Sin cruces y sin lápidas
El huracán es dócil o indomable pero es viento
la lluvia es lluvia torrencial o mansa pero es lluvia
y el hambre es hambre existencial o hambre miserable
aunque Amador sospecha que el hambre y la miseria
debieran ser alaridos y puños indomables
cabalgando como proclamara Whitman sobre los tejados
de las ciudades y del mundo / porque sólo el aullido
universal es capaz de galopar a lomo de los vientos
porque sólo un alarido puede contra la furia del torrente
porque si el hambre es mansa o dócil acaba en hospitales
o almacenada en basurales sin cruces y sin lápidas.
Miseria blues
La manzana lucía —enjundiosa— el hedor de sus gusanos
y el negro amenazante de sus plumas aceradas
mientras los falsificadores y agentes de la bolsa cobraban
sus apuestas y el vaquero contemplaba una vista panorámica
del imperio en Cinerama Superscope alineando sobre la arena
sus legiones de mercenarios y convictos ávidos de pop corn
y cocacola / dentro de los corrales otro ejército de sudacas
negros caribeños / chicanos y toda suerte de desgraciados
indocumentados sacaba lustre a sus cadenas y a las botas
de los suboficiales / sin dejar de ocuparse de las letrinas
cepillar los caballos y mantener prolijas las alcantarillas
y los desocupados acudían a las quemas / donde se sorteaban
unas cuantas raciones de basura cada mañana / para que vieran
que también el imperio pensaba en ellos y comprendieran
que el día ha de llegar en que la suerte les depare una carta
de ciudadanía y el seguro social que les permita vestir
sus charreteras y sus cascos / para llevar el orden americano
al confín de los desiertos y los mares cantando himnos
emocionantes o las viejas melodías de los algodonales.
Alguien entonces sopló su saxo hacia las costas del Golfo
un instrumento turbador en las manos del Ángel.
Réquiem por unos bárbaros
Ellos cabalgaron sobre las vértebras del imperio desde Pamir
hasta la nieve de los Montes Celestes / las laderas del Altai
atesoraron espantadas la impronta de sus corceles vírgenes
de piedad y de herradura / cosecharon bajo sus cascos
unos campos de arroz y las cabezas de innumerables mandarines
todo a compás de acero sibilante y el estruendo del cuerno
extraña coreografía con que supieron honrar a unos dioses
oscuros que ávidos de adrenalina y sangre con paciencia
fumaban su hachís o adormideras en pipas imperturbables.
Después cayeron las espigas que áureas contemplaban
la monotonía de unas estepas a lo largo del Volga
y la cebada que los babilonios tostaban en homenaje
de otros símbolos que ellos no acataban / abrevaron
a orillas del Éufrates y el Ganges sin desdeñar las playas
del Baikal y del Caspio y aquel mar que aún no era negro
pero ya oscuramente los tentaba.
Ellos nunca miraron hacia atrás / desconocían la lengua
que era sagrada para los campesinos tibetanos
y los pastores kurdos / su mundo fue un mapa de quemazones
interminables y cuerpos insepultos
no dejaron sino el pavor de un capitolio / unos búfalos
en extinción y la memoria triste de unas torres.
(Miseria blues, Premio Municipal “Felipe Aldana” 2007. Editorial Municipal de Rosario, Argentina).