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“En ausencia de Blanca”, de Antonio Muñoz MolinaEn ausencia de Blanca, de Antonio Muñoz Molina

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Cuando uno aborda la lectura de este breve relato de Muñoz Molina, no espera que en tan pocas páginas puede estar encerrada una tan perfecta descripción de la complejidad humana. Sí. La obra de Muñoz Molina es una exhaustiva y minuciosa descripción de los entresijos y laberintos, a veces (las más) inescrutables, del sentimiento y pensamiento humanos. Las extensísimas y exquisitas descripciones con que el autor nos deleita son un auténtico recreo prosístico.

Comencemos con el andamiaje. La prolepsis que, al principio de la obra, nos desconcierta y nos despista queda, desde luego, resuelta al término de la obra. Se completa así un final cíclico tejido meticulosamente por el autor. Es omnipresente el vaivén de diferentes tiempos internos que se superponen y crean un intrigante juego a ojos del lector, ansioso, en ese punto, por encontrar explicación a lo que viene ocurriendo.

En el primer capítulo, y fijándonos en el plano lingüístico (léxico, semántico y sintáctico) topamos con lenguaje casi pueril, que se entremezcla con la reiterada mención diseminada, a modo de eco, del término Blanca; formando así, toda una serie de yuxtaposiciones telegráficas, fogonazos lingüísticos, además de fogonazos de contenido.

Desde el principio, el protagonista, Mario, nos muestra voluntariamente cuál ha sido, es y, a partir de ahora, será su obsesión, su eje vital: Blanca. La observa con mezcla de cercanía y lejanía cual forense que disecciona y examina un cuerpo. La observa a través de un espejo, de un sueño, de una vaga y etérea realidad creada así, en cierto modo, por él. Todo el capítulo camina en la misma tónica; manera que contrasta con la aparecida en el siguiente, debido a la cotidianidad, incluso, vulgaridad de éste con el anterior. Eso sí, Blanca sigue ocupando su pedestal vital. Adelantamos, líneas arriba, que ésta se convierte para Mario en una auténtica obsesión, en el más estricto y patológico sentido del término. Según la psicología cognitiva, el trastorno obsesivo-compulsivo se define o diagnostica como ideas, pensamientos, impulsos o imágenes persistentes que son experimentadas como intrusivas e inapropiadas y causan marcada ansiedad o angustia.1 El individuo que la sufre siente que el contenido de la obsesión le es extraño, no está dentro de su control y no es la clase de pensamientos que esperaría tener. En gran parte del transcurso de la obra, Mario no es consciente de ello, ya que cree estar en posesión de la verdad con respecto al pensamiento que lo ocupa; pero no olvidemos que, bien avanzada la historia: flaquea, duda acerca de sí mismo. En un momento, siente que dicho pensamiento no lo ocupa, lo acecha hasta tal punto que cae en la compulsión2 —llama por teléfono y queda en silencio, espía a su esposa...

Queda claro que su obsesión —en este punto, me atrevo a evitar el entrecomillado— interfiere significativamente en su rutina ordinaria, en su labor ocupacional, en sus relaciones sociales, etc. Blanca es omnipresente en la vida de Mario López. Son evidentes, incluso, las imágenes propias, salvando la kilométrica distancia, del amor cortés.3

Fijémonos en cómo la descripción cotidiana se convierte, en boca de Mario, en un auténtico ritual. Blanca se sitúa por encima de él; es por él adorada, amada, deseada, venerada, idolatrada... —con toda la pasividad que conlleva el participio. Blanca es una realidad etérea, aparece como irreal, suma perfección inalcanzable.

En algún lugar leí, a propósito de la obra, que alguien opinaba que el estado de Mario López era debido al cambio que se había producido en Blanca desde que conoció a Mario hasta su situación actual. Este lector, en su reseña, se formulaba la siguiente interrogación: ¿Qué ocurre cuando la persona de la que nos enamoramos locamente cambia con los años y se convierte en otra? Desde luego, me sorprendió que, tras la lectura de la obra, este lector se hubiera formado tal juicio —si bien es cierto que una buena obra suscita versiones varias y, en ocasiones, contradictorias. Sin embargo, para mí quedó patente desde las primeras líneas de lectura que ¡no era Blanca, precisamente, en la que se había operado un cambio, sino que era su esposo el que había transformado, metamorfoseado la imagen que de ella tenía! Blanca fue objeto de una idealización tan profunda, entre otros factores, por el círculo tan hermético dentro del cual Mario construyó su relación. En el preciso momento en que un elemento extraño, foráneo a la misma hace aparición, los pilares que Mario había levantado con sus propias manos se tambalean y sus miedos, hasta entonces latentes, se agolpan brutalmente en su mente.

La prosa de Muñoz Molina deambula entre sombras y luces. Si ir más lejos, Mario y Blanca; polos opuestos que representan, a priori, lo más atractivo —ella— y lo absolutamente gris y anodino —él. En este punto, podría encontrarse la clave de la idealización, del temor a lo desconocido, de la inseguridad, de las dudas. Él, claramente, se muestra inferior a ella, entre otras causas, porque él se ha encargado de subordinarse a ella, de enaltecerla. A sus ojos, la inconstancia de su esposa es vitalismo. Ella representa un perfecto escaparate de cara a la sociedad: inquieta, de buena posición socioeconómica, interesada por el arte, por las buenas maneras... Él, ajeno a todo ello; su única preocupación es ella —ella.

Toda esta prosa cadenciosa, fluida, incluso vaga, se ve perturbada al final del capítulo III, donde se torna hiriente y espinosa. Se quiebra, por primera vez, todo el universo idílico mostrado anteriormente. Encontramos expresiones y términos tales como salivazo ponzoñoso; picadura rápida y letal de un escorpión; resentimiento o letal, ligados todos al nombre de Lluis Onésimo. En definitiva, conjunción perfecta del fondo ligado a la forma.

Como si de una concatenación se tratase, el siguiente capítulo comienza ligado al anterior —moscón, parásito—, lo que supone una ruptura con la armonía precedente.

Resulta llamativo cómo la lista amorosa de Blanca se encuentra ligada al concepto de intelectualidad, en concreto, al mundo de las artes plásticas que, siempre ha estado relacionado, de una manera explícita o implícita —también en la obra— a una vida bohemia y despreocupada, sin mayor preocupación que respirar el arte y todo aquello que, según los interesados, posee una intención artística. Se recuperan, de nuevo, las deliciosas y precisas descripciones de líneas arriba.

Mario López ha entrado, definitivamente, en una angustia vital por reconquistar al amor de su vida, día a día —ignora que ella es la misma persona de entonces; es él el que ha operado un cambio. Asistimos ahora a un relato, podríamos denominarlo como agónico, que libra una batalla diaria. Así, aparecen expresiones bélicas como: vigilando... cualquier peligro, cualquier enemigo. De nuevo, perfecta ligazón entre forma y fondo que no abandonará la obra hasta sus últimas líneas y que, asimismo, inundará los pasajes en los que Mario se refiere a un ex amor de Blanca —Naranjo—: polvo apasionado y rápido. El lenguaje ahora, más despreciativo, sórdido y soez.

Continuamos hilando. Mario se muestra como un artesano, casi demiurgo, que moldea a su esposa hasta convertirla en tal y como ella es ahora; en su presente. Ella misma le confiesa: Tú me reconstruiste. En efecto, él la rescató de la vida autodestructiva que llevaba cuando se conocieron. Él le da forma con dedicación y esmero y, ahora, una vez recuperada, ella de desata del lazo que los unía. La criatura se rebela ante su creador. Pero es cierto que esta relación es especial, atípica, ya que, a medida que se comportaba como un siervo, su amor por ella se iba acrecentando —se acostumbró a vivir para ella, adaptar sus horarios a las necesidades y a los súbitos antojos o arrebatos de Blanca. Su esposo ha ido otorgándole forma, meciéndola cadenciosamente, a la vez que era plenamente consciente de que su creación, su reconstrucción iba a ser, tras todo ese proceso, enormemente superior a él. Eso mismo le hacía sentir placer, sentirse plenamente orgulloso.

En el capítulo VII asistimos, por primera vez, a una referencia temporal exacta —veintidós años— y a una dilatada interrogación —casi una página— referida a Onésimo. Ésta supone una traslación de la incesante inseguridad que acecha a Mario en su cabeza.

Asimismo, el flashback se muestra bastante acusado.

En el capítulo VIII, Blanca, dice explícitamente el texto, posee una parte de vida misteriosa, con bruma. Esta afirmación refuerza la imagen que de ella se da al comienzo de la obra —vaga, difusa—, lo que supone un aliciente para el funcionario —previsible, rutinario—; sus deseos nunca se ven totalmente cumplidos.

En el último capítulo se produce la culminación de todo el proceso de observación minuciosa y meticulosa. La obsesión del protagonista roza el absurdo, la paranoia, cuando el narrador omnisciente dice: Ella lo besó en la boca... pero al hacerlo separó los labios un milímetro más de lo habitual.

Hemos introducido un nuevo término del ámbito psiquiátrico: la paranoia, que, según la psiquiatría, suele presentarse en individuos de personalidad ególatra. Nada más lejos de la realidad de Mario López; pero sí es cierto que su conducta cumple todos los indicadores de un trastorno delirante.4

En este punto, y teniendo en cuenta la imagen que Mario tiene de sí mismo, cabe plantearse si se trata de un trastorno producido simplemente por el deslumbramiento causado por Blanca o, más bien, es un estado mental crónico latente que ha visto la luz por dicha causa. Asimismo, ¿se trata de un estado circunstancial del funcionario o, por el contrario, lo acompañará siempre?

Lo que es seguro es que resulta casi fantasmagórica la idea de referirse a Blanca como otra, la desconocida, la impostora, la que dormía a su lado tan plácida, mientras él debía observarla en mitad de la oscuridad con ojo avizor, por si se percataba de algún otro signo de cambio en ella; algo que la delatara por fin. Pero Mario se equivocaba. Era él quien debía desprenderse de la máscara y sacar a la luz todo aquello que le atormentaba. Él era el que fingía. Pero su amor todo lo puede y, al final, hubo una noche en que... ya no le importaba vivir con aquella otra mujer que se le parecía tanto. ¿Por qué? ¿Resignación estoica o ápice de luz en su mundo de sombras? ¡¿Quién sabe?! Lo certero es que este dilatado flashback es la historia de dos mundos paralelos, en ocasiones, opuestos; de claroscuros; de cordura y locura; de realidad y ficción; en definitiva, la historia de una dualidad existencial.

 

Notas

  1. En www.cop.es/colegiados/A-00512/obsesion.dsm4.html
  2. Conducta repetitiva con el objetivo de reducir la ansiedad. Ver nota 1.
  3. El amor es herida mortal, es fuego que abrasa. También aparece el tópico de la “religio amoris”, la “enfermedad de amor”, “servidumbre de amor”...
  4. Fuerza inusual al expresar una creencia o idea. Su vida se altera por ello hasta extremos inexplicables. Muestra cierto secretismo si se le pregunta por el tema. Hipersensibilidad. Ciertos comportamientos anormales. Visitar www.saludymedicinas.com.mx/nota.asp?id=506