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“Camino de Los Ángeles”, de John FanteCamino de Los Ángeles, John Fante
Voluntad de poder

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Se presume que sería Camino de Los Ángeles la primera novela escrita por John Fante, la cual habría sido rechazada por la editorial Knopf, quedando así en el olvido hasta su redescubrimiento en 1983. En la obra se dan todos los elementos y características existentes en sus obras posteriores. Ingenio, agilidad, y desprecio por el mundo establecido, pero sin falta de humor y ese candor propio de la juventud, y de la suya en particular, cimentada por su ascendencia de inmigrante italiano. El personaje es un adolescente, el joven Arturo Bandino, alter ego del escritor, preparándose, como en otros de sus relatos, para convertirse en escritor famoso, en medio de la miseria del mundo circundante.

El relato gira en torno al personaje principal, focalizado en la primera persona singular Arturo Bandini, hijo de madre viuda, domiciliado en San Pedro, puerto de Los Ángeles. Bandini vive con su madre y hermana en la más estricta estrechez económica, y es él quien, aparentemente, tiene que trabajar para mantener los gastos más importantes del hogar. Pero es un joven rebelde, lector de Nietzsche, Schopenhauer y Spengler, y abomina del trabajo al punto de estar dispuesto a abandonarlo en cualquier momento, de acuerdo a sus estados anímicos, y no a su real necesidad de percibir el dinero correspondiente para vivir.

La posición crítica respecto a las situaciones laborales por las que atraviesa Arturo Bandini, se acercan a la perspectiva marxista muy en boga en aquella época, llamando al empleador explotador, y al obrero explotado. El autor, en ese sentido, toma una posición clara y combativa, la cual irán perdiendo en lo sucesivo sus obras posteriores, en la medida que —como sabemos— todo joven revolucionario termina amoldándose a las circunstancias, ante la imposibilidad de mellar con su frágil existencia las estructuras graníticas del poder. Es indudable que el contenido ideológico de esta novela fuera problemático en su época, y por eso el editor se negó a editarla. El mundo, y particularmente los Estados Unidos, pasaba o venía saliendo de la llamada gran depresión, y el empresariado actuaba en forma abusiva, mientras comenzaba a enriquecer a manos llenas gracias al costo miserable de mano de obra y a la implantación de un industrialismo brutal. El propio John Fante señala en una carta al editor refiriéndose a la novela: “Parte del contenido pondría los pelos de punta del culo de un lobo. Puede que sea demasiado fuerte; quiero decir que carece de ‘buen gusto’. Pero no me importa”.

Sin embargo, la cuestión principal de la novela no pasa sólo por ahí, aun siendo el asunto ideológico algo fundamental para el mundo de las ideas. Pero, sabemos, la literatura tiende a ir todavía más allá en su apreciación y recreación del mundo novelado. El estilo de John Fante, y esta novela en particular, puede traducirse también como una suerte de espejo de la personalidad humana. Su modo de narrar es una forma de conversar consigo mismo, a veces confundible con los llamados diarios de vida, donde se escribe, se pregunta y se explica todo lo que nos pasa. De ahí el tono familiar de Arturo Bandini, de ahí su cercanía con el lector, porque pareciera estar contando su historia desde el corazón mismo del lector, apelando a su propia experiencia. “Hice muchos trabajos en el puerto de Los Ángeles, porque nuestra familia era pobre y mi padre había muerto”, con esa frase se abre la narración, enfocando así desde el primer párrafo el mundo por narrar.

Uno de los episodios cruciales de la novela, resulta aquel donde el joven Arturo Bandini incita a su compañero de trabajo en la fábrica de conservas a rebelarse contra el poder. Allí describe John Fante magistralmente la situación de esclavitud por la que pasan los emigrantes mexicanos y filipinos que han llegado a los Estados Unidos en busca de la ansiada libertad. Y donde cabe la pregunta que hará Foucault algunos años más tarde respecto al poder: ¿qué hace que un hombre se rebele? Porque, recordemos, para Michel Foucault la cuestión siempre resulta inexplicable. Es decir, la no rebelión ante la ignominia. En Camino de Los Ángeles podríamos hallar la respuesta: el miedo, el miedo como tenaza de inmovilización. El miedo es la mayor cadena que ata al hombre de todos los tiempos, y eso lo saben muy bien quienes detentan el poder. La cultura del miedo es la mejor forma de dominio. Hoy se ata a los hombres con el miedo a perder el trabajo, con la escasez permanente de trabajo...

John FantePero volvamos a la novela. Contrariamente a eso, el joven Arturo Bandini parece no temerle a nada, y lo veremos enfrentarse a todos, inclusive a su hermana cuando ésta no encuentra valor a la novela que recientemente ha escrito, y será capaz de abandonar el hogar para ir en busca de su destino y de su libertad. Bandini quiere ser escritor, y no está dispuesto a transar con nadie el deseo o ambición de serlo algún día en el futuro. Y a pesar del hambre, de la ignominia por la que pasa su vida juvenil, puede ver la luz de la libertad, la salida del túnel. Sabe que es libre, y que la vida es un devenir a pesar de todas las calamidades, y que en cualquier momento, hallará su verdadero destino, o que su mayor destino es salir a buscarlo. No hay aquí, en estos personajes, ese nihilismo despiadado que asola la novela actual. No caminan por estas páginas seres exangües, todo lo contrario, están dotados con toda la fuerza y la pasión del hombre real, aquel que ha hecho la historia, la revolución, la vida. En ese sentido hay mucho de Nietzsche, ya por su radicalismo pasional, demencial (el personaje está dispuesto a perder la razón con tal de conseguir su objetivo), como por su voluntad de poder, en cuanto motor de la vida.

Otro momento memorable del personaje refiriéndose a cierta poeta cuyo libro acaba de leer: “Aquel libro me puso enfermo, y dije que nunca volvería a leer otro. Aquella poetisa me cayó fatal. Me hubiera gustado verla unas semanas trabajando en una fábrica de conservas. Seguro que la experiencia le cambiaba el estilo”. Cabe preguntarse si la novelística actual responde a lo que ya adelantaran hace 50 años los filósofos de la escuela de Frankfurt en dialéctica del iluminismo, Adorno y Horkheimer, en tanto a la transformación del arte sólo en un producto de la Industria Cultural. La novela de nuestros días no encarna, por cierto, ninguna pasión, y en el mejor de los casos, se limita a lamentar.

No podemos finalizar este comentario sin referirnos a la crítica permanente que hace de la iglesia, concretamente de la iglesia católica. Su madre y hermana son llamadas beatas por Bandini, y acusa a su creencia la inmovilidad de sus vidas. “No existe la otra vida —dije—. La hipótesis celestial es mera propaganda inventada por los ricos para engañar a los pobres. Niego la inmortalidad del alma, es la eterna ilusión de una humanidad engañada. Rechazo categóricamente la hipótesis de Dios. La religión es el opio del pueblo. Las iglesias deberían transformarse en hospitales y servicios públicos. Todo lo que somos o esperamos ser se lo debemos al diablo y a su contrabando de manzanas”. Arturo Bandini no espera nada de nadie, sabe que él es el motor de su vida. Su visión del cristianismo, por cierto, está claramente patentada por la posición de Nietzsche al respecto.