Sala de ensayo
La novela del petróleo invisible

Petróleo

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Algunas de nuestras virtudes y casi todos nuestros defectos y problemas se le han achacado a esa materia viscosa tan solicitada en el planeta, cuyo poder es tan grande que no solamente hablamos de lo que nos ha dado o nos puede dar el petróleo, sino que lo culpamos de lo que no hemos hecho. De ese betún o mene, que alimenta fábricas y guerras, se han impregnado nuestra cultura y nuestra imagen.

Cuando hablamos de cultura, ciencia, educación, música, arte, narrativa o investigación, no siempre recordamos que somos uno de los tres países productores de petróleo más importantes del mundo, ubicados en el punto más conveniente para Estados Unidos. Nuestra economía monoproductora, o “especializada”, fue diseñada y apuntalada para garantizar el flujo constante del combustible, a precio conveniente para las empresas que manejan el negocio en todo el mundo. Desde 1936 hasta hoy, alimentamos las guerras de cualquier temperatura en el planeta. El petróleo venezolano ha sido proveedor fundamental de un país que desarrolló su economía y la impuso en el mundo, usando siempre más petróleo del que produce. Hechos conocidos aunque no siempre asociados en nuestras reflexiones en materia política, económica o cultural.

Aunque no sepamos mucho de su composición química, su proceso de extracción o manejo comercial, aunque nunca hayamos visto un balancín, nuestra vida cotidiana, lo que somos, nuestra historia y lo que podemos esperar del futuro tienen mucho que ver con el petróleo y la lucha que se libra en el mundo por su causa. Tal vez por eso, la profesora Julia Elena Rial, en medio de un taller sobre narrativa petrolera en América Latina, nos hizo la magnífica pregunta que motivó en gran medida este trabajo: ¿por qué ha habido una ausencia de varias décadas en la narrativa del petróleo en Venezuela?

La pregunta podría llevarnos por diversos caminos a múltiples respuestas. Desde las probables dificultades técnicas para abordar un tema que se ha hecho cada vez más abstracto y complejo, hasta la muy libre decisión de interesarse en otras cosas. Hay quienes plantean que es un tema para la economía o el realismo social pasado de moda. Lo cierto es que la novela, ese género que ha sido llamado “cajón de sastre” y “ladrón de géneros”, no ha dejado de ilustrarnos sobre los más diversos temas, acompañándonos y dejando constancia de nuestras épocas y de la evolución del género mismo. De tal manera que quizás podamos —a partir de lo que la novela de una época refleja— “leer” lo que no dice.

¿Qué nos dice la ausencia de una buena novela petrolera en Venezuela durante tantos años?

 

¿Qué hace que un novelista escoja escribir sobre Lope de Aguirre o Charlie Parker? ¿Qué lo anima a investigar sobre enfermedades o delirios? ¿Por qué decide escribir desde el punto de vista de un perro, de un feto o de un héroe? ¿Por qué ha desaparecido el petróleo de novelas o cuentos venezolanos durante treinta años?

Hurgando entre lo dicho por escritores sobre el proceso creador, encontré que la mayoría coincide en las influencias determinantes de sus experiencias personales, de su mundo interior forjado por la geografía y el ambiente, por sus lecturas y su sistema de creencias, códigos afectivos y emocionales. Por supuesto, no podemos olvidar la influencia del cine, vertiente importante en autores como Manuel Puig, y en los más jóvenes, el cómic, la televisión y hasta los videojuegos.

Si el petróleo no ha tocado el alma de nuestros narradores desde que Milagros Mata Gil escribió Memorias de una antigua primavera, tal vez sea preciso desentrañar detalles ocultos en nuestra cultura y en nuestra historia oficial. Habrá que hurgar con el auxilio de otras disciplinas, enfrentar verdades que nos permitan crear desde el fondo claro de nosotros mismos, sabiendo que intelectuales, poetas y narradores no son inmunes a las influencias culturales y políticas del país donde viven, y generalmente las reflejan en su obra mediante sus propios sistemas de creencias.

En el año 2002, Janet Kelly escribió: “Venezuela is the most ‘American’ of the Latinamerican countries”. Eso que Janet percibió podría ser considerado un rasgo de “cultura híbrida”, aunque prefiero el término “cultura dependiente” o “cultura del petróleo”, como la llamó el antropólogo venezolano Rodolfo Quintero, apuntando a sus causas. En 1996, el sociólogo mexicano Néstor García Canclini escribió: “Cabe preguntar si la llamada reorganización global de las economías no conduce más bien a una norteamericanización”, y más adelante dice: “Este riesgo de que la globalización sea reducida a un dominio estadounidense sobre la cultura internacional, no es exclusivo de América Latina... Parece evidente que deficiencias en políticas culturales y científicas colocan a los países latinoamericanos en posiciones económicas y políticas cada vez más desventajosas”.

Enacto cotidiano de prestidigitación los medios fragmentan las noticias, les cambian horarios y colores, las ubican en portadas o rincones. En el poder de ese juego, el petróleo —como cualquier otro tema importante para nosotros— desaparece junto con su contexto histórico y sus verdades. Leer entrelíneas, mirar el revés de la trama e investigar en otras fuentes es nuestra decisión, yo diría nuestra responsabilidad.

Cuando el término pasión venezolana no sonaba cursi y la agresiva explotación petrolera se reflejaba en las noticias, cuando sectores de la burguesía nacional e intelectuales de clase media tenían intereses nacionalistas, cuando Juan Liscano Velutini se acercaba y nos acercaba al folklore venezolano, cuando Uslar Pietri llamaba a sembrar el petróleo, se publicaron buenas novelas relacionadas con el tema petrolero, novelas que, desde La bella y la fiera de Rufino Blanco Fombona, ya muestran los conflictos de intereses, la injusticia y la penetración cultural.

 

Los ensayos de genuina preocupación por Venezuela que publicaron Mario Briceño Iragorry, Mariano Picón Salas, Rodolfo Quintero y otros pensadores, estuvieron presentes en el entorno cultural de las novelas que siguieron: Mene fue escrita por Ramón Díaz Sánchez, en las oficinas de un diario de Maracaibo donde trabajó. Oficina Número Uno fue producto de una investigación in situ.

Para Guachimanes de Gabriel Bracho Montiel, fue entrevistado el líder sindical petrolero Manuel Taborda, amigo del autor. Cuando las luchas sindicales logran resultados y mejora el nivel de vida de los obreros petroleros alcanzando condiciones salariales y laborales superiores a la mayoría, la explotación se radicaliza expandiéndose a todo el país, las compañías se deslastran de maquinarias y equipos obsoletos, de pozos no suficientemente productivos y de nóminas laborales: Memorias de una antigua primavera es memoria del futuro vivido por Milagros Mata Gil en pueblos de pozos agotados.

La etapa de aseguramiento de la hegemonía en países-mercados que garanticen la compra de materia prima y la venta de sus productos (con el mayor beneficio y el menor esfuerzo) ahonda necesariamente en la cultura, la economía interna, el manejo de las relaciones internacionales y la educación. De ahí surge la novela Marea negra, del español Alberto Vázquez Figueroa, ambientada en nuestro país y publicada a finales de los años setenta, con el tema de las negociaciones internacionales, la corrupción en la política interna y los intereses de grandes consorcios en el mercado petrolero.

Hubo en todas nuestras novelas petroleras, como lo hay en cualquier relato intimista o no, un sello ideológico que se reflejó fuertemente en la etapa de extracción. Sin embargo, la “cultura híbrida”, el resultado de lo que hemos hecho al “amasar el petróleo” sin sembrarlo, la visión crítica de nuestra cultura, están por escribirse.

El tema de la cultura petrolera supondría una investigación que va más allá de este trabajo. Necesitamos escudriñar informaciones históricas, técnicas, comerciales, estadísticas y bibliográficas. Al avance de las tecnologías de extracción, le siguen políticas más radicales de comercialización. Al poder estratégico y político que ejercen las corporaciones industriales en el mundo, le sigue la influencia hegemónica en la ciencia y la cultura, medios de comunicación, universidades, centros de investigaciones científicas y sociales.

De modo que la frase “El país más americano de los latinoamericanos”, dicha con natural sencillez por una profesora estadounidense que vivió y trabajó años en nuestro país, es una referencia interesante de la imagen que tenemos de nosotros mismos. Estamos hechos de petróleo, sí, pero el molde ha sido ajeno. Teniendo nuestras propias imágenes y propuestas, tenemos un look de ciudadano de marca, de Barbie o G.I. Joe, que ni nos corresponde ni nos queda bien. La conducta “mayamera”, bien afincada a finales de los setenta, se ha profundizado y ramificado. La penetración cultural a través del intercambio de bienes y servicios se refuerza con la inversión de grandes capitales estadounidenses o asociados a ellos, de millones de dólares para subvencionar proyectos científicos, sociales y culturales —fuera de convenios o tratados— captando así talentos que muchas veces ni siquiera están conscientes de haber sido manipulados.

 

Los resultados, aparentemente tan invisibles como el petróleo para la mayoría de nosotros, están en las casas de comercio con nombres en inglés, en los anglicismos innecesarios, en las ventas astronómicas de las cadenas de comida chatarra, en la ausencia de música y películas europeas, latinoamericanas o de otros continentes, en el exceso de series policiales norteamericanas en la TV, en la compulsión de comprar cualquier cosa, en el vacío doloroso de querer ser lo que no se es, en la tristeza torpe de dejar de ser, para tener.

En otros países latinoamericanos productores de petróleo, aunque la penetración cultural ha dejado secuelas, sus tradiciones afincadas en culturas prehispánicas parecen amortiguar la avalancha publicitaria que ha contribuido con nuestra alienación. En Venezuela, debido a nuestra “economía especializada” y a la inexistencia de políticas culturales firmes, el progreso ajeno logró convencernos de que “somos otros”.

Dos hombres útiles y sensatos, centrados en Venezuela y alejados de cualquier extremo, nos dejaron estas reflexiones en los años cincuenta: el fisiólogo Humberto García Arocha, en el Décimo Congreso de Fisiología, dijo: “Es impostergable aunar esfuerzos para librarnos de la dependencia... que no es sólo económica, política o militar, sino también cultural... que no ha sido inventada por marxistas interesados ni nacionalistas exaltados...”. Y Mario Briceño Iragorry: “El petróleo estaba llamado a cambiar la estructura de la economía venezolana, su explotación era necesaria desde cualquier punto de vista... Desprovistos los políticos, negociantes y abogados del sentido de responsabilidad colectiva... no cuidaron de defender lo permanente venezolano y abrieron todas las puertas a la penetración exterior”.

Por otra parte, los intelectuales, artistas y narradores no son inmunes al influjo de modas y escuelas. El concepto de “entretenimiento”ha suplantado las intenciones pedagógicas, las funciones de denuncia o la muestra útil de eventos, personajes o condiciones que ahonden en problemas sobre los que habría que pensar. Siendo el tema del petróleo un conjunto de hechos de nuestra historia política, económica y social, no encaja en los parámetros de la narrativa contemporánea, que desde los años ochenta se ha distanciado de los temas sociales huyendo del compromiso y la controversia.

Ante esta maraña de complejidades se enfrenta la narrativa del petróleo hoy en día. Si en los últimos treinta años el petróleo ha sido invisible en la narrativa venezolana, el momento de polarización política que vivimos parece aun más estéril, presente como está el riesgo de utilizar el relato como instrumento político para la inmediatez. Aun así, los caminos de la forma son labrados por el tema, con el talento y el oficio de los autores, quienes seguramente realizarán algún día la mágica hazaña de mostrarnos el verdadero rostro del petróleo en la novela venezolana.

 

El oficio de escribir puede llevarnos por laberintos difíciles de aceptar o comprender, entrar en el pozo que nos ha moldeado es siempre una tarea dura, no necesariamente agradable, pero siendo parte del trabajo creador podría llevarnos a zonas de mayor lucidez y encanto.

En una ocasión ciertos narradores latinoamericanos se propusieron escribir sobre dictadores o personajes históricos de envergadura y surgieron de ese reto: Yo, el Supremo, de Augusto Roa Bastos, Oficio de difuntos de Uslar Pietri, El general en su laberinto de García Márquez, entre otros. Es posible —y deseable— que algunos de nuestros escritores encuentren el rastro hasta el mene invisible antes de que se haya cerrado el último pozo. Sería un hallazgo interesante.

 

Bibliografía

  • Battaglini, Oscar: El Betancourismo, 1945-1948: rentismo petrolero, populismo y golpe de estado. Monte Ávila Editores, 2008.
  • Briceño Iragorry, Mario: Mensaje sin destino, Monte Ávila Editores, 2005.
  • Ewell, Judith: Venezuela, a century of change, Stanford University Press, 2001.
  • Gallegos, Rómulo: “Discurso desde el exilio”, www.analitica.com.
  • García Canclini, Néstor: Culturas en globalización, América Latina-Europa-Estados Unidos:Libre comercio e integración, Clacso, Nueva Sociedad, Caracas, 1996.
  • Kelly, Janet: USA and Venezuela, Routlodge, 2002.
  • López Maya, Margarita: Estados Unidos en Venezuela, Universidad Central de Venezuela, 1996.
  • Pérez Alfonzo, Juan Pablo: Petróleo y dependencia, Síntesis Dosmil, 1971.
  • Quintero, Rodolfo: Antropología del petróleo, Siglo Veintiuno Editores, 1972.
  • Rial, Julia Elena: Constelaciones del petróleo, Ediciones Estival, Col. Hermenéutica, 2002.
    —. “Nuevos lenguajes del petróleo en Latinoamérica”. www.juliaelenarial.com.
    —. “Petronarrativas latinoamericanas”. www.juliaelenarial.com.
    —. El ensayo: identidad, memoria y olvido, Fondo Editorial Ipasme, 2007.