Artículos y reportajes
Papá Jaime: un ángel visible que sueña y cuenta su sueño
Comparte este contenido con tus amigos

Los hijos de la oscuridad
debajo de la ciudad
donde la vida no cuenta
sino cinco minutos de más
luchando un trozo de pan
entre la peste y la bestia
los hijos de la oscuridad.

Franco de Vita, “Los hijos de la oscuridad”.

Nunca, nunca, nunca más dejes de soñar

Para Papá Jaime debemos quitarnos la máscara, ya que todo sueño “hay que contarlo”, y no como tradicionalmente nos han hecho creer cuando alguien nos dice: “No cuentes tu sueño porque no se te cumple y no se te hace realidad”. Por eso, cuando hizo su aparición en el kiosco del Colegio Británico de Cartagena, con su atuendo de color blanco, nos hace pensar a mí y a todos los que habíamos escuchado de su trabajo y todo lo que hacía por los niños de las alcantarillas que ese ser especial venía a compartir sus testimonios de vida, su sentir como ser humano y a invitarnos de alguna manera a abrir nuestra mente ante el dolor ajeno, los golpes de la miseria, la injusticia, el hambre y los miedos propios de cada ser humano ya que detrás de cada persona existen los mismos miedos, mentes dispersas con angustias, temores, depresiones.

De algunos estudiantes presentes se escucharon unas voces susurrantes.

—Ese señor es como raro —dijo una niña.

—Parece un científico —dijo otro joven.

Y alguien más en su inocencia entre dientes murmuró:

—Seguramente es un señor que nos viene a pedir plata para que ayudemos a los niños pobres.

Sin embargo, no tardaron ni cinco minutos en cambiar esa idea en forma radical.

El fondo musical del video con el que inició su conversación era cautivador y a su vez la letra de la canción de Franco de Vita, “Los hijos de la oscuridad”, era perturbador.

De repente desde la parte de atrás del recinto empezamos a escuchar su voz pausada, tranquila y serena que lentamente fue atrapándonos a todos sin excepción...

—Valora a tiempo las cosas pequeñas y simples que Dios y la vida te dan, ya que mañana puede ser demasiado tarde y quizás las hayas perdido —nos decía—. Esa palabra amorosa de ese padre y de esa madre que nunca tuvieron. Hogar y hambre se escriben con H, el frío y la falta de cariño, son el resultado de lo que ustedes a mí me han quitado. Por ese afán de tener, poseer y controlar, se nos olvida compartir con esos seres queridos —hizo una pausa.

Empezamos a ver el video, con unas imágenes desgarradoras. Mis lágrimas y la de algunos estudiantes brotaban silenciosas.

 

En ese instante entendí cuál era la misión en mi vida

Papá Jaime nos mira, se queda absorto por un momento, repasa la mirada por la audiencia y nos dice:

—Todo empezó en una navidad en el año de 1973 en Bogotá. Estando en una calle pasó un carro lujoso, alguien bajó el vidrio trasero y desde una de las ventanas arrojaron una caja de muñeca vacía marcada “Fisher Price”, una niña de la calle que apareció de la nada le decía a unos niños también de la calle: “¡Mira, mira lo que me encontré!”, gritaba y brincaba muy emocionada. La niña vuelve a mirar la caja y no lo podía creer. Mientras sigue gritando y saltando de júbilo por semejante hallazgo, pasa una tractomula, la arrolla y la aplasta. ¡Y todo por una caja vacía! Quedé petrificado, por mi cabeza pasaron mil cosas y fue en ese preciso instante en que entendí cuál era mi misión en esta tierra.

Los alumnos, profesores y yo quedamos fríos como ese pavimento de esa calle de Bogotá.

Nadie pronunció palabra, sólo rostros compungidos reflejaban quizás la solidaridad momentánea por ese hecho tan espeluznante y macabro que nos acababa de contar.

Continuó con la charla.

—Decidí entonces disfrazarme de Papá Noel y salir a las calles a repartir regalos. Un niño se me acercó y me preguntó: “Cucho, ¿usted es Papá Noel?”. “Sí”, le contesté. En ese instante salieron más niños que regalos. Me abrazaban, se me recostaban, ponían sus rostros sobre mi camisa. De repente vi que en la parte blanca de una de las mangas de mi atuendo estaba amarilla, como si fuera óxido. Me sentí muy inquieto y decidí ir con esos niños hasta donde vivían. Los seguí y me llevaron hasta su guarida: las alcantarillas. Estando allí me encuentro a uno de nombre Raulito quien tenía media cara podrida a causa de la mordedura de una rata. Mi corazón se arrugó como una bola de papel, en ese instante tuve un sueño y a todo el mundo le conté mi sueño. Cuando se lo conté a una enfermera amiga, ella se lo contó a un médico cirujano amigo de ella y desde ese momento se fue multiplicando y creciendo y de allí nació la Fundación Niños de los Andes —nos relata.

“Dar lo mejor que está en tu corazón, siempre pensar en ayudar a los demás”, ese es su lema.

 

Visita de Franco de Vita a Bogotá

—Cuando Franco de Vita llega a Bogotá, me acompañó a las alcantarillas. Me pregunta: “¿Por qué ese bebé de tres meses tiene la boca plastificada?”. Y yo me lo quedo mirando y le respondo: “No, no está plastificada su boca, es el bóxer que su madre le da a oler para que no sienta hambre”. Después de ver esas escenas tan tétricas Franco escribe y compone la canción de los hijos de la oscuridad.

 

Papa JaimeLa fuerza de la palabra

—No es lo que entra por la boca lo que contamina sino lo que sale de ella —continuaba diciendo, eso es la fuerza de la palabra—. Una palabra mal manejada puede destruir vidas —nos dice y hace una pausa sosegada, quizás para tomar impulso para poder seguir narrándonos esos capítulos contrastantes que le ha tocado vivir.

Después se le escuchó decir:

—Recuerdo como si fuese ayer al “cabezón Bernal”, todos lo molestábamos en el colegio porque era cabezón y con ese sonsonete continuamos durante mucho tiempo. Después de tres años Bernal se suicidó y dejó un escrito que decía: “No quiero vivir porque soy cabezón”. La fuerza de la palabra es peligrosa, de hecho un maestro le dijo a un estudiante delante de los demás compañeros: “Tú eres tímido”, y se lo recalcaba de manera contundente; inmediatamente después a este estudiante que no tenía nada de tímido los demás compañeros lo tildaron de amanerado. Más adelante se consiguió una novia, después terminaron la relación y su ex novia por hallarse herida por la ruptura les dijo a los demás estudiantes que ellos habían peleado porque él era gay (no siéndolo). Este joven empezó a consumir droga, se volvió agresivo y se intentó suicidar.

“Lo que se dice, acumula, hace daño y los cómplices que se ríen”.

—A Ruth Elena Camargo, la hija del sol, la quemaron viva; al principio le sirvió la droga, pero a medida que el tiempo transcurría fue terrible para ella. “Papá, me quiero morir, los niños en Halloween me dicen bruja, me tiran piedras, nadie me mira, esto no tiene sentido”. Lo importante de esta dolorosa historia es que Ruth sacó fuerza, quería luchar y creció como persona. En su testimonio nos dice: “He crecido como persona, mi vida ha sido como la reproducción de una planta, con ayuda, con abono, con dedicación y amor, pude abrir mi corazón a la gente para ver en verdad quiénes son”.

Y Papá Jaime nos dice:

—Lo que ustedes piensan, eso sienten, lo que ustedes sienten, es lo que experimentan —y nos evoca a su amiga Teresa de Calcuta, la que siempre le decía: “El poder es para servir y el amor para compartirlo”.

 

La muerte coqueta y acaricia

Lo que nunca imaginó Papá Jaime, quien ha salvado a tantas vidas de la oscuridad, es que él se iba a encontrar de cara a la muerte.

—Hace tres meses, encontrándome en San Juan de Puerto Rico, volaba extasiado en parapente en el cerro Yunke. Cuando estaba en lo más excitante de mi vuelo, me encontré de frente con unos cables de alta tensión, en mi instinto de conservación hice un movimiento rápido para esquivarlos y caí de cabeza incrustado en un árbol quedando ahorcado por cinco minutos. Las consecuencias las pueden imaginar, tuve un derrame, un aneurisma y quedé como un vegetal. La muerte me coqueteaba y alcanzó a acariciarme y estoy seguro de que hasta me besó. Después de un tiempo, cuando empecé a recuperarme, sólo balbuceaba repetidamente, “Gracias, gracias, gracias”, con la poca voz que tenía.

Después, con un tono más grave, “Gracias, gracias, gracias”, nos dijo.

—Ahora he recuperado la visión el 50%, es como estar en navidad viendo estrellas y luces de colores, la voz la recuperé el 90%, la audición el 75%, la memoria la recuperé totalmente —contaba agradecido ante Dios—. Ayer —dijo— me metí al mar y no sentía la arena, ni el calor ni el frío, ni el agua. Ahora es un mar virtual y me concentro en lo que tengo. Ahora camino con el oído y me volví Superman, me chuzan, me pegan y no siento. Como lo que sea, lo veo y lo disfruto porque mi paladar no lo puede saborear.

 

“O sufren o disfrutan”

Termina su charla con una vivencia de un mendigo a quien le regala dos yogurts con dos pedazos de torta de chocolate, y el mendigo a su vez los comparte con dos niños de la calle. Al ver esto, se acerca nuevamente al mendigo y le pregunta por qué lo compartió, y éste le responde: “Yo soy el cabalgante de la noche”. Papá Jaime le pregunta: “¿Y dónde está el caballo?”. El mendigo le responde: “Yo cabalgo con las estrellas y mi felicidad está en servir”.

“Ser felices, disfrutando el presente, el aquí y el ahora. Nunca, nunca, nunca más dejen de soñar” (P.J.).

Papa Jaimé con los niños de la calle