido sus imperfecciones y eliminado sus defectos. Borraría la expresión taciturna que se difuminaba poco a poco bajo las pinturas. Ya no sabía en quién se había convertido.

Estaba completamente sola pero notaba que la vigilaban. Un escalofrío le recorrió la espalda. Estaban en todas partes. A cualquier hora. Incluso en aquel momento donde no había nadie más a su alrededor. Allí estaba su sombra, expectante ante cualquier movimiento que hacía. Sentía ciertos ojos analizándola y juzgándola a sus espaldas. Susurrando. Esperando una equivocación para señalarla con el dedo. Todo el mundo hablaba pero nadie escuchaba. No tenían tiempo. Pasaban de largo incluso cuando la veían caída en el suelo.

Suspiró. Su cabeza le dolía y se sentía un poco mareada, pero era indiferente. Aquel tiovivo no se iba a detener por ella. Había bebido demasiado. Las botellas vacías aún yacían sobre el suelo. Quería dejarlo, pero no podía. Lo necesitaba a pesar de su corta edad. La cicatriz que le había dejado una temprana pérdida de la inocencia era la justificación. Debía beber para olvidar el dolor que crecía y se intensificaba con los años. Las nubes se iban y por unos momentos parecía que no volverían, pero a la mañana siguiente cubrían de nuevo el cielo. Nunca llegaba a ser capaz de eludir la cruel y grisácea realidad en la que habitaban.

Sus molestias crecían a medida que la noche avanzaba hacia su destrucción para dar paso al día. Tenía un sabor amargo en la boca del que no era capaz de desprenderse. Lo había intentado con interminables y constantes encaprichamientos, noches eternas y deseos de cosas imposibles, pero todo eso había dejado de tener sentido.

Llamaron a la puerta. Se levantó de mala gana y abrió.

—En dos minutos sales al escenario...

El hombre esperó respuesta, pero nadie se la daría.

Cogió su guitarra y cabizbaja entró en el escenario, donde una vez más los focos la cegaron. Se había prometido que esta sería la última vez. Desde hacía más tiempo del que le gustaría, siempre se decía eso, pero siempre volvía. Era necesario.