Salvo un eventual café en Irama —la mítica cafetería de Maracaibo que ahora es conocida por todos los lectores de Un vampiro en Maracaibo—, una salida al cine con sus hijos, o la docencia que ejerce “en sus tiempos libres”, Norberto José Olivar es un amante del encierro, una suerte de vampiro sin la molestia de la fotofobia y que afirma vivir como quiere. Una libertad que le atribuye a esta novela que, imponiéndose sobre otras veinte, acaba de ganar el recién nacido Premio de la Crítica, creado por Ficción Breve Venezolana con el patrocinio del Grupo de Empresas Econoinvest y el apoyo de Cultura Chacao.
El veredicto de Carlos Sandoval, Mariana Libertad Suárez y Arnaldo Valero favoreció a Un vampiro en Maracaibo por considerarla “una pieza construida con efectivo manejo de los elementos narrativos propios del género, al tiempo que elabora personajes de honda resonancia espiritual”. Eso y más tiene esta novela, un acucioso estudio del mal en el que Ernesto Navarro, alter ego de Olivar, profesor de historia como él y protagonista de varios de sus libros anteriores, le sigue la pista a Ramón Pérez Brenes, también conocido como Zacarías Ortega —entre otros nombres—, un oscuro personaje de quien se sospecha sea un vampiro, y al que su creador no duda en calificar de “asesino enloquecido”.
Nacido en Maracaibo en 1964, Olivar dejó por un rato su sarcófago marabino el pasado 10 de octubre, y viajó a Caracas para recibir este premio que ratifica lo que ya sabían sus lectores: que Un vampiro en Maracaibo es una novela intensa y fresca en la que sin mayores contrastes se mezclan los escalofriantes caminos del mal, la pasión por la investigación y el aliento cómico de una vida demasiado cotidiana que se desliza a través del característico lenguaje coloquial de Maracaibo.
Esa novela me convirtió en otra persona
—Aunque en las primeras páginas de la novela mencionas, como su origen, la investigación para El misterioso caso de Agustín Baralt, me gustaría que hablaras un poco sobre los caminos que te condujeron a escribir Un vampiro en Maracaibo.
—Por años estuve acumulando información sobre Pérez Brenes, lo descubrí mientras investigaba para mi tesis de maestría en historia. Si miras mis libros anteriores, te encontrarás con él en unos cuantos. Por otra parte, en mis días de liceo, recuerdo que me fugué de clases para ir a ver en la basílica un supuesto cadáver de un hombre que había pactado con el diablo, a saber, tenía cachos y rabo, y debía ser paseado por siete iglesias, o algo así, para liberarlo del contrato maligno; claro, no pude verlo, pero la basílica estaba rodeada por la policía regional, así que imagínate mis sospechas y la de los miles de curiosos y ociosos que estuvimos allí dos días esperando verlo. Al poco tiempo, surgió un rumor sobre una camioneta que estaba secuestrando niños para robarles la sangre, la diabólica banda de los chupasangre; describían a alguien que se parecía mucho a Pérez Brenes, en esa época no sabía yo de Pérez Brenes, por supuesto; hice la conexión en mis desventuras de maestrante, y siempre supe que haría un relato para él solo. La coyuntura definitiva se presentó en una crisis personal. Comencé a cuestionar todas mis ideas (conceptos) sobre el hombre, la mujer, la moral, dios (así con minúscula), las leyes, el amor, el matrimonio, la familia, en fin, fue una sacudida existencial muy profunda, estuve a punto de abandonarlo todo y a todos, y rocé los linderos del alcohol y hasta de la muerte. En medio de ese torbellino, pensando con verdadera frialdad, entendí que debía escribir sobre eso para encontrar una respuesta, y supe, al concluir trescientas cuartillas, quizás menos, que el verdadero problema era que no me sentía libre, y esa novela me convirtió en otra persona, no sé si peor o mejor, pero me ayudó a superar todos mis miedos y a liberarme de muchísimas cosas. Hoy estoy tranquilo y me dedico sólo a escribir, bueno, en mis tiempos libres hago de profesor universitario. El tema real de Un vampiro en Maracaibo es la libertad.
—Ernesto, el protagonista, habla de las marcas que toda novela deja en la cara del novelista, y citando a Elizabeth Costello agrega que no se puede salir ileso tras invocar el mal. ¿Qué marcas dejó en ti la escritura de esta novela?
—Soy libre gracias a un vampiro, ¡qué ironía! Y esa libertad nada tiene que ver con libertinaje. Vivo recluido, por puro gusto, en mi cuarto de escribir, en el cuarto de los escritos, como diría Walser. Apenas salgo a mis clases, a un rápido café en Irama, y un día a la semana, llevo a mis hijos al cine o a comer un helado. Nada más. No visito a nadie, me gusta el encierro y jamás, te lo juro, me había sentido tan libre como ahora. A todos mis amigos les hablo, frecuentemente, por Internet. Pero no es un asunto enfermizo, si tengo que viajar o reunirme con alguien lo hago, salgo de mi sarcófago y hasta de muy buena gana, pero el encierro es un placer para mí. Esa es la marca que me ha dejado el vampiro. Vivo como quiero.
—Con frecuencia la invocación del mal en el arte es interpretada como apología del mal. ¿Crees que el artista tiene alguna responsabilidad sobre el efecto que su obra produce en el público?
—Limitándonos a la literatura, creo que los buenos libros manejan el mal como una forma de romper con el sometimiento social y religioso, con las conductas políticamente correctas en general aceptadas, o como una exploración en niveles de violencia por encima de lo común (que ya es bastante, por cierto); en ambos la intención es golpear la sensibilidad para que podamos ver lo que lo cotidiano hace invisible. Un poco lo de Thomas de Quincey y El asesinato considerado como una de las bellas artes. El mal o la violencia sin esa intencionalidad puede quedarse en lo mero comercial. Romero con sus zombis, King, o las películas de Tiro Loco McGraw (se dice así, ¿no?, ya ni me acuerdo), quiero decir, esas que son puro tiros, ¡y el sangrero por todos lados!
—El vampiro ha vivido diversos momentos de auge en las culturas europea y norteamericana, referencias que por supuesto están en la novela y sobre las cuales Ernesto comenta —en un tono que a mí me parece jocoso— que al empezar a investigar sobre el tema éste empezó a aparecérsele “hasta en la sopa”. Aunque en Un vampiro en Maracaibo citas antecedentes del tema en la literatura local, ¿representó para ti un esfuerzo especial hacer de este vampiro una figura distinguible de sus predecesores?
—Cuando empecé a escribir sabía que la gente tenía la cabeza atiborrada de referencias sobre vampiros, incluso, más allá del Drácula de Stoker o Polidori. Eso me facilitaba el trabajo porque, en realidad, mi vampiro es un asesino enloquecido, mi propósito era meter al lector en esa locura, así que sin yo decirlo abiertamente, se iba a ver al personaje como un vampiro, sembré la novela de mecanismos que activaban el imaginario vampírico de los lectores, y en ciertas encrucijadas de la historia frenaba al lector para devolverlo a la realidad, “oye, este tipo no es un vampiro, es un matón”; entonces sucede lo más curioso, el lector piensa que puedo estar equivocado, que soy un escéptico, un aguafiestas, y concluye: “Verga, si todo esto es verdad, ¡dios mío, qué locura!”, y puede que logre que sienta miedo, pero miedo de verdad. Este jugueteo se mantiene a lo largo del libro, adrede, para que el lector termine asumiendo la posición que quiera. No hay nada más manipulable que nuestra mente.
Mi cabeza anda en otra cosa
—La novela está dedicada al comisario Jeremías Morales, quien tuvo a su cargo la inquietante responsabilidad de investigar los crímenes de Pérez Brenes. ¿Podrías hablarnos un poco de él? Ya no tanto del personaje de la novela, sino del hombre que lo inspiró.
—La verdad, no lo conocí en persona. Ya había muerto cuando la escribí. Todo salió de los reportajes de prensa y de un primo mío que trabajó muchos años en la Policía Técnica Judicial. Así que se parece al Morales que me describió mi primo; seguro habrá otras versiones de él, pero deben ser tan fascinantes como la que conocí.
—Después de haber escrito varias novelas, es de suponer que hayas depurado el proceso de investigación y creación. ¿Cómo escribe Norberto José Olivar?
—Siempre hago una investigación histórica de lo más tradicional: documentos, bibliografía, entrevistas, videos, películas, quizás un viaje dentro del estado, como el que hice a Los Mayales (para el Vampiro), o al Castillo de San Carlos cuando escribí Un cuento de piratas, o al Archivo de Miraflores, o a la Biblioteca Nacional; en fin, cada novela o cuento impone sus requerimientos más insospechados. Una vez fui a dar a un edificio abandonado para que un viejito, descendiente de Ismael Urdaneta, me prestara unos documentos sobre su tío, cuando andaba yo armando Monsieur Ismael. Luego me encierro a trabajar.
—¿Será distribuida Un vampiro en Maracaibo más allá de las fronteras de Venezuela?
—No tengo la menor idea, pero sería curioso ver la reacción de otros lectores. Te diré que cuando escribí el Vampiro lo hice pensando en los lectores maracuchos, y ya ves, le ha caído bien a todo el mundo en este país. Si el Vampiro sale, ojalá que sí, pues muy bien, bravo, pero si no, igual ya me di por satisfecho con esta novela. Mi cabeza anda en otra cosa. La última vez que leí el Vampiro fue cuando revisé la diagramación; de resto, no he vuelto a él.
—Apartando el reconocimiento general que ha recibido la novela, ¿qué papel tiene en tu carrera?
—Saltándome lo que dije al principio, esta novela me ha hecho sentir que formo parte del movimiento de escritores a nivel nacional, y lo mejor, sin dejar de ser un escritor de provincia, porque no pienso irme de Maracaibo, quizás, cuando me jubile, y si es que tengo cobres, me compraré una casita en alguna montaña andina, pero seguiré leyendo Panorama y cruzando los dedos por las Águilas.
Sólo lo que me interesa
—¿Qué novelistas venezolanos lees y recomiendas?
—Me gusta Victoria de Stefano, El lugar del escritor me marcó, pero las lecturas son una larga andadura y las vas acumulando en tus adentros y en tus estantes. Estoy llegando a un punto en que leo sólo lo que me interesa, y cada vez menos para estar al tanto de las novedades; creo, Jorge, que me estoy haciendo viejo más rápido de lo previsto, bueno, también es que con los precios actuales de los libros es muy difícil estar al día. Pero a los venezolanos intento seguirlos.
—¿Lees literatura en Internet?
—¡Claro!, páginas, blogs. Y he bajado montones de libros. De hecho, leí casi todo Auster y Sebal sacados de librerías virtuales que te permiten descargar. Eso sí, tengo que imprimirlos (mis ojos fallan), pero a Modiano y algunas cosas de Piglia sí las he leído en la compu directamente. Incluso, estoy por comprarme mi e-book en cualquier momento. No creo que desplace el papel, pero puede que presione lo suficiente el mercado para bajar los precios, y sin duda, ha convertido la literatura en un ejercicio de verdadera libertad. Consideremos también que la tecnología puede evolucionar a tal nivel que, estéticamente, el hecho de leer en digital sea tan placentero y cómodo como el libro de papel actual. Me parece que predecir en este asunto no es factible, quizás el e-book en el futuro mate al texto tradicional, como Gutenberg aniquiló al pergamino. Supongo que algunos se arrecharon en aquellos días, y ya ves por dónde vamos...
—¿Publicarías una novela en formato digital?
—Seguro, Stephen King ya lo hizo, quién quita que un vampiro lo haga también.