La literatura es una de las excelentes amigas del hombre. Partiendo del entretenimiento, a través de la aportación de datos y conocimientos; logrando la excelencia artística, cuyos descubrimientos ponen de manifiesto los recovecos de las esencias, sobre todo, de esas realidades que no sean fáciles de observar en una mirada somera.
Las expresiones literarias abren un abanico para los encuentros con sus lectores; con él se manifiesta la diversidad, presente en cualquier manifestación humana. La obra escrita es, en sí misma, una lucha para ascender por los escalones del arte; desde lo inútil a lo imprescindible, con la necedad o con ideas espléndidas, también con la maldad o llena de las mejores intenciones, sin olvidarnos de la estética, ni de otros buenos fundamentos. Con un cierto paralelismo, el uso derivado de sus posibilidades es apasionante y diverso. Con las múltiples facetas de la lectura, todo un universo inacabado, quántico. Con repercusiones en los sectores sociales, inmediatas y retardadas, profundas o superficiales, materiales y espirituales, pasajeras o permanentes. Brotan sin freno y sin pedir permiso.
Esa visión a contraluz, con un ojo dirigido hacia lo oscuro e insondable. Con el otro presto a la perspicaz abertura de algún brillo; se expresa con nitidez en los tres autores que comento a continuación. Son un muestrario fiel del fondo artístico y la realidad circundante, aplicadas a la búsqueda permanente.
Por el túnel, con Ernesto Sábato
Desde el principio se proyecta el tono pesimista y lúgubre de enorme repercusión en sus escritos. Enarbola pronto un lema contradictorio, “...un solo túnel, oscuro y solitario, el mío”. Aunque eso de un único túnel propio, viene a resultar inexacto y hasta presuntuoso. Denota un énfasis inusual para colocarse en los terrenos donde la esperanza brille por su ausencia. El mismo se encargará de hacernos ver la existencia de otras sombras anónimas que confluyen con su túnel. La soledad, el hermetismo social y la ceguera, van ennegreciendo el panorama. No se trata de una cavidad simple, pequeña, sin luz, y llena de penalidades. Como nos describe muy bien, se ramifican pasadizos de curiosos contenidos, con asuntos e intensidades de calado bien distinto. Este autor no recorta las descripciones dificultosas, lamentables o tenebrosas; más bien las entrelaza sin fin.
Una de sus mágicas cualidades se instala en la inclusión de curiosas figuras en sus relatos, que se resisten a la negritud definitiva de su ánimo. Comenta los “estratos horizontales”, de personas con cuitas semejantes y aflicciones afines; situaciones que sobrepasan la pura casualidad, reflejan una serie importante de concordancias, de inquietudes comunes. Incluye la presencia de esos momentos en que surge el destello de una idea, se aprecia con claridad lo que permanecía fuera de la conciencia; impulsos para sentimientos o actitudes prácticas. No es posible la negación de determinados vínculos con la realidad circundante. Los hay que permanecen escondidos, secretos. Hablando o silenciando cada circunstancia, la cavidad oscura no es la única realidad.
Las peripecias sombrías dejan entrever, como sin quererlo, un mosaico de posibilidades. El que hubieran sido desdeñadas no es óbice para insinuarlas como puntos de apoyo, como fuentes de una vida mejor, en el fondo, más optimista. El que su protagonista se comportara de una manera compulsiva y maliciosa, es un lamento, un mal cruce de pasadizos; no lo presenta como solución, sino como una vida desajustada. Nos plantea también el siguiente claroscuro, la empatía del trato personalizado, opuesta al carácter atosigante de las masas, del gentío indefinido. Otra vía resolutiva, claro esbozo del trato directo, que con frecuencia echamos de menos.
Haruki Murakami, After Dark
Su aproximación a la negrura de la gran ciudad parte desde el aire, desde el avión en la noche; apenas se vislumbran pequeñas luces oscilantes cuando se aproxima el aterrizaje. La aproximación descubre nuevos horizontes. Una vez situados en la ciudad, cosa curiosa, detrás de cada opacidad aparecen personas reales, con sus propias vicisitudes; cada una de ellas con sus cualidades y sus preocupaciones. Como es evidente, basta mirarnos a cada uno de nosotros; las incógnitas y los misterios forman parte ineludible de cada humano. Y, mucha soledad, aislamientos persistentes, estupideces y una gran pasividad; cómplices así de las iniciativas tendentes a lo perverso, incluso malignas, liberadas por la indolencia general. Familias deslavazadas, áreas de proxenetismo moderno, supervivencias limítrofes.
En esas zonas oscuras, como sombras chinescas, se ve casi de todo. Murakami pone énfasis en la vivencia central del relato; la que pudiéramos denominar DISOLUCIÓN PROGRESIVA de la personalidad. Una bella muchacha se ha ido recluyendo en el aislamiento, absorta en la contemplación de la pantalla del televisor. Poco a poco se vuelve la misma cosa que el contenido de lo tratado en las imágenes. Por lo intuido, poca cosa, mínimos fundamentos, una más de las imágenes cotidianas de hoy en día. La joven se ha transmutado en un contenido como tantos otros, ya no ejerce como persona individual. ¿Qué mayor oscuridad? ¡Ella misma se difuminó! Una terrible homogeneización, ¿sin precedentes?
En este caso, la iluminación tampoco viene de las energías físicas propiamente dichas. Ha de ser la hermana de la fantasmagórica joven quien facilite un acercamiento y un calor, que aún permita la vía de retorno. El amor, los apoyos de otras personas con el pensamiento limpio y asentado, inician el alumbramiento necesario. Murakami completa el enfoque en términos esperanzadores. Se abre, según sus palabras, la página en blanco. La verdadera luz se enraiza en el deseo y la creatividad personal; esa es la autenticidad elevada al máximo nivel. Cuando se marcha el avión se perciben mejor las cosas, se iluminan algunos rincones.
Inka Parei, por El principio de la oscuridad
Bucea como nadie a través de la desesperación y el desconcierto de sus personajes; aliada con las sombras, sus tonalidades descubren matices que pasan desapercibidos en las observaciones habituales. En esta novela introduce un nuevo factor atosigante, con el anciano prácticamente anónimo se arrastran los componentes sombríos de la vejez; se multiplican los impedimentos. Las circunstancias del entorno se le agrandan al ex empleado, se le vuelven gigantes, obstáculos importantes.
La adaptación a un cambio de domicilio representa toda una epopeya para él, porque se une a una serie de minucias de gran repercusión sobre la vida del anciano. En el camino se perdieron muchos efectos personales, fotos, libros, recuerdos y hábitos. La noche se convierte en una aventura permanente, con la visión empañada, el insomnio inclemente, anclado por los músculos debilitados, esperando el ruido del amanecer.
Ahora bien, con el día se agrandan las distancias. Los contactos con sus vecinos apenas son esporádicos. Cualquier ruido, una notificación documental, el simple control a tiempo de sus esfínteres; se transforman en unos retos mayúsculos, con frecuencia, insalvables. El desorden se agranda entre los cachivaches de su cocina, los alimentos mal conservados, las pastillas que no encuentra, las llaves que se desperdigan. Se manifiestan con potencia las aristas de unas sombras tenebrosas, de una tenacidad y progresión pasmosas.
A estas alturas del relato, son importantes los recuerdos; por su valor representativo y por el reflejo de lo que pudo haber sido de otra forma. Aquellos amores que no se cuidaron. Haber desdeñado su ambiente, en pos de una herencia, la nueva casa, plena de incógnitas; un cambio más apropiado para otras edades. Aspectos como estos claman por una valoración más fehaciente de la situación personal, de los proyectos, de las vivencias cotidianas. Esa es la luz que asoma desde las tenebrosas sombras. Porque, como escribe al final Inka Parei, “Ese cuerpo era demasiado angosto, demasiado duro para dar cabida a mucho más. Su tiempo ya casi se había agotado”.
¿Iluminación en la oscuridad?
Corren los tiempos a un ritmo vertiginoso. Sea por eso, o por la propia estulticia, se nos enturbia la claridad suficiente para adherirnos a las ideas adecuadas. Arrostramos por lo tanto con un estado menesteroso de triste y renovada actualidad. La belleza o la estética, la moral o las buenas costumbres, el respeto y el amor, la responsabilidad, se desdibujan hasta volverse poco reconocibles. Por ello nos resulta complicado el discernimiento acerca de lo más conveniente, porque no diferenciamos los conceptos.
Una cierta destreza nos vendría de perlas para habituarnos a los verdaderos destellos de cordura; sería la habilidad pertinente para sentirnos un poco más próximos a la realidad que llevamos dentro, en lo más íntimo. Aunque las tendencias del ambiente siguen direcciones muy contradictorias, nos distraen y nos distorsionan los campos de visión. Una recuperación al estilo de esa visión de Murakami sobre la noche de la ciudad, como las vivencias del anciano contadas por Inka Parei, y ese túnel de Sábato; a través de lo sombrío, entreveríamos otras vivencias más lisonjeras y auténticas.
Si las pilas no están cargadas previamente, sin la electricidad suficiente, sólo ampliaremos nuestra ceguera. En cuanto a quién será el mago que renueve las mejores vibraciones de cada individuo, me temo que no tengamos respuesta; se requeriría un empeño común y solidario. Quizá otra nueva evolución de la especie, una mutación importante y bien encaminada. De lo contrario estaremos ante una nueva utopía, sin visos de verla pasar junto a nosotros. Sombras y luz, al unísono.