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Luisa FutoranskyBuscando el gran libro
Entrevista a Luisa Futoransky

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Se dice solitaria, pero mientras hacemos la entrevista el teléfono no para de sonar. “Disculpame, era Laurita, una amiga”, “Disculpame, era Lucía”, dice al volver de la mesita de al lado. Aunque el departamento es pequeño, parece contener pedacitos de cada continente. “Típico departamento de argentino”, dice con una voz bien porteña que los viajes por el mundo no han sabido borrar.

La primera travesía fue a través del norte argentino. “En esa época para la juventud, en la izquierda a la que yo pertenecía, el viaje obligado no era Europa sino Latinoamérica. Europa era para las Ocampo, Borges y Bioy”.

Poco después de ese viaje por el interior salió del país con una beca para Estados Unidos, dónde entró con una visa equivocada: “Fue cuando gané la beca Fullbright. Abrochaban una hoja al pasaporte donde ponían a qué ibas, cuánto tiempo te ibas a quedar, etc. La mía decía: Alejandra Pizarnik. Y así pasé la aduana de Argentina y de Estados Unidos. Ella acababa de ganar la Guggenheim, también viajó a América, no sé si en su pasaporte decía Luisa Futoransky. Cuando me enteré de su muerte rompí ese papel”.

Antes había estudiado música con Cátulo Castillo, se había recibido de abogada en la UBA y había estudiado poesía anglosajona con un famoso escritor argentino. “¿Ya dejaron de preguntarle por Borges?”. “No. Me arrepiento de que se haya sabido. Borges no necesita de mí, no necesita que yo hable de él. Además he compartido cosas con muchos grandes, con muchos, digamos, de los que tienen su nombre en Wikipedia, pero se empecinan con Borges. Él merece nuestro respeto y admiración. También nuestro olvido en ciertas cosas”.

—¿Por qué decidió estudiar abogacía?

—En mi época, siendo mujer y viniendo de una familia de clase media, casi baja, como la mía, no había muchas opciones. Estudiar era ya una excentricidad. Estudiar letras ni hablar.

—¿Y cómo se escribe desde “una mujer de clase media, casi baja”?

La diferencia fundamental con algunos de mis colegas es que yo he tenido siempre que ganarme el pan de cada día. Mi vida pertenecía más al ambiente de Arlt que al de Borges. El mundo del trabajo puede traer sus dosis de humillación cotidiana.

—¿Cómo tomó la decisión de irse del país?

—Primero por la beca, después fui encadenando los viajes y se fue haciendo cada vez más difícil volver.

En 1963 publicó el libro de poesías Trago fuerte. Al año siguiente, El corazón de los lugares. Después fundó su propia editorial, La Loca Poesía, con la que publicó en 1968 Babel Babel, uno de sus libros más reconocidos. Siguieron más de una docena de libros de poesía, pero también ha publicado novelas (Son cuentos chinos, 1983; De Pe a Pa, 1986; Urracas, 1992; El Formosa, 2009) y ensayos (Pelos, 1990; Lunas de miel, 1996).

—¿Qué diferencia hay entre trabajar un poema, un ensayo o una novela?

—Esencialmente son parte de lo mismo. Escribir prosa o poesía. Nunca he escrito a mano. Simplemente me siento en la computadora, o en la máquina antes, y escribo. Es difícil hablar de esto porque operan procesos que uno mismo desconoce.

—¿Y el trabajo periodístico?

—El trabajo periodístico que yo he ejercido, que no es el periodismo de investigación, es muy ingrato. En París trabajé en la agencia France Presse. El trabajo en una agencia es redactar a velocidad y sobre temas económicos donde si te equivocás en un número puede ser un problema enorme.

Después de pasar por Japón y China, donde trabajó como periodista, se instaló en 1981 en París, donde además de trabajar en France Presse ofició como conferenciante en el Centre Pompidou, y aunque admite que ese trabajo está considerado una especie de lujo, dice que también fue difícil: “Nadie sabe que en el Centre Pompidou, además de estar todo el día entre cuadros, los responsables de sector hacen ronda para ver si estás en tu puesto y tenés que pedir permiso para ir al baño”.

—Después de tantos viajes y de haber pasado casi treinta años en París, ¿volvería a vivir en Buenos Aires?

—No, no lo creo. Aquí soy un hongo, puedo aislarme. En Argentina adivino todo, soy permeable a todo. Desde la manera de abrir el diario hasta el acento. Sería demasiado difícil, aquí puedo cerrar las cortinas, allá no podría.

En París, aún sigue trabajando para ganarse el pan de cada día, hace traducciones y correcciones. Por suerte, le queda tiempo para escribir cada mañana dos o tres horas, bien temprano, y también para organizar picnics o ir a nadar a la pileta de su barrio. “¿Y el futuro?”.

“Como siempre, sigo pensando en escribir el gran libro”.