Letras
Cuatro poemas

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La silla siempre es viuda

a Mabel Kanarens

Cuando Alain Bosquet      
sentenció:
“la silla siempre es viuda”.

Describía un corazón sitiado.

Reverberación de voces subterráneas
luna de hojas negras
que
ante la ausencia de consejeras ardientes
conservaba su acostumbrada urdimbre.

Plegarias de cenizas
indiscretas,
sin rajaduras.
Plenas.
Que en ocasiones
queman piedras fugaces.

Calandrias inhóspitas
habituadas a soportar golpes de amor,
párpados de silencio
y el desvanecimiento de flores comprometidas
con la silenciosa esperanza
de marinar el espanto.

Vicisitudes,
que nos invitaban a prepararnos para desistir del cielo
con la ilusión de germinar rocas enardecidas.

Rememoraba
sombras repelidas por matronas de sueño insolente.

Injertaba cuchillos colmados de relinchos
ante premuras del rocío.

 

Luisa vuelve a la calle

a Vivian Kanarens

Con sensatez
enlaza anémonas.
Retoza en recónditos espejos de la noche.

Voluntad sin hendiduras.

Vuelve a la calle.

Desnuda.
Coronada con cenizas.

Ambiciona diferir la partida de llamas
genuflexas por el sueño eterno de ceder
su corazón vacante al parque confuso de palomas
donde la orfandad surge colmada a modo de concupiscencia.

Con penas perennes,
padece astillas, marras, dromedarios,
tormentas,
suplicios, garrotes, inmolaciones, torpezas.

No la dejen ir,
de la travesía no vira en redondo.

Mariposas enmascaran presunciones
de flores sin pétalos.

No sean inocentes.

Las tazas en convite inmejorable,
fatalmente trasmutarán en conspicua
lapidación.
Es mandato irrevocable que cabelleras
pernocten drásticamente en las calles.

Previamente gotas de sangre de rayos feroces,
agudos como quirquinchos alados despojan
a luciérnagas gradualmente vacilantes.

 

Jardín florido

a Beatriz Dipp

Ferdinano Bertapelle
jugó a ferroviario bajo el crespón
de un volcán en erupción,
traveseó como litógrafo con mujeres
aserraderos,
se entretuvo a modo de mayordomo
por un beso de geranio,
se solazó como procurador para observar
tiernas y aventuradas estrellas de satén.

Estaba cansado
del mundo antiguo,
como Guillaume Apollinaire
cortejaba (secretamente) con el heroico apotegma:
de que un hombre nunca debería abrumarse
para ganarse el sustento,
(candidez sin presunciones,
estocada impía)
si gana su propia vida,
porque con ello
gana la eternidad.

 

Un poquito de cielo

pétalo de la luna en el océano
Pablo Neruda

a Tusca Sánchez

Cuando llueve un mar salvaje y provinciano
el sombrero sediento de relámpagos
está a punto de partir.

Las iguanas desconfían
de madrugadas hambrientas.

Llaves de jazmines
custodian
con escrupuloso furor
el pedacito de cielo
de los que baten palmas en el vendaval.