Artículos y reportajes
“Los muertos que vos matáis gozan de buena salud” (pero sin relación con don Juan Tenorio)

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I. Una atribución errónea y una atribución dubitativa

1. David Viñas: atribución errónea

En su edición del 29 de diciembre de 2005, el diario argentino Página/12 (Buenos Aires) exhibe, en su contratapa, un artículo titulado “Izquierda”, firmado por el conocidísimo narrador y ensayista David Viñas1 (Buenos Aires, 28 de julio de 1927, según algunas fuentes, o 28 de julio de 1929, según otras). El trabajo en cuestión está precedido por este preciso epígrafe:

“Los muertos que vos matáis
gozan de buena salud”.

José Zorrilla, Don Juan Tenorio, 1844.

El cual es utilizado por don David como “apelación a la autoridad” para respaldar los argumentos que despliega a continuación, y que no está en mis intenciones ni aprobar ni rebatir.

En cambio, debo consignar que, si bien es cierto que el Don Juan Tenorio de Zorrilla data del año 1844, esta verdad se torna irrelevante ante el hecho de que ninguna persona de este u otro mundo podría hallar la proposición “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud” en dicha obra teatral. Y no por falta de aplicación o de buena voluntad, sino porque José Zorrilla se abstuvo de redactarla.

 

2. Adolfo Bioy Casares: atribución dubitativa

En el libro Descanso de caminantes. Diarios íntimos (Buenos Aires, Sudamericana, 2001) Adolfo Bioy Casares (Buenos Aires, 15 de septiembre de 1914; 8 de marzo de 1999) escribe (pág. 376):

Mi secretaria me preguntó el origen de la frase “Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”. Afirma que yo le dije que era del Don Juan, de Tirso o de Zorrilla; me parece increíble, porque no tengo ningún recuerdo al respecto. Borges ignora la procedencia de la frase.

Tras la palabra “salud”, Bioy introduce una llamada y, al pie de página, consigna: “Me aseguraron que es de Don Juan, de Tirso de Molina”.

En rigor, aunque su protagonista es don Juan Tenorio, el drama de Tirso se titula El burlador de Sevilla y convidado de piedra.

 

II. Ni Tirso de Molina ni José Zorrilla: el origen es Juan Ruiz de Alarcón2

En general, no me gustan las comedias con disfraces, ni con hermanos gemelos, ni con personas idénticas, ni con juegos de enredos y confusiones. Sin embargo, debo admitir que —aun con el equívoco entre Jacinta y Lucrecia— siento especial debilidad3 por La verdad sospechosa. La intención moralizante de Juan Ruiz de Alarcón pone de relieve los efectos deletéreos del vicio de mentir, pero lo cierto es que el embustero don García, exornado de jactancias e imprudencias, me resulta, psicológicamente, muy simpático.

Se supone que, como suele ocurrir en otras obras, le está reservado al criado el papel del gracioso (Clarín, en La vida es sueño; Catalinón, en El burlador de Sevilla, etcétera, etcétera); el caso es que, en La verdad sospechosa, el verdadero gracioso no es el criado Tristán sino el galán: el mismísimo García.

En el acto III, escena VII, don García se regodea en relatarle a Tristán la imaginaria pelea que sostuvo con don Juan de Sosa, según la cual le abrió

                     en la cabeza
un palmo de cuchillada.

Tristán queda, desde luego, atónito:

Tristán:   ¡Qué suceso tan extraño!
                   ¿Y si murió?

García:                             Cosa es clara,
                   porque hasta los mismos sesos
                   esparció por la campaña.

Tristán:   ¡Pobre don Juan..! Mas, ¿no es este
                   que viene aquí?

Así es: en ese mismo instante, el muerto cuyos sesos fueron esparcidos por la campaña aparece, sano y salvo, conversando con don Beltrán, el padre de García.

La verdad sospechosa data de 1630.

 

III. Del español (Ruiz de Alarcón) al francés (Corneille)

En 1644 Pierre Corneille estrena Le menteur, que constituye una suerte de imitación y reelaboración de aquella comedia.

El mentiroso se llama ahora Dorante, y su criado, Cliton. Las situaciones se plantean de manera muy parecida a las de La verdad sospechosa: Dorante afirma haber matado a su rival, Alcippe, y éste se les aparece, pleno de alegría, anunciando que va a casarse con Clarice:

Sache donc que je touche à l' heureuse journée
qui doit avec Clarice unir ma destine.4

Continúa el diálogo entre Dorante y Alcippe. Entonces Cliton, que presencia el curioso coloquio entre el homicida y el occiso, deja caer la reflexión irónica (IV, II) que se ha hecho proverbial:

Les gens que vous tuez se portent assez bien.

Algo así como

Las personas que vos matáis tienen bastante buena salud.

O, según la traducción, más libre, de María Alfaro:5

Observo que vuestros muertos gozan de una salud envidiable.

 

IV. Y del francés al español

Claro que eso mismo puede decirse de un modo infinitamente mejor:

Los muertos que vos matáis
gozan de buena salud.

Al respecto escribe Héctor Zimmerman:6

Lo más probable es que, al pasar a España, los versos alejandrinos de Corneille hayan tomado el metro octosilábico en nuestro idioma: Los muertos que vos matáis / gozan de buena salud. En ambas versiones el sentido sarcástico permanece inalterado; vale para toda afirmación exagerada que los hechos desmienten de manera terminante, dejando en ridículo al fanfarrón que la proclama.

Ahora bien, tanto mi traducción (Las personas que vos matáis tienen bastante buena salud) como la de María Alfaro (Observo que vuestros muertos gozan de una salud envidiable) son muy inferiores a la epigramática contundencia de Los muertos que vos matáis / gozan de buena salud.

En este punto, dejo planteada una pregunta que yo no sé contestar: esos afortunados octosílabos ¿pertenecerán a algún mortal con nombre y apellido, o serán el fruto de una creación anónima, popular y colectiva?

Un hecho parece seguro: en el pasaje de ida y vuelta entre España y Francia —desde Ruiz de Alarcón hasta Corneille, y desde Corneille hasta no sabemos quién—, ambas lenguas afines forjaron el proverbio que hemos pronunciado más de cuatro veces.

 

Notas

  1. En mis épocas juveniles (década de 1960), cuando devoraba con avidez y sentido del deber todo libro que cayera en mis manos, leí cuatro novelas de David Viñas: Cayó sobre su rostro, Un dios cotidiano, Los dueños de la tierra y Dar la cara. Debo confesar que, de ellas, mis recuerdos son muy escasos, lo que significa que no han influido en absoluto en mi propia cocina literaria. Con el tiempo, y no habiendo escarmentado, leí también la ardua Literatura argentina y realidad política. Y, muchísimos años más tarde (fines de 2007), y sólo porque estaba en el programa de Lengua y Literatura de un colegio donde yo era profesor, me vi obligado a deglutir “La señora muerta”, uno de los relatos más ineptos que me cupo conocer durante una vida en que leí centenares de cuentos.
  2. A partir de aquí, y con ligeras variantes, se reproduce el trabajo publicado en el Centro Virtual Cervantes el 27 de septiembre de 2004. Aunque el libro de Bioy es anterior a mi publicación, lo cierto es que lo conocí en estos días de febrero de 2010. El texto de Viñas, como se ve, apareció unos quince meses más tarde.
  3. En 1978 publiqué un libro, destinado a jóvenes lectores, que titulé Cuentos del mentiroso. Pues bien, ese mentiroso tiene, como apellido, García (amable saludo al protagonista de Ruiz de Alarcón), y, como nombre de pila, Lelio (saludo, no menos amable, a la Commedia dell’Arte y a Il bugiardo de Carlo Goldoni).
  4. “Sábete, pues, que toco el dichoso día / que debe unir mi destino con Clarice”. María Alfaro: “Has de saber que se aproxima el día feliz en que he de unir mi destino al de Claricia” (Pierre Corneille: El embustero, Polieucto mártir, Don Sancho de Aragón, traducción y nota preliminar de María Alfaro, Madrid, Aguilar, 1947).
  5. Ídem.
  6. Héctor Zimmerman: Tres mil historias de frases y palabras que decimos a cada rato, Buenos Aires, Aguilar, 1999, pág. 173.