Letras
Las esferas de Fedora

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Una vez que anduve el camino hacia Fedora, tras la larga jornada por senderos llenos de sonidos míticos, ecos de pensamientos machacados, vistas de fachadas viejas sobre fachadas nuevas, y de ver el horizonte tras una loma llena de abetos, reconocí que me había devuelto hacia la pregunta original con una semilla en su interior. La respuesta envuelta de esa luz incandescente se me había dado en un viaje hacia adentro de la propia semilla. Yo, como Paz en el camino a Galta, he vuelto otras tantas veces al comienzo.

La gran Fedora de piedra gris es una ciudad de una dureza que soporta el paso del tiempo grácilmente, como hace la roca en la montaña. A pesar de ser sólida, se pule con el roce más leve del viento, y como el viento talla en una sola dirección, Fedora se ha vuelto circular como la circunferencia del universo. Quienes erigieron Fedora levantaron una fe inmensa en la belleza de su arquitectura, por lo que decidieron adelantarse a los obreros del tiempo y formaron las esferas de Fedora, que no son otra cosa sino Fedoras en un ahora, que existió por un momento. Esas esferas fueron Fedora; ahora no son más que un “hubo” en el tiempo, que sirve para equiparar momentos insólitos de un mismo lugar que ya no es. Las pequeñas Esfedoras son de un cristal inmaculado y lunar; reflejan en sí mismas la gran ciudad de piedra que fue Fedora, dentro de una circunferencia centimétrica. Hay una galería, en el centro de la Fedora de piedra donde se exponen todas las Esfedoras que los habitantes han creado a lo largo de la historia. Cada nueva esfera cobra vida sólo al añadírsele los cambios más recientes que la Fedora de piedra padece. Tan pronto se concluye la esfera, es ya una Fedora del pasado.

Cuando atravesé la entrada de piedra, me quedé sin vista unos momentos mientras las esferas me impactaban del conocimiento amontonado que se abre cuando “el ojo se separa del objeto y le concede un tú”, y abrimos un diálogo las esferas y mis ojos. Ellas me contaban un secreto seminal y mis ojos recibían la eyaculación de la verdad, tan directamente, que mi cerebro no entendía que estaba siendo preñado por la pregunta original que contenía la respuesta en sí misma.

Mis ojos, transformados en el receptáculo, en el orificio por donde penetra la vida, se fueron humedeciendo poco a poco, al ceder al placer de las bellezas de las esferas. Nunca hubo tanto placer en recibir la verdad como cuando mis ojos se encontraron con Esfedora. Dentro de ella estaba una semilla que ocultaba, a la vez, otra semilla, y se hizo tan circular aquella esfera, que dudé de la circunferencialidad de mis propios ojos. Nadie hay que pueda advertir a aquel que decide emprender el viaje hacia Fedora, que será receptáculo. Mas Fedora también es receptáculo. Y es aquí donde la circunferencia es una sola y pi es la medida más aproximada al infinito pues, aun siendo circular, es paralela en sí misma. Todo vuelve a su origen porque el origen está adentro.

¿Qué importancia tiene un Aleph como Fedora? En realidad, ninguna. Un Aleph es realmente una falla de la naturaleza. Es un brinco en la realidad que roba la atención de aquel que es demasiado perezoso para realizar un viaje. El viaje es más importante que el destino; es en el viaje donde ocurre la transformación. Así, el Aleph o las Esfedoras no son un lugar, sino una acción del ojo. Lo que sucede entre el Aleph o las Esfedoras, y el ojo, el verbo que ocurre entre ellos, el diálogo, es lo importante. Así, ni el Aleph, ni las esferas, ni la misma Fedora ocurren si no hay un ojo con quien puedan dialogar.

Por eso la respuesta está dentro de la pregunta. ¿Cuál es la realidad y cuál la verdad? Si toda acción conlleva una reacción, toda acción es circular. Mas si la reacción no ocurre, se queda un ciclo inconcluso; se crea una mentira; se deja una Esfedora inconclusa que se vuelve una copia infiel y mentirosa de una Fedora que fue hermosa, y el ojo que dialoga con ella recibe una verdad modificada que no era verdad, pero el ojo le otorga esa calidad. El ojo se vuelve el dador después de ser receptáculo, y de la semilla fecundada de esta unión resulta un cambio de dirección.

Todo vuelve a ser circular a pesar de los ciclos inconclusos, porque todo vuelve a su estado original, y los ciclos no concluidos están condenados a repetirse en sí mismos hasta lograr una circunferencia perfecta, lo cual los vuelve imperfectos.

Por eso las Esfedoras son un artificio de la verdad. Son un espejo de cómo la circunferencia se vuelve sobre sí misma una y otra vez: Esfedora, esfera dadora, es fe d’hora, hora tras hora. La clepsidra se llena de agua una vez más y se vuelve esfera de vida. Las horas navegan en su circunferencia, una sobre otra, del mismo modo que las ondas se suceden en el agua.

Las Ciudades Invisibles, con nombres de mujeres, se vuelven poema. Fedora es sólo una de tantas: está Berenice, la ciudad injusta que contiene la semilla de la ciudad justa, que a su vez tiene una manchita en su interior que le da la injusticia causada por creer que es demasiado justa, y es una ciudad-Aleph, igual que Fedora; también está Tamara, la ciudad de los signos que remiten a otra cosa, a quien yo prefiero llamar la ciudad de la semiótica, porque, una cosa es el signo de otra, y nada nunca es solamente lo que es. Así podría seguir hablando de las Ciudades Invisibles, y todas ellas son realmente la misma cosa, vista desde diferentes ángulos. Mas como las esferas no cambian aunque se les vea desde cualquier ángulo, ¿qué caso tiene mirarlas de cabeza, acostado o brincando? En todo caso, la posición en que se les mira afecta al ojo y no al objeto en sí. Si no me crees, te invito a que intentes leer este escrito de cabeza y verás que tu posición no lo afecta en lo más mínimo.

Si bien el agua es esférica, una gota de agua es un Aleph; en ella se pueden ver todos los lugares de la Tierra al mismo tiempo, pues la gota ha viajado a cada rincón del planeta y se ha transformado en vida y en muerte; ha subido y se ha derramado, y ha penetrado las entrañas del planeta y ha vuelto al aire y ha sido tú y yo. Se ha disuelto con el sol y se le han roto las moléculas; se ha transformado en otra cosa y ha vuelto a ser agua, y es gota ahora. Es perfecta e invisible, y contiene dentro de sí misma la pregunta y la respuesta.

Fedora está rodeada de agua suspendida en el cielo, como una gota gigante a punto de caer. El espejo inmarcesible procede esférico sobre el acantilado de piedra que circunda la ciudad, dándole protección y cierto estado de eternidad. Quienes habitan Fedora se miran en el espejo y se saben existentes en otro tiempo y otra dimensión. Saben que todas sus acciones son doblemente efectuadas, y sus errores son doblemente realizados sin posibilidad de evasión. Existe un camino que separa en dos la ciudad; es un camino subterráneo que encontré al pie de una columna blanca con inscripciones en caracol. El camino es una entraña luminosa en forma de serpiente que, luego comprendí, dividía la verdad de la realidad, aquello que es de lo que se cree que es. El único lugar donde se vive la verdad es en ese sendero de serpiente que resulta impenetrablemente delgado pero, eso sí, imborrable. La simetría de la ciudad es perfecta pero, como es infinita y circunferencial, hablar de un círculo sería mentir. Es sólo esférica y siempre lo será. La perfección de la ciudad consiste justamente en esa pequeña imperfección.

El pasado es el presente y el futuro. ¿Cuál es la verdad y cuál la realidad? La realidad es fácil de identificar: es lo que es. La verdad no está al alcance de aquellos que no poseemos la inmortalidad, pero Fedora es una catedrática de la verdad y la porta como un estandarte. La verdad está en el diálogo entre el ojo y el objeto: el ojo no es sólo un ojo, es una entrada, y el objeto no es sólo un objeto, es una oquedad en el tiempo y el espacio. La pregunta es ¿en cuál de las dos aberturas se asoma Dios? ¿En el Aleph o en el ojo?

Mis ojos fueron receptáculo, pero la semilla que recibieron no era el fruto en sí mismo; el fruto estaba ya dentro de mí. Alguien lo puso ahí, y no fui yo. Creo que Él está jalado de la risa aquí mismo, mientras escribo, porque yo me vuelvo dentro de mí y me he vuelto una Fedora, y mis ojos son Esfedoras ahora, y voy por la vida preñando los ojos de quienes me sostienen la mirada.

Conocer la respuesta no es lo importante; lo verdaderamente importante es conocer la pregunta, ¿verdad?