Artículos y reportajes
El Cementerio General en Ciudad de Guatemala y algunos personajes

Cementerio General en Ciudad de Guatemala

Comparte este contenido con tus amigos

El uno de noviembre de 1877:

“La libertad era nula. El orden, precario. La justicia, parva y pobre.
Y los jueces eran tan escasos que las personas no temían a las leyes”.

Francisco Pérez de Antón

En el año 2001 fue publicado un estudio que contiene los resultados de la investigación de campo efectuada por el doctor Carlos Navarrete Cáceres, Edgar Carpio Rezzio y Alfredo Román Morales, patrocinados por la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam) y la Universidad de San Carlos de Guatemala (Usac). Dicho trabajo se encuentra incluido en:

Navarrete Cáceres, Carlos -et. al.; Evidencias arqueológicas en el Cementerio General de la ciudad de Guatemala. Guatemala: Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala. Año LXXVII, Tomo LXXVI, enero a diciembre de 2001. Págs. 7-60 (incluye 25 figuras —planos y fotografías—).

Previo a describir parte de su contenido, interesa comentar una coincidencia curiosa, como sigue:

Sin preocuparse porque la temática tratara acerca del Cementerio General de Guatemala, fue leído por quien esto escribe exactamente el uno de noviembre de 2009, entre una y tres de la mañana. El estudio no tiene nada de tenebroso ni cuenta historias de brujas, encantos o aparecidos. Hacerlo en tal fecha y hora no tiene nada de especial ni morboso; simplemente una coincidencia, amén que el lugar descrito en el artículo de Navarrete ha sido visitado varias veces por este amanuense, sobre todo en ocasión de tomarlo como lugar privilegiado para la concentración mental en época de exámenes, de cuando estudiaba en los niveles de educación media y universitaria.

Para el guatemalteco el uno de noviembre es especial; se conmemora “el día de todos los santos”, y quienes aún pueden darse el lujo, comen el sabroso fiambre con un precio aproximado de entre siete a quince dólares la porción para una persona. El salario mínimo es de US$6,27 diarios.

La fecha y el nombre asignado al día recuerda algunas de las novelas de la norteamericana Anne Rice (1941-), tales como La fiesta de todos los santos (1979) y la trilogía Las Brujas de Mayfair, en especial La hora de las brujas (1990). Así también, viene a la memoria la novela del español radicado en Guatemala desde 1963, Francisco Pérez de Antón (1940-), El sueño de los justos (Alfaguara, 2008), acerca de la cual quien redacta estas líneas se atrevió en su oportunidad a escribir un ensayo, publicado el 24 de julio de 2009. Así también, como Navarrete menciona algunos personajes creados por el imaginario popular, trae a la mente las obras de teatro de Manuel Francisco Galich López (1913-1984), más conocido como Manuel Galich, en especial: El Canciller Cadejo. Historia de Espantos. Guatemala: Teatro Grotesco. Tipografía Nacional, octubre de 1945.1

Disquisiciones aparte, en época posterior a la Independencia patria el primer cementerio que existió en la ciudad capital de Guatemala se localizaba en la parte trasera de la Catedral, en el terreno que hoy ocupa el Mercado Central; en forma complementaria se utilizaba un solar como camposanto, el que después se convirtió en el parque “Enrique Gómez Carrillo”.

Durante el gobierno del doctor Mariano Gálvez (1831-1838), con el propósito de que el cordón sanitario creado para evitar la propagación de la epidemia del cólera funcionara adecuadamente, se ordenó el cierre de cementerios en la ciudad, construyéndose el Cementerio de San Juan de Dios, que tomó el nombre del mismo hospital del cual dependía (avenida Elena y 9ª calle “A”), el cual funcionó hasta 1881.

En efecto, el artículo del antropólogo guatemalteco doctor Carlos Navarrete (ver Semblanza biográfica que acompaña estos comentarios) explica que el lugar donde actualmente se asienta el Cementerio General perteneció en 1865 a la finca conocida como “Potrero de García”, época del gobernante mariscal de Campo Vicente Cerna y Cerna (1810-1885), originario de Jalapa —Huevosanto—, que gobernó el país durante 1865-1871, en calidad de heredero del Régimen de los Treinta Años de Rafael Carrera. Dicho terreno fue adquirido en 1878 por el dictador liberal Justo Rufino Barrios (1835-1885), oriundo de San Marcos —El León de San Marcos o La Pantera.2 La construcción del nuevo cementerio inició precisamente en 1878, inaugurándose en 1881 aunque sin estar completamente concluida la obra.

Lo interesante del artículo de Navarrete es que cual arqueólogo revela que en el lugar de ubicación del Cementerio General existe un grupo de ocho montículos o pequeños cerros que datan de la época prehispánica, los que separados de Kaminal Juyú por el barranco que divide el cementerio con dichas ruinas, constituían un todo único; para ello se auxilia de planos elaborados a mano alzada. Discute también las afirmaciones de arqueólogos norteamericanos en el sentido que los montículos se encontraban alrededor de un antiguo campo destinado para el juego de pelota, toda vez “que el espacio es sumamente alargado y estrecho para cumplir cabalmente con los requisitos característicos” (Pág. 15).

Otro dato importante para lectores no especializados como el suscrito, es que la existencia de dichos montículos se conocía desde 1882, lo cual se refleja en un informe presentado por el secretario del Hospital General San Juan de Dios, bajo cuya dependencia se administraba el cementerio, quien señala a las autoridades de la época que alrededor de los pequeños cerros tenían planeado un “jardín de caprichosos laberintos circulado por una calle. Entre ésta y el jardín se construirán los mausoleos preferentes” (pág. 8), proyecto que si bien inició en dicho año, fue derribado por los terremotos de 1917-1918, en época del gobierno de Manuel Estrada Cabrera (1898-1922).

El montículo 1 fue escogido por los admiradores del gobierno liberal de Justo Rufino Barrios, para construir la tumba que guardaría los restos del Reformador, inaugurada el 2 de abril de 1892 (fecha que conmemora el día de su fallecimiento en 1885, durante la Batalla de Chalchuapa, El Salvador). El interior del montículo “fue vaciado para formar una cúpula alumbrada por medio de una linternilla, lo que obligó a los constructores a excavar la parte superior” (pág. 12). Debió haber sido un trabajo largo y difícil para quienes participaron en la obra, todo hecho con el auxilio de simples carretillas de mano, azadones y piochas, sin el apoyo de las retroexcavadoras y tractores de hoy en día pero, eso sí, contando con el valioso concurso de la mano de obra gratuita de los indígenas, compelidos a trabajar por la temible “ley contra la vagancia” o por no pagar el “boleto de vialidad”; con el paso del tiempo dicho panteón ha perdido su hermosura, en lo que a detalles arquitectónicos y estilísticos se refiere.

Aunque la tumba del general Miguel García Granados (1809-1878), nacido en España —Huevotibio—, no se localiza en el montículo 1, merece indicarse que también se ubica en la 1ª calle, cuadro 1 de la necrópolis. Al fallecer fue colocado en un mausoleo del Cementerio General San Juan de Dios. En el año de 1894 sus restos fueron trasladados al Cementerio General, erigiéndose un monumento.

Del montículo 2, aunque aprovechado hábilmente en sus inicios, se desaprovechó su belleza. “La destrucción vino luego, cuando lotificaron la franja intermedia con el agregado de escalones y pasillos para acceder a una verdadera anarquía constructiva” (pág. 13), ubicándose ahí el sepulcro de los cadetes de 1908, en conmemoración a quienes fueron fusilados en dicho año, acusados de haber atentado contra la sagrada vida del Benemérito de la Patria y Protector de la juventud estudiosa, don Manuel Estrada Cabrera (págs. 13 y 22). Una descripción detallada del atentado y sus secuelas sanguinarias, por la vesania del dictador en contra de más de 1.500 personas, se encuentra en Marroquín Rojas, Clemente; Los Cadetes. Historia del segundo atentado contra Estrada Cabrera.Guatemala: Imprenta “La Hora Dominical”, 1930. Para dicho autor el pueblo de Guatemala es cobarde, por lo que en páginas 4 y 5 arremete contra los olvidadizos, contra los que gustan de las famosas leyes del perdón y amnistía:

“Cuantos recuerdan los tiempos del autócrata, suspiran tiernamente por ellos. (...) El perdón y el olvido están en nuestros labios; pero no como virtud inherente a la humanidad, sino por negligencia; somos indiferentes y esa indiferencia no es otra cosa que la manifestación de la incapacidad vital que nos destruye. Perdonamos por pereza, no por hidalguía; olvidamos por negligencia y no por arrogancia de las razas fuertes”.

El montículo 5 encierra un panteón muy particular, dedicado a los intelectuales ilustres fallecidos en el extranjero. No están todos los que son, ni son todos los que están, pero con la intención basta. Fue construido durante el gobierno del otrora general ubiquista Miguel Ydígoras Fuentes (1958-1963). Solamente contiene los restos de Antonio José de Irisarri (1786-1868), fallecido en Nueva York mientras ocupaba el cargo de embajador de Guatemala ante el gobierno de los Estados Unidos, repatriados al país en 1968, y del poeta Domingo Estrada (1809-1901), cuyo deceso ocurrió en París siendo a la sazón secretario de la Embajada de Guatemala en Francia. “Locura de gobernante: ante la imposibilidad de repatriarlo colocaron una placa simbólica con el nombre de Enrique Gómez Carrillo —1879-1927.3 Poco dura una gloria mal cuidada: todas las letras de bronce han sido arrancadas, las placas de pizarra están atestadas de ‘grafittis’ y el sitio es un muladar, apenas queda la silueta de los nombres” (pág. 23).

Cabe insertar una curiosidad histórica alrededor de los escritores Domingo Estrada y Enrique Gómez Carrillo: en vida ambos compartieron eventualmente una oficina en la Embajada de Guatemala en Francia; sin embargo, el poeta Estrada siempre tuvo aversión y envidia para con la fama y buena posición económica del cronista Gómez Carrillo. En efecto, el poeta y diplomático Domingo Estrada fue secretario de legación en cinco países de Europa durante el período 1890-1901, junto con el abogado y también poeta Fernando Cruz (1845-1902), quien actuaba como embajador. Residió en Francia y los últimos tres años de su vida los concluyó aquejado de tisis (tuberculosis pulmonar); no obstante ser amigo y subalterno de Fernando Cruz e íntimo de su hija la poetisa María Cruz (1876-1915), en cartas enviadas a diversas amistades en Guatemala se queja de su soledad y temor a la muerte, así:

“Empiezo a necesitar cada día más de mis viejas amistades...

No tengo ilusión alguna; he procurado querer y no he podido... (1893).

La pobre víscera enferma ha seguido desempeñando malamente sus estúpidas funciones orgánicas...

Estoy otra vez solo. ¡Solo!... De todas las palabras, ésta es la más triste... (1893).

Tengo en la noche las más negras ideas; me figuro que si me diera un ataque de... alguna cosa, reventaría como un perro baldío... (1899).

...viene la noche, la horrible noche... que me llena de terror, porque en sus sombras me trae, casi indefectiblemente, el dolor en las piernas... (1899).

Me vinieron a galope y toditos juntos todos los males imaginables... La muerte de hambre dicen que no es muy dolorosa (1899).

...me puse el otro día delante del espejo... ¡y me escupí la cara!”.4

Nótese que Enrique Gómez Carrillo, Domingo Estrada, al igual que Fernando Cruz y Antonio José de Irisarri, vivieron los últimos años de su vida en el trajín del mundo diplomático. Alejados de sus países de origen y de sus respectivas familias. Tenían “amigos”, pero eventuales; con cuánta razón escribió don Ramón A. Salazar Barrutia,5 a quien Estrada le envió muchas cartas entre 1893 y 1899:

“Hay amigos de amigos...

Algunos de esos amigos os traicionan, otros os olvidan. Otros hay, y esto se considera como ventura, ¡tan rara es la amistad en el mundo!...

Pero ¡amigo! ¿Es que existe ese género especial en la tierra?

Yo sí lo creo, por más que Schopenhauer con su mal humor acostumbrado, lo niegue.

¡Feliz el que tiene un amigo!

El amigo que os respete aun en vuestras debilidades, que os levante en vuestras caídas, y os pida la mano para que hagáis lo mismo con las suyas...

Tal es como yo comprendo ese sentimiento...

Tal es la amistad que me une con Estrada”.6

El escritor Amílcar Echeverría llamó la atención respecto a que algunos autores son preferidos por sobre de otros, preguntándose:

“¿por qué prefiere el pueblo guatemalteco a Gómez Carrillo sobre Domingo Estrada, siendo ambos contemporáneos y prosistas émulos de gran renombre?; ¿por qué —lo hemos comprobado— adolescentes y adultos entre don José Milla y don Antonio José de Irisarri, eligen al primero?

...

Porque el caso es que hay autores, a veces los mejor equipados... Y, sin embargo, su mensaje no encuadra en los intereses de los conglomerados... por documentadas, por valientes, etc., pero a la hora de la verdad sólo las leen los maniáticos aburridos”.7

Si Echeverría compara a Estrada con Enrique Gómez Carrillo, y si por émulo entiende a aquel competidor de alguien o de algo, que procura excederlo o aventajarlo, en el caso de Domingo Estrada no sólo existió dicha competencia sino —sumido en un estado de pobreza en sus últimos días, no obstante el cargo que ocupaba de secretario de la Legación de Guatemala en Francia— se queja en carta del 16 de julio de 1900, dirigida al literato y ministro de Fomento, don Rafael Spínola,8 acerca de que no hay un solo empleado en las embajadas que tenga tan poco sueldo como él y que Gómez Carrillo vive como magnate.9

Lo curioso o anecdótico de este asunto es que Gómez Carrillo visitó Guatemala en 1898 y tomó parte en la campaña electoral de Estrada Cabrera; véase: Gómez Carrillo, Enrique; Club Constitución. Manuel Estrada Cabrera. Guatemala: Tipografía de Arturo Siguere y Cía., 1898. Quizá como premio es que en ese año es nombrado cónsul en París y al año siguiente edita en Guatemala Bohemia sentimental, dedicada precisamente a Rafael Spínola, y la novela Maravillas. En 1900 da a conocer tres obras más (novelas y cuentos), en 1902 Bailarinas, y es invitado a la Sorbona de París donde lee su conferencia Guatemala y su gobierno liberal.10 En suma, la queja de Domingo Estrada acerca de Gómez se aleja del concepto de émulo y se traspasa al de envidia, pues éste gozaba de fama y percibía adecuadas rentas producto de sus publicaciones, así como por sus artículos periodísticos y crónicas de viaje, mayores a su sueldo como representante diplomático.

En consecuencia, el montículo 8 del Cementerio General unió los restos y la fotografía de dos escritores que en vida no se soportaban. Domingo Estrada —autor romántico—, al igual que Gómez Carrillo —modernista— también escribió a favor de don Manuel Estrada Cabrera, que en ese entonces no era considerado aún como dictador. Los dos vivieron en parte al amparo del puesto diplomático que les proveyó el dictador, aunque éste casi nunca autorizaba el envío a tiempo de los sueldos, mismos que generalmente les llegaban con un atraso de hasta seis meses; igual queja haría en su tiempo don Antonio José de Irisarri, de cuando ocupó la Embajada en los Estados Unidos, durante el período 1855-1868.

Por otra parte, en el montículo 8 se encuentra la tumba del mariscal José Víctor Zavala Córdoba (1815-1886), quien el 14 de septiembre de 1856 se convirtió en héroe de Centroamérica por haber dirigido con éxito el ejército que logró vencer a las huestes filibusteras del norteamericano William Walker (1824-1860). Cabe recordar que mientras Zavala combatía a Walker por la vía de las armas, don Antonio José de Irisarri hacía lo propio por medios diplomáticos; fue nombrado por Rafael Carrera en 1855 como embajador de Guatemala ante el gobierno de los Estados Unidos (después lo sería a la vez de El Salvador y Nicaragua), y su acreditamiento coincidió con el incremento de la actividad de los filibusteros en Centroamérica. Inmediatamente al reconocimiento de Walker por los Estados Unidos, como presidente de Nicaragua, Irisarri dirigió una carta de protesta al secretario de Estado William Marcy, el 19 de mayo de 1856, donde reclama:

“El infrascrito Ministro Plenipotenciario de las repúblicas de Guatemala y El Salvador tiene la honra de manifestar al Excelentísimo Señor Secretario de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos que habiéndose publicado el reconocimiento hecho por este gobierno del que ha pretendido establecer en Nicaragua el ciudadano de estos Estados, Mr. Walker, se ve en la imperiosa necesidad de protestar contra este acto, teniéndole por el más contrario y ofensivo a los intereses de Centro-América”.11

Así también, en el montículo 8 se encuentra el panteón que guarda los restos de don Lorenzo Montúfar y Rivera Maestre (1823-1898), “marimbón”, principal ideólogo del liberalismo de Justo Rufino Barrios, aunque después se peleó con éste a causa de la cesión a México del territorio de Chiapas y Soconusco en 1882; autor de la Reseña histórica de Centroamérica (7 tomos publicados entre 1878 y 1888). Como buen polemista dejó anotado: “Pero todo lo viejo tiene raíces; todos los errores, por grandes y absurdos que se presenten, tienen quienes los sostengan”. Montúfar, Lorenzo; El Evangelio y El Syllabus y Un dualismo imposible. Tercera edición. Tipografía Nacional. Guatemala, 1947. Página 19.

En el panteón de don Lorenzo se encuentran los de su hijo Rafael Montúfar Madriz, el que en 1899 publicó Comprobaciones históricas: El doctor Lorenzo Montúfar y el partido jesuítico; en 1917 Memorias de una prisión; páginas de la historia de Centro-América, obra testimonial donde describe la injusta prisión que sufrió a manos del dictador Estrada Cabrera, por una simple delación. En 1923 editó los discursos del doctor Lorenzo Montúfar; en éste último año dio a la imprenta su propia versión acerca del gobierno de Estrada Cabrera en Caída de una tiranía.

Siempre en el montículo 8, Navarrete describe que se encuentra la tumba de los implicados en el atentado de la bomba contra Manuel Estrada Cabrera, ocurrido en 1906 (pág. 32). Refiriéndose a dicho atentado, con el estilo directo, franco, cáustico y sarcástico que siempre lo caracterizó, el licenciado Clemente Marroquín Rojas (1897-1978) publicó La bomba. Historia del primer atentado contra Estrada Cabrera (1930), cuya segunda edición fue reeditada en 1967 por la Tipografía Nacional. En dicha obra señala:

“El pueblo de Guatemala es cobarde por naturaleza, muy apegado a sus comodidades y a su bienestar, pero de su seno, de vez en cuando, salen verdaderos héroes, que lo sacrifican todo ante los espejismos del ideal. Estrada Cabrera conocía a sus conciudadanos, sabía que son intransigentes con los débiles, y hasta irrespetuosos e insolentes, así como son unos corderos ante el fuerte” (página 44).

“Nuestro pueblo, el pueblo de Guatemala, amigo de la comodidad y la alegría, no despertó entonces, como no ha contestado en muchas ocasiones a las llamadas de sus libertadores cuando hay que lidiar una batalla... Sigue siendo el pueblo de los oidores; el centro de colonización; el mismo pueblo de las tiranías de los treinta años; del Reformador y de Manuel Estrada Cabrera, la sombra más impenetrable en la funesta historia de nuestras tiranías” (página 203).

En la entrada al Cementerio, ubicado en el sector 1, se puede apreciar el monumento a la memoria de Jacobo Árbenz Guzmán (1913-1971), en cuya placa se lee:

“Monumento edificado por la Universidad de San Carlos de Guatemala, al soldado del pueblo. Doctor Honoris Causa. General Jacobo Arbenz Guzmán.

En reconocimiento a su visión de una sociedad Progresista y Democrática. Guatemala, octubre de 1995”.

Cierra el artículo de Navarrete con un significativo llamado de atención: “No hay paz en los sepulcros del Cementerio General de Guatemala. Primero fue una ocupación exclusiva, con apellidos de alcurnia, héroes nacionales y un presidente-dictador liberal; luego llegó la burguesía agro-exportadora con nombres de empresarios y comerciantes exitosos. Arribaron políticos e intelectuales de clase media, se metió el ejército. Finalmente los prados jardinizados extendidos entre los montículos fueron invadidos por intrusos que convirtieron los espacios en un pueblo anárquico, un retrato en chiquito de la ciudad de Guatemala” (págs. 33-34).

Y si el día de todos los santos antiguamente era ocasión propicia para sentarse a contar cuentos de espantos y aparecidos, sobre aquellos personajes descritos en las leyendas de Guatemala de Miguel Ángel Asturias, como El Cadejo, El Sisimite, La Llorona, La Tatuana, El Duende, La Siguanaba, El Sombrerón y otros, hoy no es posible; hasta ellos se asustan de ver el estado lamentable del Cementerio General.

“Los muertos del Cementerio General no descansan en paz. Hoy botan un muro, en los alrededores cavan sin parar o sacan a un amigo del osario, un par de días al año hay comilona, fiambre, flores, veladoras, agua, basura, mariachis, marimbas, payasos, limosneros y vendedores ambulantes; los nuevos vecinos moran en nichos cada vez más apretados, en espacios estrechos. Ya no hay respeto, les cobran puntualmente el alquiler o los desahucian. El olvido y la incuria los han convertido en muertos perecederos...” (pág. 35).

 

Fuentes consultadas

  • Barrientos, Alfonso Enrique; Enrique Gómez Carrillo. Guatemala: Tercera edición. Tipografía Nacional, julio de 1994.
  • Cerezo Dardón, Hugo; Domingo Estrada (su obra en prosa). Guatemala: Universidad de San Carlos de Guatemala, Editorial Universitaria, 1966.
  • Chamorro, Pedro Joaquín; El patrón. Estudio histórico sobre la personalidad del general Justo Rufino Barrios. Guatemala: Segunda edición. Editorial Kódices, 2009. La primera edición —póstuma— se publicó en Managua, Editorial La Prensa, 1966.
  • Echeverría, Amílcar; Prólogo para:Irisarri, Antonio José de; El Cristiano Errante (novela que tiene mucho de historia). Prólogo de Amílcar Echeverría y Proemio bibliográfico de Guillermo Feliú Cruz. Guatemala: Biblioteca Guatemalteca de Cultura Popular “15 de septiembre”, Volumen 31. Editorial del Ministerio de Educación Pública, 1960.
  • Galich, Manuel; El Canciller Cadejo. Historia de Espantos. Guatemala: Teatro Grotesco. Tipografía Nacional, octubre de 1945.
    —; Teatrinos. Seis piezas para jóvenes. Selección y prólogo de Francisco Garzón Céspedes. La Habana, Cuba: Editorial Gente Nueva, diciembre 1983.
  • García Bauer, Carlos; Antonio José de Irisarri. Insigne escritor y polifacético prócer de la independencia americana. Guatemala: Colección Salve Cara Parens, Serie Más Allá..., Nº 2. Tipografía Nacional, 2002.
  • Gómez Carrillo, Enrique; Club Constitución. Manuel Estrada Cabrera. Guatemala: Tipografía de Arturo Siguere y Cía., 1898.
    —; 30 años de mi vida. Guatemala: Editorial “José de Pineda Ibarra”, Ministerio de Educación, 1974.
  • Marroquín Rojas, Clemente;La bomba. Historia del primer atentado contra Estrada Cabrera. 1930.Guatemala: Segunda edición. Tipografía Nacional 1967.
    —; Los Cadetes. Historia del segundo atentado contra Estrada Cabrera. Guatemala: Imprenta “La Hora Dominical”, 1930.
  • Mendoza, Juan M.; Enrique Gómez Carrillo. Estudio crítico-biográfico. Su vida, su obra y su época. Guatemala: Tomo II. Unión Tipográfica, Muñoz Plaza y Cía., 1940.
  • Montúfar, Lorenzo; El Evangelio y El Syllabus y Un dualismo imposible. Tercera edición. Guatemala: Tipografía Nacional, 1947.
  • Montúfar, Rafael; Memorias de una prisión: Páginas de la historia de Centro-América. Estados Unidos: Harper & Brothers, 1917.
    —; Caída de una tiranía. Guatemala: Sánchez & De Guise, 1923.
  • Navarrete Cáceres, Carlos -et. al.; Evidencias arqueológicas en el Cementerio General de la ciudad de Guatemala. Guatemala: Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala. Año LXXVII, Tomo LXXVI, enero a diciembre de 2001.
  • Pérez de Antón, Francisco; El sueño de los justos. México: Alfaguara, noviembre de 2008.
  • Salazar, Ramón A.; Domingo Estrada. En: Cerezo Dardón, Hugo; Domingo Estrada (su obra en prosa). Véase.
  • Spínola, Rafael; Moral razonada y lecturas escogidas (Escrito con arreglo al Programa Oficial para uso de las Escuelas Primarias de Varones). Guatemala: Tercera edición. Tipografía Nacional de Guatemala, 1961.
  • Torres Rivas, Edelberto; Enrique Gómez Carrillo. El Cronista Errante. Con Prólogo de Carlos Wyld Ospina, escrito en enero de 1954. México: Editora Ibero-Mexicana. Impreso para la Librería Escolar, de la ciudad de Guatemala, 1956.

 

Notas

  1. En la edición de 1945 se indica en Anticipación: “Escrito El Canciller Cadejo en 1940, cuando el mundo parecía sucumbir ante las fuerzas totalitarias y cuando Guatemala parecía renunciar definitivamente a la libertad y a la vida, quiso ser una especie de protesta o de lamento ante aquellas dos situaciones. Las circunstancias políticas locales no permitieron entonces su representación, pero sí tuvo hospitalidad en la revista Senderos, publicada por un grupo de universitarios. Hoy que las condiciones tanto mundiales como locales han cambiado, se ofrece sin pretensión de actualidad, y únicamente como aporte modesto a la literatura dramática nacional”. Página 6.
    Pero El Canciller Cadejo no quedaría como historia de 1940 (estrenada en 1946). Su autor realizó la actualización o puesta al día de la misma, en una nueva obra escrita y publicada en La Habana, Operación Perico. Farsuela de marionetas y espantos en nueve cartones (1977), en virtud que “Desde entonces y hasta hoy, las cosas han cambiado bastante en el mundo, especialmente en lo que toca a las nuevas modalidades del fascismo. Por otra parte, mis ideas también han evolucionado desde aquella época a la actual. Todo eso me hizo pensar en un aggiornamiento de aquel viejo tema y de allí resultó esta Operación Perico”. Galich, Manuel; Teatrinos. Seis piezas para jóvenes. Selección y prólogo: Francisco Garzón Céspedes. La Habana, Cuba: Editorial Gente Nueva, diciembre de 1983. Página 143. Galich falleció el 31 de agosto de 1984.
  2. Para adentrarse en el régimen despótico de éste, es recomendable leer la reedición de: Chamorro, Pedro Joaquín; El patrón. Estudio histórico sobre la personalidad del general Justo Rufino Barrios. Guatemala: Segunda edición. Editorial Kódices, 2009. La primera edición —póstuma— se publicó en Managua, Editorial La Prensa, 1966.
    En páginas 207-214 se encuentra la descripción terrible de los “ajusticiamientos” (capítulo XXII, “De cómo el Patrón castigaba a sus enemigos”) y se menciona a la sociedad secreta “Homicida” cuyos miembros supuestamente estaban confabulados para acabar con la vida de Barrios y su familia, tema novelado por Francisco Pérez de Antón en El sueño de los justos (2008).
  3. El año correcto de nacimiento del Cronista Errante es 1873.
  4. Cerezo Dardón, Hugo; Domingo Estrada (su obra en prosa). Guatemala: Universidad de San Carlos de Guatemala, Editorial Universitaria, 1966. Páginas XIX a XXIII.
  5. Ramón A. Salazar Barrutia (1852-1914); novelista, periodista e historiador cuyo panteón también se encuentra ubicado en el área del montículo 8 del Cementerio General.
  6. Salazar, Ramón A.; Domingo Estrada. En: Cerezo Dardón, Hugo; Domingo Estrada (su obra en prosa). Páginas 239 y 240.
  7. Echeverría, Amílcar; Prólogo para: Irisarri, Antonio José de; El Cristiano Errante (novela que tiene mucho de historia). Prólogo de Amílcar Echeverría y Proemio bibliográfico de Guillermo Feliú Cruz. Guatemala: Biblioteca Guatemalteca de Cultura Popular “15 de septiembre”, Volumen 31. Editorial del Ministerio de Educación Pública, 1960. Páginas XVII y XVIII.
  8. Rafael Spínola: ministro de Fomento en el primer gobierno legal de Manuel Estrada Cabrera, escritor (fallecido el 4 de octubre de 1901), casi dos meses después que Domingo Estrada, y padre de la poetisa Magdalena Spínola (1897-1991). Cfr. Cerezo Dardón, Hugo; Domingo Estrada (su obra en prosa), páginas 221 a 223; y, Escobedo Mendoza, Juan Carlos; Página de la literatura guatemalteca.
    En 1900 Spínola publicó la primera edición de su obra: Moral razonada y lecturas escogidas (escrito con arreglo al Programa Oficial para uso de las Escuelas Primarias de Varones). La segunda edición corresponde al año 1928 y la tercera fue publicada en 1961 por la Tipografía Nacional de Guatemala. Respecto a la génesis de dicha obra, el abogado y literato nicaragüense Juan M. Mendoza explica que en las tertulias que sostenían al concluir sus labores en el periódico La Idea Liberal, el grupo de amigos entre quienes se contaba con Enrique Gómez Carrillo, Rafael Spínola, Ramón A. Salazar, Máximo Soto-Hall y otros, discutían acerca de temas literarios. “Y fue precisamente en nuestras tertulias en donde encontró origen la idea que se le ocurrió a Rafael Spínola de escribir su libro titulado Moral razonada, de resonante triunfo educativo. Más todavía: del sueño de aquella camaradería salió el libro de Spínola medio adobado en las charlas íntimas y en las consultas privadas”. Mendoza, Juan M.; Enrique Gómez Carrillo. Estudio crítico-biográfico. Su vida, su obra y su época. Guatemala: Tomo II. Unión Tipográfica, Muñoz Plaza y Cía., 1940. Página 10.
  9. Cfr. Cerezo Dardón, Hugo; Domingo Estrada (su obra en prosa). Páginas XX y 229.
  10. Cfr. Barrientos, Alfonso Enrique; Enrique Gómez Carrillo. Guatemala: Tercera edición. Tipografía Nacional, julio de 1994. Páginas 271 y 272. Véase también: Gómez Carrillo, Enrique; 30 años de mi vida. Guatemala: Editorial “José de Pineda Ibarra”, Ministerio de Educación, 1974. Páginas 121 y 166. Tómese en cuenta que esta edición contiene la compilación de tres libros del autor publicados originalmente en Madrid, España, así: Libro Primero, El despertar del alma (25 de diciembre de 1918); Libro Segundo, En plena bohemia (15 de agosto de 1919); y, Libro Tercero, La miseria de madrid (1 de enero de 1921).
    Otra excelente biografía sobre Gómez Carrillo es la de Torres Rivas, Edelberto; Enrique Gómez Carrillo. El Cronista Errante. Con Prólogo de Carlos Wyld Ospina, escrito en enero de 1954. México: Editora Ibero-Mexicana. Impreso para la Librería Escolar, de la ciudad de Guatemala, 1956.
  11. García Bauer, Carlos; Antonio José de Irisarri. Insigne escritor y polifacético prócer de la independencia americana. Guatemala: Colección Salve Cara Parens, Serie Más Allá..., Nº 2. Tipografía Nacional, 2002. Página 148.