Entrevistas
Ednodio Quintero: Los instantes del jaguar
“Escribir es una larga respiración”
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Acaba de aparecer en España, y bajo el sello Candaya, la selección de cuentos Combates, del escritor venezolano Ednodio Quintero (Las Mesitas, Trujillo, 1947); en 1991 Monte Ávila publicaba La danza del jaguar, la primera novela de un autor que ya había destacado por su cuentística. Alberto Hernández recupera para los ojos de la Tierra de Letras la entrevista que le hiciera a Quintero en Maracay en 1993.

Imaginar a Ednodio Quintero es saberlo en Giancaldo, detrás de la pared de donde emergen las imágenes desleídas de aquel viejo cien de pueblo, y todo por lo que él ha confesado en otras conversaciones. Pero es —más que todo— el autor que suscita una lectura en la que ciertos elementos simbólicos lo hacen universal, un poco más allá de la comarca rulfeana de donde proviene. De allí entonces que, a la manera de Borges, sueña y hace de los sueños materia cierta.

Ednodio Quintero es un hombre de silencios largos, de pausas degustadas mientras mira a través de una timidez que se exterioriza en la medida en que se abstrae del mundo. “Me debato entre la osadía y la timidez extrema”, ha confesado, con un dejo que Ramos Sucre reconocería.

La conversación ocurre en Las Delicias. El autor viene de una agotadora actividad donde habló acerca del cuento fantástico. Los alumnos del Pedagógico de Maracay lo fusilaron a preguntas.

 

El ojo inventa el paisaje

Animal narrativo, como él mismo se nombra, Ednodio Quintero va hacia el paisaje donde los personajes se mueven y son más vivos.

—El paisaje es lo que contempla el ojo. Pero lo que a mí más me interesa es el movimiento, lo cinético, no del paisaje sino de los personajes —afirma lentamente.

El niño que a los seis años vio la primera película tenía como paisaje la majestad de los Andes, su interior simbólico más que la mirada geográfica. Una visión cargada de acontecimientos que fueron acumulándose en la memoria.

—El paisaje de mi infancia está aquí adentro. No existe como tal. No es un sitio específico de la geografía de un país el cual pueda identificarse —suelta con los ojos semicerrados.

Cigarrillo tras cigarrillo (en aquellos días Ednodio fumaba como un desgraciado), el autor de El agresor cotidiano asomó trozos de historias que dieron con el hombre que es hoy: un narrador sólido y reconocido tanto en Venezuela y Latinoamérica como en España.

Mira hacia un lado para retomar la anécdota de “Los hermanos siameses”, materia que le permite explayarse en la explicación sobre el imaginario de un paisaje:

—Ubiqué en esa historia un río torrentoso en otro sitio donde no existía ese río. El paisaje era inventado. Luego cometí la tontería de ir con un amigo a La Quebrada. La decepción fue total porque era una cosa absolutamente reducida, pobre. Prefería el del recuerdo, es decir, el elaborado. Hay una trasposición de la realidad. Puede haber montañas, pero de pronto no es así, las soñé con unos colores que aparecen en la imaginación.

 

Soñar/escribir

Se viene de la imagen como una prolongación del sueño. Podría ser al revés también. Y es que en Ednodio Quintero pareciera que el cine es esa especie de cordón que hace posible que los sueños se hagan realidad en la ficción.

—Bueno —asiente—, el sueño es imagen. Existe, aunque no se pueda palpar con los sentidos. Me interesa soñar a una persona. Una persona con la cual no pueda relacionarme porque es imposible, por razones muy especiales: entonces estoy haciendo el ejercicio de soñarla, vivir esa relación en ese sueño. En todo caso, el sueño es un recurso más para escribir. No es determinante. Como decía Borges, la literatura es un sueño dirigido. Una de las aspiraciones de la gente es soñar a voluntad. Es una sensación de libertad. Si uno controla el sueño, es casi como realizar el sueño. Es decir, lo que pueda soñar realizarlo en la realidad. Lo que pasa es que la realidad es muy complicada. No tiene esa suavidad que tiene un sueño.

Una mirada larga, sostenida, el aliento de un nuevo concepto que adviene en nuestro escritor como la cuerda que sostiene la pasión de un “paraíso conquistado”:

—Quizás el espacio de la escritura es el espacio que permite al artista tener libertad. Para mí escribir es un ejercicio absoluto de la libertad. Uno —en definitiva— escribe porque le da la gana.

 

Cine/palabra

Volvemos a la mirada de asombro de aquel niño campesino que, dándole vueltas a una especie de moviola y haciendo luz con un candil, creaba imágenes para sus amigos. El mismo que integró un discurso secreto para ser feliz a escondidas.

—El cine para mí —pronuncia Ednodio— es una marca. A los seis años vi la primera película. Nunca había visto imágenes en movimiento. Aparte de los “comics”. Una gran suerte a esa edad ver Helena de Troya, a pesar de ser una versión hollywoodense, pero allí estaban los griegos, los conflictos, bueno, la Ilíada en movimiento. La recuerdo perfectamente. Me ha sido imposible encontrarla. La que tengo aquí en la cabeza es mejor a la que vi en la pantalla.

De esa experiencia corre parejo el camino de nuestro autor hacia la elaboración de un universo narrativo, que lo ha convertido en uno de los fabuladores más relevantes de nuestro país. La adquisición de una manera de decir las cosas en el relato, de construir la anécdota sin necesidad de valerse del tiempo histórico, son algunos de los aprendizajes venidos del cine.

—El cine ha tenido importancia capital en este siglo para la literatura. Los recursos del cine crean una metáfora que produce el rompimiento de una narratividad temporal. Uno siente que la elipsis del cine es de una gran riqueza narrativa —afirma.

 

La danza del jaguar

Recuerdo que siendo apenas un chiquillo oí a mi padre hablar de la debilidad de mi cerebro. Al principio me asusté, pues creía que algún tumor estaba creciendo dentro de mi cabeza y que el día menos pensado iba a reventar (pág. 254).

La danza del jaguar (Monte Ávila Editores, Caracas, 1991) es la novela del delirio. Historia de aliento sofocante, con un ritmo agónico. “Se dice que se escribe como se respira. Proust, dicen, escribió como escribió porque era asmático. Entonces, la escritura en este caso es una respiración. Un ahogo”.

Siempre es la historia, la misma pero vista desde ángulos que varían los colores, el clima, la tensión y la hora de despertar de algunas pesadillas. Ednodio Quintero habla de un libro de “agonías”, de personas que agonizan. O de la misma en distintos trozos de vida. Escribir La danza del jaguar fue, y sigue siendo, una aventura. En ella leemos varios relatos que se relacionan. Son cinco libros, que no atienden al tiempo real, donde símbolos y un yo —uno y múltiple— navegan por todas las páginas de esta hermosa aventura: El guerrero, Lección de física, En la tierra de nadie, Caída libre y Joe en la selva.

Quintero se interna en el personaje (en un yo que se multiplica pero que es el mismo), lo hace a su ritmo interior:

—No tenía sentido escribir una novela lineal, tradicional. El ritmo de esa historia tenía que armarse por “instantes”, a través de varios libros, cinco en total. Es decir, cinco instantes en la vida del personaje, aunque el primero es un relato, sin pensar en lo cronológico. Cada libro tiene un espacio en el tiempo del personaje. Relatos míticos, delirios, horas de vida, recurrencia a la infancia. Para mí fue un verdadero desafío, sobre todo en el cuarto libro donde trabajo con tres planos: recuerdo, delirio y realidad, como un homenaje al cuento de Cortázar “La noche boca arriba”. Toda la novela es una biografía en instantes intensos sin caer en el detallismo.

Maracay, febrero de 1993.