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El pincel celestial
Poema y relato

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El pincel celestial

Estaba el ángel más chico
ante los pies de El Señor,
cabizbajo, preocupado,
sin querer alzar la voz.
Papá Dios se había enterado
de que el pincel celestial
el bebé lo había tomado
para el cielo decorar.
¡El mundo estaba tan feo
silueteado en gris y blanco!
parecía un cuaderno nuevo
sin olor y sin encanto.

Y bajó de nube en nube,
escalón tras escalón
para pintar el espacio
con sus tintes de algodón.
Allá unas flores azules,
aquí unas bellas violetas,
allá periquitos verdes,
aquí petunias coquetas.
Y todo lo coloreaba,
animales inclusive,
y se fue luego a lo alto
a inventar un arco iris.

Cuando estaba más contento
con su pintura en las manos,
un ángel grande le dijo
que El Señor estaba entrando
y que lo estaba llamando
porque se había llevado
el pincel sin Su permiso.
Que Dios estaba enojado.

Y allí estaba el angelito
con su juego interrumpido,
con sus lágrimas pequeñas,
esperando su castigo.

El Altísimo, clemente,
lo recibe compasivo
Y perdona a su querube
con sus alitas de armiño.
Así, le dice que puede
para alegrarnos la vida
poner las cosas bonitas,
tonos de rosa y de lila,
con mariposas de grana,
con hierba verde y florida.

Y el pequeñito, travieso,
se escapa a veces. No yerra
cuando esparce sus primores
sobre nuestra Madre Tierra.
Por eso está todo lindo,
por eso hay tanto cariño.
Y es que Dios sabe que su ángel,
después de todo... es un niño.

 

El pincel celestial

Aquel día en el cielo, Papá Dios se mostraba pensativo. No sabía qué hacer para controlar las travesuras del ángel más pequeño del Coro Celestial... ¿Qué hacer?, se preguntaba... Angelito era un niño... una tierna criatura que sólo quería jugar...¿Debía castigarlo por su indisciplina?... Andaba sucio, descalzo, despeinado... No comía sopa y siempre pedía helados... No paraba de comer helados y chocolates en lugar de las sabrosas tortillas que se le servían en el desayuno... ¡Ah!, y otra cosa... Otra cosa muy, muy mala: Angelito no quería ir a la escuela. ¿Se imaginan cómo andaba el cielo de revuelto con aquel niñito tan desobediente?... Así, pues, que el Buen Dios, después de pensarlo mucho y consultarlo con San Pedro, decidió que un castigo suave no le vendría mal al pequeñín, por lo cual lo mandó a llamar.

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Majestuosas y blancas nubes como copos de algodón, formábanse a ambos lados del trono de Dios, Nuestro Señor, cuando Angelito, temeroso y cabizbajo, acudió ante Él. Estaba realmente asustado. No imaginaba cuál travesura de las últimas que había cometido era la que había provocado la ira de El Señor... quizás supo que había teñido muchas nubes de color rosa en aquel cielo tan blanco y aburrido, o que había dibujado figuras caprichosas en la Cúspide Celeste... ¿Qué sería?... ¡Ah, cómo lamentaba haberse portado mal!

Así, arrepentido, llegó ante El Señor... inclinó su rubia cabecita con gran respeto (también con gran temor), y preguntó:

—¿Me habéis llamado, Señor Dios?

Y Dios, que como todos sabemos es Amor y Bondad, dijo al angelito:

—Pequeño... Me he enterado de tu mal comportamiento... Andas por todo el cielo cambiando las cosas de lugar... No eres un angelito ordenado y por eso decidimos castigarte... Mas, eres tan chiquitín... ¿Qué puede saber un niño tan pequeñito de castigos?... En tu mirada traviesa no hay maldad y es toda amor tu sonrisa infantil... En tus cabellos se refleja la luz del sol y el mar me contempla desde tus ojos con asombro... Voy a asignarte una responsabilidad a ver si así te portas mejor... Veamos... ¿Te gustaría ayudarme a custodiar La Tierra?... Hay allí muchos niños con quienes podrás jugar y divertirte.

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En aquel tiempo, en nuestro mundo no existía el color... Árboles, niños, flores, pájaros, eran transparentes y sólo pequeñas rayas grises indicaban el contorno de las cosas... Era así como un cuaderno cuando lo rayamos con lápiz... Bueno, figúrense el sitio a donde vino a parar nuestro angelito... Se estuvo quietecito unos días, claro, pero cuando se fastidió quiso colorear todas aquellas cosas tan tristes. El mundo en su opinión estaba feo... Y él sabía que Dios tenía escondido un bonito pincel con el cual se encargaba de hermosear los rostros de los ángeles... ¿Podría tomarlo prestado?... Lo devolvería luego, por supuesto... ¡Ah, qué inmenso cuaderno era el mundo y cuántas cosas lindas quiso dibujar en él, Angelito!

Fue veloz hasta el cielo, tomó el mágico pincel y regresó muy contento a La Tierra.

Y comenzó a pintar. Las flores se volvieron rojas, azules, moradas, amarillas... Risueñas caritas infantiles surgieron de la magia del Pincel Celeste... Rubias, negras, morenas... Hermosas plantas verdes, mangos amarillos, uvas moradas... Gatitos a rayas negras y blancas, moteados de gris... Pájaros azules... Lindos pavos reales multicolores... ¡Qué felicidad!... ¡Ah!, pero como Dios todo lo sabe no tardó en enterarse de lo que estaba haciendo el angelito, por lo cual sumamente disgustado lo mandó a buscar.

Y allá está el pequeñín, nuevamente en el cielo, castigado en un rinconcito donde Dios lo tiene por desobediente.

Sin embargo, algunas veces se escapa a dibujar y traza sobre las nubes bellísimos arcoíris a escondidas.

Porque... Después de todo... ¡Angelito es un niño!