Letras
Dos relatos

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En la sala de un redactor

Sentada en el espacio destinado a los asentamientos de temperatura y volcanes fui enderezando mis manos a medida que hojeaba las noticias de un periódico que sostenía una mujer sentada a dos estados a la derecha de mis reservas. Ella pretendía sordera de ojos al no compartir abiertamente mis intenciones de conocer qué ocurría en la lejanía de las letras de un verso atestado de tinta y mal olor.

Terminé por renunciar a la tarea de saber del país, terminé por entregarme a las posibilidades de mis manos y sus extras cicatrices que cruzaban la piel como carreteras de lugares que estaba destinada a recorrer. Esas líneas hablaban de mí, contaban con precisión mis intentos de morada, mis amaneceres de gato. No podía determinar en cuál de ellas me encontraba, sólo sabía que estaba sentada en un pasillo esperando ser vista por la gentileza de un redactor de espacios, ¿acaso no era yo igual que él?, ¿no tenía en mis manos la certeza de un escrito perfecto?

Gentilezas de oficina y mucho café a destiempo, no sé por dónde empezar este verso me decía al oído mientras un audífono blanco trataba de llevarme a Inglaterra montada en un caballo de acero. Siempre me aíslo cuando debo concentrarme, recojo las partes olvidadas en los bosquejos mentales y pretendo disciplina al ritmo de las olas de un lago suizo, no quiero más que entrevistarme con el redactor y mostrarle mis manos para que sepa que soy yo en este justo momento parte de la realidad que no es tal, que de alguna manera es pasado en el futuro del presente cuando fue escrita. No debería pensar todo al mismo tiempo, o quizás es la forma correcta de pensar para que los tiempos se desnuden de realidad y dejemos la mentira de las estaciones alocadas y veloces, todo es un eterno ahora, todo cruza por el mismo instante, pero pienso todo esto en silencio externo y nadie parece pensar lo mismo mientras esperamos respuestas de un cita propuesta por una voz distanciada. ¿Cuánta distancia es necesaria?

Me siento sentada en el espacio como ya dije el comienzo cuando terminaba de pensar en todo esto, con el texto perfecto. No hay manera de digerir tanta amplitud, no hay relojes que sean ciertos, no hay otra promesa por romper, todo está expuesto, todo gira en mis recuerdos que vivo proyectada mientras cumplo este intento por saber más de mí a través de mis confesiones en los ojos de un redactor que no me conoce, pero con el que tengo una cita. Todo esto ocurre a voz de aire acondicionado, a flores de plástico, a bordes afilados de ojos extraños que no miran desde hace tiempo con nostalgia.

(Extraído del Diario de mis notas desmanchadas).

 

Los viejos de mi pueblo

A voz de aves alzo mis brazos en el cuarto mientras Mozart produce un efecto, sobrevuelo parte de mi locura y sonrío liberándome de poses ejecutivas, bolígrafo en mano, lentes sin rayas, papeles pendientes, llamadas por contestar, me libero de todo a brazos alzados. Quién lo diría que a esta hora de la mañana yo me encuentre sobrevolando sobre los tejados de un pueblo imaginario que llega al mar donde se encuentran los personajes de un libro que quiere nacer ahora mismo, no hay pretensiones de comidas al aire libre, pero ellos levantan sus brazos para que aterrice, me acaloran los encuentros con extraños, no sé qué decir, cómo poner las manos, necesito un papel pendiente para anotarlo todo, cada detalle, pero veo en ese momento mi reflejo sobre el mar que hace de espejo y mis manos mueven sus dedos en forma de negación, esta vez no debes escribir, sólo aterriza en la arena y comparte con ellos en libertad, suéltate el cabello y acepta que vas a disfrutar de su compañía, vas a bañarte con ellos y posiblemente envejecer.