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Mercedes Sosa¿Ahora, quién cantara los pesares del pueblo americano?

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Quien le cantó a las ruedas sin grasa de las humildes carretas del pobre, se fue en lecho de enferma callada a morar a su tierra amada. No ha habido juglaresa moderna más auténtica que Mercedes Sosa. Desde que la voz salió de su garganta alta no hizo más que cantarle a la sangre, a la vida, al pobre, a la justicia. No se alió por la fama a los poderosos, ni buscó mecenas de dudosa ortografía. Sólo se ocupó de mirar por la barriada, por los abastos, por las calles llenas de miseria y usar su pecho herido para clamar en contra de la injusticia.

Su figura y su timbre fuerte calaron hondo por entre radios, entre la multitud que la adoraba, por los campos asolados, por entre fábricas y entre las gentes sin empleo, por entre los bolsos de estudiantes que aprendieron de sus labios a pensar. Allí estaba ella con sus canciones. Le cantó a la gran masa sin banderas, a la vida que se pierde por falta de comida por culpa del despilfarro de los dirigentes. Le cantó a la libertad y prefirió el exilio y dejar sin su compañía a su patria en los tiempos de boyante dictadura. Nos deja su ejemplo en su grito erguido, su fortaleza de mujer con falda larga y cara de india gaucha.

Soportó durante cuatro años la inclemencia y el dolor de la enfermedad en su intestino, mas no aceptó las injusticias de su gobierno y la guerra sucia interna que arrancó e hizo desaparecer hijos de su suelo.

Se va Mercedes Sosa de este mundo de mentiras y recovecos oficiales. Se va para la región del olvido, de donde sólo llegarán recuerdos buenos. Su cuerpo ya no dará saltos de alegría ni su corazón sufrirá más los sobresaltos del hambre y la indigencia de la gente que de verdad amaba. Esa cantora no cantará más y se hará realidad en toda América que sin su voz “se acaba la vida, la esperanza, la luz y la alegría y quedan solos los humildes gorriones de los diarios. Los obreros del puerto se persignan quién habrá de luchar por su salario. Qué ha de ser de la vida si el que canta no levanta su voz en las tribunas por el que sufre, por el que no hay ninguna razón que lo condene a andar sin manta. Si se calla el cantor muere la rosa, de qué sirve la rosa sin el canto, debe el canto ser luz sobre los campos iluminando siempre a los de abajo”.

América quiebra su lira por la muerte de esta cóndor que pasó por los Andes llevando en su pico comida para el alma de tanto desesperado por el hambre, sin vestido, sin perro y sin futuro. Su voz de mujer y madre llegó a todos, y en medio de la tristeza los invitó a cantar sus pesadumbres. Gracias, Mercedes, por habernos alegrado cuando tomábamos una cerveza pensando en el mañana incierto, mientras balas asesinas cruzaban por encima de nuestras cabezas como pasa la mirada de insensibles dirigentes.

¡Qué falta que nos hacés aquí en Colombia, Mercedes hermana! Tú no fuiste argentina a secas, fuiste inca y peruana, fuiste chola boliviana, quechua ecuatoriana, negra africana, olteca mexicana o chibcha colombiana. Cantaste con melancolía los sueños de América sufrida y sin descanso. Fuiste piedra y escándalo, fuiste fiel a tu sangre y tu cuerpo ancho fue el de una campesina, una mujer de pueblo, no una reina de pechos arreglados. Nos queda el eco de tus quejas por una tierra sana, sin odios, sin guerras, con salarios dignos. Nos queda tu estampa de una santa indígena de pie cantándole a la vida.

5 de octubre de 2009, 9:35 am