Artículos y reportajes
El sueño de Dios

“El sueño”, de Salvador Dalí

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San Agustín, obispo de Hipona, antigua ciudad de Numidia en Cartago, fue el primero que se arrepintió de los sueños pecaminosos. Si somos el sueño de Dios como afirmaba el obispo Berkeley, ¿no debería confesarse Yahveh? Si el sueño es punible y somos Su sueño, ni la Corte de la Haya con sus magistrados que abusan de tanta solemnidad un poco anticuada podrían absolverlo. ¿Qué es, una vez más, este mundo fantasmal en el que entramos 8 horas diarias? La imaginación que crea los sueños es inagotable pero el repertorio de los acontecimientos esperables es relativamente reducido. Mecanizados obreros en el consultorio me relataban sueños de mecanizados obreros; sin ser clasista, ni alentar la lucha de clases desde la cama creo que el horizonte cultural de cada cual determina en alguna medida los sueños que puede soñar. Por eso, muchos pueblos primitivos le dan el mismo valor a los acontecimientos del sueño que a los de la vigilia. Una tía que siempre vivió en el campo me comentaba que estaba enojada con una vecina porque en sueños la vio murmurando contra ella. Mi mente que siempre fue excesivamente racional a pesar del tumor que soporta, no alcanzaba a entender (yo tendría 10 años) cómo una fantasía podía afectar la vida real; pero mi tía Audelina se mantenía en su posición de “no negociación” con la calumniadora onírica. Si se recibe una orden en sueños hay que cumplirla inexorablemente o abriremos una brecha entre el sueño y la realidad y nada detesta más la mente primitiva que las oquedades, rupturas, grietas en los sistemas que se mantienen dominados gracias a su integridad. Intuyen que los sueños expresan deseos secretos y que esta insatisfacción es tan perjudicial como un veneno; frente a las evidencias de la realidad, los primitivos optan por los sueños en los que una fuerte emoción tiene más convicción que las pesas y medidas de nuestra física newtoniana. A los pueblos llamados primitivos nunca pareció importarles la interpretación onírica, reciben los datos como órdenes o advertencias que conviene cumplir o conjurar. En estas cosmogonías hay algún capítulo que enseña que los sueños son anticipaciones duplicadas de la historia. Es decir, supongamos que sueño que cae una tormenta y naufraga un barco inmenso lleno de peces. El viento, las olas agitadas, la ictiología y la marina mercante ya están cumpliendo todos y cada uno de estos pasos que mi espíritu percibe mientras duermo. Cuando sucede, no es para cumplir una profecía, no. Vuelve a instalarse en el ámbito material el mismo estropicio que ya ocurrió en algún sitio inmaterial pero visible. Si alguno anuncia lo que ha soñado y después acontece, el visionario se legitima delante de su comunidad: evidentemente tiene “ojos” preparados para ver esa especie de duplicación de los acontecimientos. Si recordamos que los primitivos viven en una atmósfera animista donde la magia forma parte del paisaje, comprenderemos que muchas veces el soñador no acierta a determinar dónde sucedió lo que ha visto: ¿fue en el sueño? ¿En el mundo real?

¿Quién actúa durante el sueño? ¿Quién comanda la personalidad indefensa del que reposa tranquilamente ajeno a las maquinaciones de manipuladores profesionales? Algunos onirocríticos han llegado a suponer que un doble usurpa “de facto” el gobierno de nuestra personalidad así como los militares un buen día se apropiaban del sillón presidencial en nuestras atribuladas repúblicas. Si hace memoria, querido lector, amada lectora, recordará que alguna vez soñó y se vio a sí mismo/a presenciando “desde afuera” actividades que a su conciencia, al margen, invisible en la pantalla del sueño, le indignaban. Usted misma, vista desde afuera como la ven sus comadres y amigas, se reprendía. ¿No es absurdo? ¿Quién era en realidad usted? ¿La voyeur que observaba o la títere que hacía cosas reprensibles? ¿Ninguna? ¿Las dos? Ya vamos viendo que el problema del sueño no es tan simple. Existen sueños tan enigmáticos que se duplican y multiplican en una galería fantasmal. Por ejemplo, soñaba que estaba durmiendo (lo que ya implica una metaonírisis) y que venía mi tía Audelina a despertarme, pero desperté dentro de un ambiente netamente onírico de nuevo, algo de mí reconoció la distancia entre ese león junto a un ermitaño que escoliaba códices en una cueva montañosa y la contundente realidad de mi barrio, mis abúlicos vecinos y la vereda tropical (por entonces vivía aún en Corrientes) donde uno podía encontrar de todo menos un león y un ermitaño. Si el mundo que soñamos es absolutamente ilusorio y se disipa al despertar como una pompa de jabón, sólo conserva un valor alegórico. Puede que a nosotros nos tenga despreocupados esta cuestión pero Descartes, que era visiblemente más inteligente que yo y carecía de un tumor secuestrando ¼ de cerebro, escribió algunas perplejidades en forma de preguntas; por ejemplo, ¿qué le pasaría a usted si soñara repetidamente con situaciones habituales en usted, que sale de la casa, que va a trabajar, que paga las cuentas y (no lo olvide) la factura de AFIP; ¿Cómo haría de aquí en más para diferenciar entre sus recuerdos qué es lo que soñó de lo que sucedió? Mire si soñó haber pagado AFIP pero en la realidad no lo hizo. Los equipos informáticos, que son otra forma de sueño, registrarán el déficit pero esa misma noche usted podría soñar que va a pagar la deuda. Las fronteras entre lo soñado y lo realizado quedarían borradas. Seguramente usted está pensando que entré a divagar; no tenga tanta fe, el primer caudillo de los ismaelitas musulmanes del siglo XI, don Hassan ben Sabbah, llevó a un grupo de sus discípulos más jóvenes a la fortaleza de Alamut (significa “nido de águila”), que coronaba un risco para desalentar las visitas, y asediado por el desierto. Hassan decía ser el hudsshet o reencarnación del último imán y en este retiro inhóspito, en ergástulas polvorientas drogaba con cáñamo indio a sus secuaces y después los hacía trasladar a un jardín delicioso acariciado por el único arroyo que serpeaba en medio de la inmensidad del desierto persa. Una vez en el oasis los acólitos se encontraban en un vergel rodeados de frutas, bellas mujeres envueltas en sedas con quienes consumaban los alimentos terrestres: buen vino, copiosas comidas y sexo a discreción. Hundidos en el sopor de la fatiga eran conducidos nuevamente a la fortaleza donde despertaban en la misma celda polvorienta donde se habían quedado dormidos. El Viejo de la Montaña (Hassan llegó a vivir 90 años) les explicaba que habían soñado y que esa era la vida que los esperaba en el Paraíso. Desconsolados, los discípulos se congregaban entre las almenas de la fortaleza todas las tardes y meditaban observando el paisaje mortal de aquella zona reseca y árida. Los secuaces (llamados los tomadores de hashís, o hachishines, de donde viene la palabra asesino) recibían entrenamiento militar y si bien aceptaban que tal sueño podía llegar a ser real, jamás confundieron la realidad con un sueño y asolando la región engrandecieron el poder del Viejo de la Montaña llegando hasta Siria donde un siglo después se enfrentarán con los Templarios. Si los fines políticos de expansión territorial de Hassan parecen nefandos, y sus métodos, crapulosos, queda salvado por la fe ismaelita que profesaba: los Seis Querubines de la Creación recibieron la misión de cortar la cadena que ata a la humanidad a la historia cíclica y esto se conseguirá recién el día en que la Tierra tenga un solo reino sin enemigos y no tal como está distribuida en parcelas hostiles y taifas que a la menor provocación generan crueldades y guerras. ¿No es un derroche de bondad?

En otro sueño el Viejo de la Montaña descubrió que Seth fue expulsado del Paraíso junto con Adán y Eva pero regresó y volvió a la Tierra con tres semillas del árbol que trajo nuestra perdición. Las sembró en las laderas del monte Horeb y seguían firmes en tiempos de Moisés. El rey David los hizo transportar a Jerusalén, pero sólo sobrevivió uno y bajo su fronda escribía los salmos. Fue derribado el día en que Jesús maldijo la Ciudad Sagrada y con su madera se hizo la cruz que llevó al patíbulo entre la muchedumbre que lo escarnecía. Cuando leemos estas historias casi encantadas, nos preguntamos de inmediato: ¿por qué mis sueños se reducen a parientes, amigas, gatos, camisas y manuales de psiquiatría?

Este mundo fantástico y fantasmal del sueño siempre resulta inquietante, pocas veces agradable, muchas veces aterrador, ya que las leyes que rigen su mecánica nos son desconocidas o escamoteadas. Esto nos vuelve indefensos en contraste con el mundo de la realidad, del que creemos saber un poco más.

No faltan las historias en las que gente de carne y hueso afirma haber soñado con un objeto que después encontró en su cama.1 Cierta antigua amiga mía frecuentadora del Merlot me comentó que había estado bebiendo en la cama y soñó que Papá Noel le entregaba una botella de Merlot. Cuando despertó, tenía en la mano el corcho de aquella botella mágica. Como usted lo habría hecho, reaccioné de inmediato: “Un momento, si habías estado libando en la cama, seguramente era el corcho de la botella que terminabas de beber”. No, me dijo al instante, exponiéndome dos corchos; éste es el de la botella que estuve tomando. ¿Y este otro?, me preguntó izando en lo alto un tapón. Yo quedé mudo. ¡Nada más ni nada menos que el bonachón de Papá Noel fomentando el alcoholismo!

Nada supe responder a esta milagrosa duplicación de alcornoques y mucho menos ofender a mi amiga diciéndole que si buscábamos bajo su cama no sólo encontraríamos corchos, botellas, tirabuzones, copas y vasos sino hasta es posible que a esas alturas ya estuviera viviendo algún bodeguero. El sueño, dice un imán y repito, es “el crimen sin testigos”, no hay soledad mayor que la del soñador, es el único que percibe esas imágenes fumosas, ciegas, sordas que el yo usurpador se empecina en copiar noche a noche.

(Fragmento de La salvación después de Noé).

 


    1. Excluye señores y señoritas encontradas “de casualidad” en la cama al amanecer.