Sala de ensayo
La magia en los cuentos de La Edad de Oro

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Mucho se ha escrito sobre La Edad de Oro, del cubano José Martí, como ejemplo clásico de la literatura infantil. Quienes se han dedicado a esta tarea han estudiado en ella los aspectos educativos y axiológicos, relegando la esencia de su estética, particularidad que devela la combinación de magia y realidad en la ficción de cada cuento y que, a la vez, ciñe el cúmulo de ideas y sentimientos que el autor quería trasmitir a sus lectores. En consecuencia, es interesante ahondar sobre este punto de vista; en la narrativa de la revista en cuestión, tomando sólo este género, debido a que en él se aprecia con mayor vehemencia. Antes de adentrarnos en el estudio del enfoque tomado se hace obligante explicar por qué La Edad de Oro es considerada obra clásica de la literatura infantil, y cómo el autor emplea la relación magia-realidad para trasmitir a su público sus pensamientos e inquietudes.

En atención a la primera interrogante, es conveniente destacar que hablar de literatura infantil implica necesariamente referirse a la polémica que gira en torno a ella, por cuanto se ha discutido y se discuten las propuestas: ¿debemos llamar literatura infantil a textos que en su escritura presuponen la existencia de un lector infantil?, ¿o pueden considerarse literatura infantil aquellas obras que los niños gustan con interés sin estar dirigidas a ellos?, ¿o existe una literatura propiamente dicha que responda cabalmente a la intimidad del niño?

En razón a los planteamientos y previa revisión de los puntos de vista de teóricos que al respecto se han pronunciado, encontramos a Jesualdo (1973). Este crítico señala: “Lo que existirían serían valores, elementos o caracteres determinados, dentro de la expresión literaria general, escrita o no para niños, que responde a las exigencias de su psique” (p. 16). Precisamente, el autor enfatiza en las características que deben poseer los textos apropiados para niños; él no restringe su pensamiento a una definición, sino que delimita rasgos que definen el género. Asimismo, Navas (1988) afirma que la literatura infantil “se conforma como un género literario complejo, en tanto que son varios los aspectos que entran en juego dentro del proceso de construcción de los textos”. En estos aspectos subraya la importancia de la vinculación de una forma de comunicación cotidiana a partir de la preponderancia de discursos orales e informales, el placer estético y la presencia de lo fantástico. Además, la autora hace hincapié en caracteres que definen, en semblantes predominantes, sin encasillar su pensamiento a un dictamen específico. Así, pues, los autores citados le dan peso al valor estético de las obras; es decir, el texto para los niños antes que nada debe poseer criterios artísticos, porque de esta manera el pequeño se apropiará de él. Por consiguiente, la literatura infantil puede entenderse como la literatura que contribuye a que el niño penetre en el conocimiento de la lengua a través del espíritu lúdico de las palabras, generando agrado y empatía.

En este mismo orden de ideas, la literatura infantil nace en el primer momento en que el hombre tuvo necesidad de buscar alguna especie de explicación a los hechos que sucedían a su alrededor. En las primeras edades del mundo, los hombres no escribían, conversaban sus recuerdos, y donde fallaba la oralidad estaba la imaginación para suplirla. La imaginación era quien poblaba a su mundo de seres; así, en la trasmisión de su experiencia en las formas más simples, concreta y agradable, nace la narración, que crea no sólo la mitología sino toda la serie de leyendas en las cuales el universo y sus fuerzas poderosas aparecen corporizadas, animadas y clasificadas, actuando con voluntades semejantes a las necesidades del hombre primitivo. De allí que las fuentes estén en la oralidad, tronco común que permite, posteriormente, la expansión de sus ramas.

Igualmente, en el manejo de la literatura infantil debe cuidarse la selección de textos a nivel de los valores estéticos para poder lograr que el niño se identifique con la literatura, aprehenda el texto y, por ende, se produzca empatía. En torno a esto, Cousinet, citado por Jesualdo (1973), propone que la literatura infantil tenga como características:

  1. El desarrollo de una actividad feliz y fácil: esto se traduce perfectamente en lo que el lector busca, la pintura de una vida en donde el esfuerzo está coronado por el éxito o, complementando, “la novela debe terminar bien”, y los hechos, los más imprevistos, deben sucederse para variar la vida de los héroes y salvarlos en el momento en que ellos van a perecer o sucumbir ante la desgracia.
  2. Dramatismo: rasgo esencial de la literatura infantil, dramatismo que refleja el suyo, o trata de hacerlo, el suyo ideal y absurdo, a veces realista y desnudo en otros, pero siempre importante para centrar toda la atención del niño y obligar una conjunción de sus imágenes interiores a su alrededor.
  3. El carácter imaginativo: calidad imaginativa que en primer término afirma el interés de la expresión para el niño. Está trascrito en mitos, leyendas o apariciones de la antigüedad, en monstruos o realidades actuales; expuestos en cualquier forma expresiva que sea prosa o verso, descrito con belleza poética o más o menos realista, forman en el niño un mundo hacia el cual se retira soñador como un refugio contra la realidad.

Aditivo a esto, La Edad de Oro articula perfiles explícitos de la teoría expuesta, por cuanto esta publicación, lejana en años a nuestra civilización pero muy cercana y de una honda significación desde la perspectiva de lo que se ha señalado como literatura infantil, es hoy y mañana un ejemplo vigente y vigoroso de este género. Revista de tan pocos cuatro números, hecha con la intención preconcebida para párvulos y que aparece en el año de 1889, al principio tuvo una gran acogida por parte de los lectores y críticos. En la última página del segundo número, su redactor solicitaba: “Y ahora nos juntaremos, el hombre de La Edad de Oro y sus amigos, les daremos gracias con el corazón, gracias de hermano, a las hermosas señoras y nobles caballeros que han tenido el cariño de decir que La Edad de Oro es buena” (p. 10).

El modo de esta invitación y la prosa de cada número de la revista es quizás el aspecto más elocuente de la misma, porque Martí, al dirigirse a los niños, lo hace en un diáfano lenguaje, hablándoles de tú a tú, evita la distancia y logra un estilo discursivo directo que a su vez fomenta un cálido ambiente donde el pequeño se siente en su propio mundo. Al respecto Elizagaray (1975) sostiene: “Martí, al dirigirse a los niños, evita por todos los medios tanto el tono retórico y presuntuoso del maestro convencional... Se coloca en el justo punto medio: trata a los niños con el mayor respeto, no le ofrece ni las papillas ni las sobras del banquete de la erudición”.

Ciertamente, Martí no introduce en sus artículos hombrecitos y mujercitas, sino que a través del habla peculiar del niño de carne y hueso propio del mismo, logra imaginar los monólogos interiores del estado de duermevela de sus personajes. Al mostrar esos soliloquios infantiles lo hace de una manera verosímil y consecuente. De esta manera, el lenguaje en La Edad de Oro es una verdadera fuerza expresiva de gran audacia poética que embellece cada uno de los artículos. Es un lenguaje renovador inscrito en el modernismo, corriente que en su momento propuso la renovación de los recursos expresivos, supresión de vocablos gastados y la inclusión de vocablos musicales y el aprovechamiento de las imágenes visuales. Por consiguiente, el modernismo de Martí se caracteriza por presentar en su escritura las ideas con vigor y dinamismo. En ella aparece una abundancia de ritmos, reforzada por brillantes metáforas, riqueza de vocabulario y diversidad de recursos de estilo. En el cuento “Los dos ruiseñores” se perciben las constantes comunes:

Hermosísimo era el palacio y la porcelana hecha de la pasta molida del mejor polvo caolín, que da una porcelana que parece luz, y suena como la música, y hace pensar en la aurora, y en cuanto empieza a caer la tarde (s/p).

En efecto, en el fragmento del cuento citado se aprecian las elegancias del lenguaje, en cuanto al uso de la variedad de recursos literarios como la metáfora, el símil y la humanización, además de la proyección de imágenes visuales, auditivas y sonoras. Estas mezclas de recursos de estilo logran desarrollar en el niño el gusto por la lectura y, por ende, la literatura. Asimismo, el dramatismo existente en los cuentos de la revista es otro rasgo esencial de la literatura infantil que la delimita como tal, porque Martí con su arte de contar y la singular manera de evocar las escenas conlleva al niño a ver ese drama que están viviendo sus sentidos en la lectura como traductor de sus movimientos interiores y cuanto en él, es decir, el niño, se siente vivir. Quizá Martí pensó que en la trama del vivir cotidiano de un infante, en sus motivos íntimos y en sus claros o confusos pensamientos, estaba el riquísimo filón donde él como escritor encontró innumerables argumentos. Esto lo alude en las palabras: “No decirles a los niños más que la verdad para que no les salga la vida equivocada”.

En efecto, Martí al narrar los cuentos no sólo pretendía hacer sentir y vivir al niño, sino que iba más allá. Él quería que los niños conociesen la realidad que los rodeaba, esa intención estaba impregnada de la estampa de su ideología. Martí, como precursor y revolucionario preocupado, aspiraba a guiar el espíritu infantil hacia el desarrollo del hombre nuevo de América, propósito asentado en cada uno de sus escritos literarios, fundado en el imaginario colectivo de la época y su contexto, un imaginario compuesto por el boom de la modernidad y el modernismo literario. Rememorando, en estos aspectos, se hace necesario destacar que la repercusión de la modernidad en la humanidad, desde su florecimiento en la medievalidad con el Renacimiento, generó opiniones eufóricas y disfóricas por cuanto el desarrollo de los avances tecnocientíficos fundó la idea del progreso en unos y en otros no, debido a que varios escritores manifestaron su oposición en contra de las consecuencias del mismo.

De esta manera se evidencia la relación directa de la modernidad histórica y la modernidad estética, pues la primera ha servido de inspiración a la segunda. Recordemos que la literatura es una forma de decir y sentir la realidad, y esa realidad se construye en algunos casos por la historia-ficción. Esa relación se funda precisamente en lo que ha sido la modernidad, pensamiento marcado por el surgimiento de grandes utopías sociales, políticas, económicas y culturales, entre otras. En consecuencia, esas búsquedas de utopías desataron pugnas en el pensamiento del hombre. Así, pues, los ilustrados creyeron en la cercana victoria sobre la ignorancia y la servidumbre por medio de la ciencia; los capitalistas confiaban alcanzar la felicidad gracias a la racionalización de las estructuras sociales y el incremento de la producción; los marxistas esperaban la emancipación del proletariado a través de las luchas sociales. En lo que todos estaban de acuerdo a pesar de las diferencias ideológicas era en que “se puede”. Lo resaltable de éstas fue la búsquedas de un bien común, “el todo antes que el yo”, y la confianza que éstas tenían en la razón y en los valores del hombre.

La Edad de OroEn tal sentido, el hombre modernista era un hombre comprometido con la humanidad, sostenía su fe en ésta y en su avance. Creía en la razón universal y en que, a través de ella, se podía llegar a la pura verdad. El hombre modernista era un hombre enamorado de la vida, con un proyecto claro e ideales firmes, los cuales no estaba dispuesto a canjear por bienes materiales. Martí, como otros escritores, era un hombre moderno optimista, no aceptaba el mundo que le había tocado vivir, pero tenía esperanzas de cambiarlo. Por lo tanto, comprometió su presente por un futuro mejor, para él y para todos. “Para todos” significaba comenzar a educar a los niños sobre la realidad, dársela a comprender, presentársela de modo que la pudieran entender para que, posteriormente, participaran de los grandes problemas de América. De esta manera fusionó tres roles: el periodista, el pensador y el escritor con el modernismo estético, corriente literaria presente en el momento de su estadía en la literatura latinoamericana, para dejar claro que era un hombre moderno que como otros buscaban el bien común, y sus ideales expuestos en sus obras son una muestra de sus propuestas de felicidad para América.

Esas propuestas están inmersas en el revestimiento del carácter imaginativo de cada uno de los cuentos de la revista. Este componente es un acierto del estilo empleado por el autor, debido a que el perfil imaginativo es uno de los aspectos más importantes de la psicología del niño. Budie (1859) ya consideraba a la imaginación como “una facultad sorprendente, fuente de genio poético, instrumento que hace posibles los descubrimientos”, y que sirve de primera actividad con la cual la conciencia del niño elabora los materiales adquiridos con las representaciones intuitivas y las hace su propia posición intelectual, porque disuelve las conexiones aliadas en las presentaciones y forma nuevas combinaciones de ellas.

Asimismo, Claupaude (1973) afirma que “la imaginación desempeña un papel inmenso en la vida del niño, mezclándose a todas sus preocupaciones. Con ella anima las cosas, personifica las letras del alfabeto, se atribuye las personalidades más diversas y transfigura la realidad hasta ilusionarse a sí mismo” (p. 93). Efectivamente, la imaginación sugiere la presencia de lo fantástico, una presencia que si bien se sabe llevar en el niño puede alcanzar la realidad de una manera placentera y diferente. Quizás esto lo estudió Martí antes de escribir cada artículo de La Edad de Oro, debido a que las historias narradas en sus cuentos están bañadas de fantasía que encierran elementos de la realidad. Deduzco la intención estratégica de Martí en preparar a los niños sobre el futuro a devenir. También Elizagaray (1980) señala: “La Edad de Oro inaugura una nueva fantasía que es como una nueva magia: la magia del mundo moderno...” (p. 15).

Ciertamente, la opinión de la crítica corrobora no sólo el carácter imaginativo de La Edad de Oro, sino que también señala la influencia del imaginario moderno en la escritura de su autor. Esas preocupaciones que invadían el corazón de Martí, las cuales plasma en sus cuentos dentro de un contexto fantástico y mágico, pero firmes en el propósito constante del nuevo hombre americano. Esto sólo lo podía hacer un mago, un mago de la escritura como él.

Si revisamos la teoría de la magia, conseguimos que es un conjunto de creencias, ritos, procedimientos e instrumentos que pretenden dominar a la naturaleza o lograr efectos extraordinarios invocando a las fuerzas sobrenaturales, y apelando a las relaciones ocultas entre unos objetos y otros. También es magia el conjunto de trucos, ilusiones y procesos mediante los cuales se da la impresión de que algo ocurre o se hace sin causa natural o de forma extraordinaria. En consecuencia, es mágico aquello que se produce por medio de la magia o del encanto; poderes mágicos, fórmula mágica, apariciones, alfombras que vuelan, animales y otros.

En razón a esto, manifiesto que la literatura es mágica, ésta no se produce por actos de magia, pero sí engendra magia en el texto. El artífice de ese engendro es el autor, éste la fecunda a través del lenguaje, es decir, el escritor es creador de magia en sus obras. En La Edad de Oro, la magia ocurre por dos aspectos, el primero por emanación del lenguaje y el segundo por ficcionalidad. En cuanto al lenguaje, el autor emplea poderes y fórmulas mágicas, a través de la fuerza expresiva de las palabras. Ellas representan los trucos que producen que el niño se traslade en la alfombra mágica de la escritura de cada cuento hasta descubrir los tesoros ocultos henchidos de ideología y pedagogía martiana. Es un lenguaje impreso de ideas forjadas extraordinariamente en la narración, los personajes y las acciones expuestas en La Edad de Oro.

Por otra parte, el autor crea la ficción en los textos inspirada en la realidad, porque alude en la obra sucesos acaecidos, lugares, personas y objetos reales, pero a esa ficción le adiciona la magia de manera que esos lugares o personajes los construye con cualidades maravillosas. Por consiguiente, Martí fue un mago por excelencia con poderes prodigiosamente portentosos: su escritura y su ideología, ambas se impregnan de manera viceversa en cada cuento de La Edad de Oro; a pesar que el mismo anunciaba en la revista los cuentos de magia, encontramos elementos o hechos mágicos en otros cuentos como “La muñeca negra”, “Los dos ruiseñores”, “Nené traviesa” y “Bebé y el señor don Pomposo”. Por su parte, “Meñique” y “El camarón encantado” fueron referidos por él como cuentos de magia. En todos los cuentos señalados no hay hechizos, brujas voladoras, monstruos ni hadas; por el contrario, hay lugares, personajes y ambientes con toques mágicos y coartadas en la narración que sugieren el pensamiento martiano, los cuales apuntan a la magia no sólo en la escritura, sino que también en la lectura. Por cuanto, el lector niño, al establecer relación con los cuentos, descubre un mundo desconocido y se produce en él el encanto por conocerlo.

En la revisión de los cuentos calificados por Martí de magia, “Meñique” y “El camarón encantado”, el mago demuestra las habilidades de su oficio. En “Meñique” hay imponente fantasía, la ficción y la trasmutación mágica se presentan en el cuento como un juego trasmutado en el que con intención el autor da cuenta del artificio: alusiones y simbolismo de reivindicación social. Vemos cómo Meñique, siendo un campesino, llega a ser rey. Un rey que, según Martí, al narrar era:

...Los reyes son caprichosos, y este reycito quería salirse con su gusto... como buen rey que era, ya no quería cumplir lo que prometió... no les quitaba a los pobres el dinero de su trabajo para dárselo, como otros, a sus amigos holgazanes, o a los matachines que lo defienden de los reyes vecinos... (s/p).

Meñique, pequeño igual al Pulgarcito, lleva compensada su pequeñez física con las dotes de su espíritu, que hace la verdadera grandeza del hombre. Dotes como la inteligencia y la curiosidad, fulcro de todos los hallazgos. El autor no le ofrece al pequeño personaje estos dones maravillosos por mera casualidad o suerte, sino por su inquieto deseo de saber que va a buscarlos y, con su constancia, los consigue. Martí en este cuento motiva a los niños a ser como Meñique, emprendedor, luchador y justo.

Por su parte, “El camarón encantado” es totalmente mágico; en él existe una maga disfrazada de camarón que con sus palabras mágicas les cumple los deseos a sus amigos, Loppi y Masicas; esta última es una mujer ambiciosa, cada día quiere más y más y en este conseguir fácil de todas las cosas solicitadas muere presa de su propia ambición. Loppi es un hombre humilde que le tiene miedo a su esposa y por eso trata de complacerla, ese miedo es cobardía. Quizás sea la cobardía el tema planteado por Martí en esta historia, he aquí un fragmento:

¡A tu rincón, imbécil, a tu rincón! ¡Los maridos cobardes hacen a las mujeres locas! ¡Abajo el palacio, abajo el castillo, abajo la corona! ¡A tu casa con tu mujer, marido cobarde! ¡A tu casuca con el morral vacío! (s/p).

Igualmente, en “La muñeca negra” encontramos caricias mágicas en la narración como que el mismo juguete que da el nombre al cuento habla con su dueña Piedad, como azúcar los pájaros la convidan a volar; estos son hechos extraordinarios, por lo tanto son mágicos porque no suceden en nuestra realidad, pero en la realidad planteada en el cuento es sapiencia de su autor. En la cita se aprecia la relación mágica ficción-ideología:

Yo te digo, Leonor, que aquí pasa algo. Dímelo, Leonor, tú que estuviste ayer en el cuarto de mamá, cuando yo fui de paseo; ¡mamá mala, que no te dejó ir conmigo, porque dice que te he puesto fea con tantos besos y que no tienes pelo, porque te he peinado mucho! La verdad, Leonor: tú no tienes pelo; pero yo te quiero así... (s/p).

En la cita se entiende el mensaje de Martí a los niños sobre la igualdad de los hombres sin distinciones de razas. Critica el racismo y estimula a los infantes a amar a los negros como sus hermanos. También se percibe esto en “Nené traviesa”; en él se encuentran elementos mágicos como por ejemplo: “...dicen que en las estrellas hay árboles, y agua, y gente como acá: y su papá dice que en un libro hablan de que uno se va a vivir a una estrella cuando se muere...”. En otro fragmento se aprecia la relación abordada:

Nené no ve, Nené no oye. Le parece que su papá crece mucho, que llega hasta el techo. Está callada con la cabeza baja... su papá le dice: Nené, ¿no te dije que no tocaras ese libro? Nené, ¿tú no sabes que ese libro no es mío y que vale mucho dinero?... ¡Soy mala niña! ¡Ya no voy a poder ir cuando me muera a la estrella azul! (s/p).

Martí, en este cuento, explica a los niños que se deben respetar los objetos ajenos y que el trabajo es la única senda para conseguir las metas propuestas. Los niños nuestros hacen cosas parecidas a las que hacía Nené y sólo reciben regaños e insultos por ello. Martí en el cuento quiso enseñarlos a reflexionar sobre esas travesuras; para eso se vale del hecho mágico, el papá que crece y crece hasta el techo, insinuando de manera asombrosa e inusual el enojo del padre por la acción irresponsable de Nené.

En “Bebé y el señor don Pomposo”, Martí establece la igualdad social y critica las distinciones de clases por el estatus económico, a través de hechos maravillosos; he aquí ejemplo de ello:

Bebé es un niño magnífico, de cinco años... lo visten como el duquecito Fauntlewy, el que no tenía vergüenza de que lo vieran conversando en la calle con los niños... A su caballo le lleva azúcar... Con los criados viejos se está horas y horas, oyéndoles los cuentos de África, de cuando ellos eran príncipes y reyes... En cuanto entró en el cuarto el señor don Pomposo le dio la mano, como se la dan a los hombres... Y a Raúl, al pobre Raúl, ni lo saludó, ni le quitó el sombrero, ni le dio un beso... (s/p).

De esta manera vemos en cada uno de los cuentos citados la relación mágica realidad-ideología martiana. No son unos cuentos tradicionales de explicaciones caprichosas, ni con imágenes simbólicas nacidas en la usanza del pueblo, son cuentos de gran avidez del aliento nuevo que reclamaba el hombre moderno. Martí en sus cuentos presenta la realidad envestida de magia para contrarrestar los convencionalismos y situaciones acontecidas hasta ese momento, destacando escenarios en los que, para espejos y enseñanzas, ilumina ángulos que pueden llegar al corazón y la mente de los niños y jóvenes americanos. Como mago aspiraba que sus ideas implícitas en sus cuentos actuaran por actos de magia en la formación de las nuevas generaciones.

Con las siguientes palabras Martí expone su intención de hablarles de la realidad a los infantes para que sean mejores hombres en el futuro, “...para decirles a los niños lo que deben saber para ser de veras hombres. Todo lo que quieran saber les vamos a decir, y de modo que lo entiendan bien, con palabras claras y con láminas finas. Les vamos a decir cómo está hecho el mundo: les vamos a contar todo lo que han hecho los hombres hasta ahora”. Asimismo, asume el rol de mago cuando dice: “La Edad de Oro tiene su mago, que le cuenta que en las almas de las niñas sucede algo parecido a lo que ven los colibríes cuando andan curioseando por entre las flores...” (s/p).

Finalmente, Martí, como escritor mago, organizó en sus cuentos un conjunto de preferencias axiológicas que partiendo de esta determinada concepción del mundo lo llevó a articular sus orbes imaginarios sobre una precisa moral, formas de conductas o direcciones para la acción espiritual. Martí no era un filósofo, pero la adecuada articulación estética de sus imaginaciones psicológicamente condicionadas de su experiencia personal y de su situación histórica, las ofreció como experiencias de mundos a sus pequeños lectores, de una manera sencilla y con un trato que hacía y hace sentir a los niños partes del mundo.

 

Referencias bibliográficas

  • Biblioteca de José Martí. Disponible en: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes [biblioteca en línea]. http://www.cervantesvirtual.com
  • Elizagaray, A. (1975). En torno a la literatura infantil. Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac).
  • Jesualdo (Jesualdo Sosa, 1973). La literatura infantil. Buenos Aires. Editorial Losada.
  • La Edad de Oro. Disponible en: La Página de José Martí [revista en línea]. http://jose-marti.org
  • Navas, G. (1996). Introducción a la literatura infantil. Tomo II. Caracas, Fondo Editorial Fedupel.
    (1998). Niños, lectura y literatura. Caracas. Grastz Editorial, C.A.