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Paseo nocturno

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Inerte, impasible, las horas transcurren, los días... Los minutos son dagas clavadas sobre el vendaval de mi alma, sin titubeos, sin poner reparo alguno. Los gritos se incrementan, se elevan lentamente sobre mis hombros, escucho ecos de voces furtivas condensando los espacios, los llenan de melancolía, sin gracia florecen las flores que únicamente yo veo. Sigo atado al sofá esperando bañarme sobre la lluvia de verano. No vendrá, se ha ido para siempre.

El amplio aroma de un Cohíba me cautiva, observo el vaivén de su fuerza transformada en humo, las manos duras y bravas con las que fue armado me brindan esperanza. Sé de dónde vino, el mar regaba mi alma en aquel entonces, la arena se desprendía de mis poros mientras observaba volar su amplia cabellera rubia deslizándose coqueta sobre el lienzo que pintaba la madrugada, fueron buenos tiempos los que disfruté, sin medida, sin reparos, ahora estoy dormido, no pienso despertar.

La noche ya ha consumido al día, unos gritos ensordecedores me despiertan, pretendo creer que se trata tan sólo de un sueño, un mal sueño, uno de esos largos y extraños, extenso, lleno de tropiezos. Al cabo de unas horas, nuevamente escucho unos gritos, no quiero levantarme de la cama, miro el reloj, marca las tres de la madrugada, las luces se han consumido de a poco, la penumbra se ha hecho presente en todo su esplendor, ahora escucho los gritos con más fuerza que antes, presiento que alguien se encuentra merodeando en la planta baja de mi casa, lo presiento pero no quiero abandonar el espacio seguro de mi habitación.

Cierro los ojos para tratar de abrigar el sueño, pero me resulta imposible hacerlo, escucho voces de niños solicitando ayuda. Conozco las voces, las conozco —me digo a mí mismo—, como queriendo descubrir los ecos sollozantes que llegan hasta mis oídos, el miedo me inunda, inunda fuertemente mi alma, siento como si el pecho me fuera a explotar de un momento a otro, he dejado de beber hace ya mucho tiempo, como para poner como excusa a la bebida, hay algo dentro de mí, me obliga a abandonar mi habitación para dirigirme hacia la vertiente de aquellos espantosos gritos.

Sin más remedio, tomo un saco de lana de uno de los cajones de la cómoda, procuro cerciorarme que se trate del más abrigado, la noche está helada como para salir sin protección, aunque mi alma se encuentre desprotegida. Tomo el manillar de la puerta y lo empujo con insistencia, me desliza hacia un abismo, logro sostenerme de la pared y empiezo mi trajinar por el pasillo a ciegas, mis pies descalzos se mezclan con el frío que corre por mi cuerpo, ¿de quién son esos espantosos gritos?, me pregunto, los escucho cada vez más punzantes, más espesos, logro dilucidar una de las voces, se trata de la voz de Paúl, mi hijo, ¡sí, es Paúl!, ¿pero qué ha sucedido con él? Presiento que algo malo le ha acontecido, prosigo mi camino por el tablado del pasillo, es largo, los gritos se intensifican, es como si algo los hubiera amplificado, el origen no está en la planta baja de mi casa, como creía en un principio, ahora lo sé, porque la habitación de Paúl se encuentra al otro extremo del pasillo. Otro grito perfora mis oídos, no logro captarlo del todo, alguien más acompaña a mi hijo, ¿pero quién?, la voz de Paúl se ha apagado, ya no la escucho, es probable..., no... no quiero pensar en lo peor, pero en estos casos por más duro que sea, hay que aceptar los tropiezos que la vida nos pone en el camino, basta de conformarse con vivir el tiempo que nos ha sido asignado, aunque me resisto a pensar en lo peor, soy demasiado optimista y prefiero enfrentar la muerte, antes que darme por vencido tan fácilmente.

 

Acelero el paso, pero mi caminar presuroso es pausado continuamente por los fuertes gritos desgarradores que acumulan mi cabeza. Forman ideas desconcertantes inmensamente pesadas que contaminan, aun más, el optimismo de encontrar a mi hijo con vida.

El trajinar por el pasillo se ha hecho inmenso, creo estar volviéndome loco, los pies se han vuelto de plomo, cada línea que calcula mi mano, apoyada a la pared, es eterna. Otra vez una voz, se trata de una niña pequeña, solicita ayuda, la pide con insistencia, algo grave le sucede, estoy decidido a no dejar que su voz se consuma como lo hiciera la voz de Paúl, estoy decidido a salvarla, incremento el paso, y corro como un loco, corro con todas mis fuerzas pero aun así no logro llegar al otro extremo del pasillo, la puerta cada vez más se aleja de mi ser.

El grito se consume en el silencio, ¡me consume!, nuevamente escucho a mi hijo, grita solicitando ayuda de cualquier tipo, ¿acaso nadie lo escucha?, estoy descontrolado y no logro llegar, por más que me esfuerzo, al origen de lo insospechado. La voz de la niña se incrementa, lo escucho claramente, recién ahora lo puedo diferenciar; se trata de Micaela, mi hija, ¿qué está pasando?, ¡que alguien me diga lo que está pasando!

Caigo presa de un repentino desmayo, debido a la presión que siente mi cabeza por la acumulación de ideas. De pronto, todo me da vueltas, los gritos se han extinguido por completo, me encuentro nuevamente abrigado en el regazo de mi cama, estoy en mi habitación, creo que todo ha sido un mal sueño, pero no es tan simple, no logro escapar, al menos no tan fácilmente.

Recuerdo que, como producto de mi desesperación, me desmayé, me reincorporo inmediatamente para atravesar el resto del pasillo y llegar hacia donde se encuentran mis hijos. Ya no los escucho, corro..., corro..., lo más rápido que puedo, corro con furia, mis ojos se inundan de lágrimas que besan mis mejillas como navajas afiladas, sé que algo malo les ha pasado a mis pequeños. De pronto una luz ilumina el pasillo, logro observar a un niño que se asoma tras la puerta al fondo del pasillo, ésta emite un rechinar que cala hasta los huesos, ¡no reconozco a aquel niño!, ¡nunca lo he visto!, ¿quién eres?, pregunto. No contesta, sólo encuentro silencios y una risa burlona, que se desprende de su boca, me da la espalda y vuelve a entrar a lo profundo de la habitación, apagando la luz con su desprecio.

Confundido caigo abatido nuevamente contra el piso ¡quién demonios eres!, no es necesario meter al demonio en esto, me dice mi mente con lo poco de lucidez que me queda, seco mis lágrimas y trago saliva, estoy decidido a llegar hasta la puerta que divide la vida de la muerte, los gritos vuelven a escucharse esta vez mucho más macabros, los escucho furioso y contrariado, acelero el paso, corro..., corro..., el pasillo se ha convertido en un camino interminable, minado por la angustia y la desolación, los gritos, cada vez son más fuertes, solicitan piedad, me lleno de incertidumbre, estoy desecho, al fin me enfrento a la puerta, alguien la sostiene con fuerza, no me permite entrar, una risa emana del interior, cada vez más sofocante, sigo luchando por abrir la puerta y por salvar a lo que más quiero, ya no escucho nada, las voces se han calmado, creo haber fracasado en mi intento de salvarlos. Pero cuando estoy a punto de darme por vencido, escucho las voces de Paúl y Micaela, recuerdo a Micaela con sus largos cabellos rubios como soles, siguen con vida, con el último aliento que me queda logro vencer la resistencia del otro lado de la puerta y la empujo con todas mis fuerzas, nuevamente una luz lo condensa todo, siento por un momento tranquilidad, la lluvia de verano que tanto esperé por fin llega a mis pies, las voces han desaparecido por completo, la risa ahora es mía, pero con el chocar de la puerta al cerrarse, me descubro en el interior, perdido, solo y con flores frías, los gritos nuevamente se hacen presentes, ahora yo los acompaño con mi desesperación bailando sobre la llanura vacía de mi alma, el miedo se ha apoderado de mí totalmente, me impide ver una salida segura a esta angustia, me doy cuenta de que me encuentro donde empezó todo, allí parado, divisando a lo lejos el final del pasillo y la puerta a la que tanto me costó llegar, otra vez los gritos de angustia que desbordan por los rincones de la casa me golpean como colosos de viento, como un déjà vu interminable, simplemente un sueño, un sueño cruel, angustiante, un sueño del cual nunca podré salir victorioso.