Letras
Poemas

Comparte este contenido con tus amigos

La noche de los cuentos

¿Puedo yo, François Villon, malviviente y proscrito,
saludar a las constelaciones desde mi soga
de ahorcado?

Yo maté a los espías de las estrellas delatoras
al señor feudal de las tempestades
a los guerreros templarios de la Edad Media
tampoco niego haber matado a Nietzsche y a Kant
me entristecí por Pound y Genet
me conmovió Rilke
he amado a Rimbaud en el corazón de París
me emborraché con Dylan Thomas en las tabernas
de Gales
idolatré siempre a los malditos y alucinados
admiré a los metafísicos y surrealistas
a los que fueron precoces en su muerte
todos los versos alcohólicos de los bohemios
a los heterodoxos desde hace mil años
a todos los poetas suicidas de todos los siglos
a Maupassant en su manicomio,
he visto a Karyotakis disparándose al corazón
un verano de mil novecientos veintiocho,
a Lowry bajo su volcán en Cuernavaca
a Celan en el Sena, a Silvia Plath
seducida por el arte de morir a los treinta años
a Pavese el bello verano del cincuenta
¿acaso tendrá la muerte tus ojos, Pavese?

Poetas de las pirámides
soñadores de las estrellas
el pájaro duerme.
Se acabó la noche de los cuentos.

 

Capítulo anacrónico para un Adán lírico

Ya escribiste tu epopeya falsaria
y eres uno de los sobrevivientes en este umbral
de los siglos, un Fénix
que ha escrito su genealogía aferrado a su cruz lignaria,
el sicario maldito lapidándose enloquecido
entre las reliquias de los jerarcas
y un sicomoro espectro de un Egipto fúnebre.

¿Has tocado ya la esquila de los leprosos
o el cuerno de los faunos?
¿te has asomado a las balaustradas
donde Juan el Evangelista anunció el Apocalipsis?

Caín no gozó el próspero paraíso
y se escondió bajo el helecho y la hojarasca.
Ya abriste los diminutos infiernos
en los que zumban los aguijones de los elegidos, pisaste
los erizos y musgos que poblaron los desiertos,
anidaste letárgicas malezas.
Todavía hay la misma hendidura bajo la tierra
y el tambor de ébano suena aún
sobre las lápidas de un campamento donde florecen
el roble sagrado y el hierro de las espadas.
El mismo séquito se alimenta en la oscuridad
de la misma lluvia
que ahuyentó a las alfareras del Éufrates.

¿Cómo se empuña un cuchillo
contra el humo rojo de la sangre?
¿bajo qué helados páramos
reposarán las vísceras de tanta hambrienta soledad?

Ningún cautiverio será tan infame como ese refugio
con el aroma cortante del invierno
bajo la morada de tu propia desnudez.
Cuando el desconocido que duerme bajo las estatuas
encienda la lámpara
con la llama de los alquimistas,
presérvate de la injuria
y de la arpía soberbia de la justicia,
en el bestiario idolatrado de los regentes
hay un decálogo
que se rompe con la fragilidad del barro, y no atiende
al intruso dios que contempló la luz primera
ni al fósil flamígero
que se asombró ante el primer ocaso.

Las saturnalias son crespones para el viejo imperio,
Heliogábalo sobrevive en el Tíber
y sus restos resucitarán
en las valvas de otra historia.
No crezcan tus alas
con el fraguado polvo de la maquinaciones,
no reposen sobre el precario vidrio deslumbrante
por la nevada,
a veces cimbra una esfinge hasta su derrumbe
y tiembla el claustro de los faraones
y los escorpiones de Isis
abonan el oro de las tumbas.

¿Qué esplendor,
qué rostros agraviados por la tristeza
se corromperán aún entre raíces
hasta hacer su metamorfosis y yacer, sin embargo,
en el túmulo profanado del colibrí?

 

Noche

Tu hermosura va creciendo como el ópalo
que traspasa el valle,
allí donde mansamente vuelan pájaros
y se cubren de naufragios las palomas

en el hondón del páramo interminable
donde va latiendo la llama
y clava luego su venablo de luz nupcial
en mi pupila de algodón

más allá donde no hay rutas y se nubla el ojo
de siniestra soledad.

Y pregunto en la ingravidez de esta constelación

qué lira quebrada suena
cuando los desheredados de la luz
celebran su alumbramiento de eclipses
y presagios.

 

Apuntes para navegantes

El mar sagrado es un gran rey de las tormentas.

Las naves parten tras los años con plenitud
y esplendor

luego el sol batalla contra la ventisca
las mareas se amotinan contra la luna
las olas humedecen un ocaso poco antes de morir

se añoran tabernas
puertos lejanos
barcas que crujen en las playas vacías

y una mujer que espera y sabe que los náufragos
nunca mueren del todo
mientras las estrellas brillen.

 

Una calle vacía

Una calle vacía
es como un nombre olvidado para siempre
es un paisaje de espaldas al mundo.

Duro es el silencio entonces

y tú vas por la acera pisando la angustia
el desperdicio
todo lo que la vida no quiere.

 

Recuerdo de tu voz todos los océanos

Entra la noche en tu mirada
como fuego,
yacen trigos en la hondura irisada de la boca

gráciles fulgores
y pétalos de olvido
vadean tenues tu levedad inabarcable.

Recuerdo de tu voz todos los océanos.

No existe el roce ni la herida
y apenas tu claridad sonora me comulga
y me persigue.

Los niños jugarán con tus ojos
yo te oigo crecer bajo los juncos

y en los sótanos, las iglesias y los pantanos
escucho mi latido de muerto

entonces no soporto tan grande dolor.