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Cerrar el puño en la rosa y gozar de los espinos

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Ven a mí: ¡cuerpo a cuerpo!
Delmira Agustini

Se abre el poemario Menguante de Yolanda Aguirre (Monterrey, 1975) como se abren los labios antes del beso, como se abre la boca antes del derramado sexo, las piernas a la embestida del eros. Y uno no puede quedarse callado, repasando el suspiro. He aquí la intención de la autora: desbordarse hacia el verso, viciar la hoja blanca con ese algo de su ego. Entregarse, a través de la noche, sobre los ojos del lector, tan necesario y necesitado de la luz que enaltezca los sentidos de alcoba: a prueba de error tu lengua me recorre.

Pero uno estaría confundido si se detuviera a pensar en ese candoroso romance erótico de la hembra poderosa que le pide a su macho (amazona) que la monte. Si pudiera definir el poemario como: los versos de una mujer entregada al placer, me equivocaría. El truco está (o la lectura hace al menos esta interpretación) no en esa mujer florero sino en la mujer cuchillo; la hembra del filo lunar que abre las alas, extrae el néctar de la palabra y se deshace viento, polvo, río caudaloso.

Porque se puede intuir las intenciones —esas malditas— de la autora cuando se detiene, y nos hace respirar hondo, ante la pregunta que la define: ¿Acaso desconfías porque sangro? Entonces la visión se completa. Hay una mujer (hablante lírico) que expresa su sexualidad, su historia de vida, su tiempo, con la fortaleza de las equidades. Porque las equidades en cuestiones de género están equivocadas. La mujer no anda en busca de ocupar el lugar del varón (¿quién ha creado una barrera entre los sexos?, ¿a qué eso de tu lugar y mi lugar y su lugar?), sino en representar su nicho ecológico total. Su verdadero sino: ser y no tratar de ser.

Y entonces, a través del poemario, lo femenino deja de interpretarse como ese algo romántico de los abuelos; deja de establecerse como “eso de las nenas”. Porque lo femenino y lo masculino nos habla de los genitales y punto. La recepción del significante se despedaza, y verso tras verso se nos convoca a predecirnos sobre esas realidades que esta sociedad nos deja entrever a cada instante: lo femenino en razón de las hormonas. Ya que no podemos negar que todo esto del amor, la depresión y la alegría ante la vida son impulsos bioquímicos que nos permiten la interpretación acerca del estradiol, la progesterona y la tan vilipendiada testosterona: dime tu hormona y yo te diré quién eres y hasta qué quieres.

El universo de la autora es práctico y se plantea claro: He dejado en el perchero / mi vestido colmado de prejuicios. Nos dibuja esa visión de la entrega, la capacidad de rebelarse: Vienes del sueño / me encuentras lechosa / bebes / (...) / penetras / entre luces de pájaros y árboles. Eso es el poemario, lo tangible y lo etéreo de la mano. La crítica social y la entrega sin tapujos. Terminar la idea de lo tangible con este hermoso verso colmado de poesía: me penetras entre luces de pájaros y árboles, para imaginarse teniendo sexo en el claro de un bosque (lo simplista), o mirar de pronto el brillo de las luces y encontrar la cámara (un video porno casero —lo actual); ante la idea planteada uno puede hasta pensar en ser penetrada, penetrar o dejarse penetrar entre esos “árboles” que representan a los líderes del pensamiento arcaico y obsoleto de la sociedad: los hombres juiciosos, los legisladores, sacerdotes, ministros de culto; aquellos ridículos y falsos estandartes del Provida; mirar esos pájaros como las chachalacas, esos árboles como inmensas columnas de juicios moralinos: me dejaré penetrar, te penetraré hasta el límite y que nada nos importe.

El poemario Menguante puede leerse en unos minutos. Y en este poco tiempo uno repasa la excitación, palabra por palabra, imagen por imagen, de las ideas atravesadas por el humo rojo. Uno lee el verso final y se contempla emocionado. Claro que son ciertas las carencias aún presentes, se descubre la novatez de ese primer poemario que vislumbra la voz del poeta, pero aun con todo logra deleitarse a través de la palabra.

Me sorprende cuando dices
me gusta tu olor suave

La simpleza de lo cálido al saberse descubierto mirando nuestras propias relaciones; recuerdos de rostros y pieles que nos han formado al crecer, que ahora nos miran desde atrás y nos encuentran “bobos por el amor, estúpidos por el romance”.

Llovizna tu cuerpo / (...) / mojada te recibo

Lo universal en los versos de Aguirre nos reflejan. Somos entonces la imagen del espejo, la voz de piel en que queremos convertirnos, la hambruna de la paz que brinda el amor y la entrega a través de la pasión que destilamos. Hemos nacido para la entrega del cuerpo, para el placer que nos avienta la carne sobre los sabores, y los sabores para la nostalgia. En los aromas nos reconocemos capaces de decir con ella: tú eres mi fiesta privada.

Así, el amor por la relación homoerótica y el compenetrarse en pareja son revisados, al igual que se revisa el goce de la masturbación. Y es que en un mundo de violencia y desenfreno, donde las enfermedades (sexuales y mentales) se encuentran en cada beso, uno sabe, aprende y enseña, que no hay mejor relación que la de uno consigo: prefiero comerme los higos / (...) / y a media noche / hacerme el amor.

Es de esta forma como se lee Menguante, con la carne y los sentidos alertas, porque desde la voz de Yolanda Aguirre nos lanzamos al encuentro del sexo, la penetración y la caricia, el desenfreno y el romance, sabios en el amar, salvajes por la inteligencia de que somos amorosos y capaces de los más livianos goces, de los estruendosos encuentros cuerpo a cuerpo, símiles a definirnos libres y a la par sensibles: “me enamoré como se enamoran las mujeres inteligentes, / como una idiota”.

 

Dos poemas del poemario Menguante

Para encontrar al príncipe azul

Enterrar en el jardín
tres higos
una manzana
una rosa roja
decir una oración a media noche
importante: debe hacerse en luna llena

prefiero comerme los higos
y la manzana
sembrar un rosal
escribir un poema

y a media noche:
hacerme el amor.

 

Libertad

Ahora,
al hacerlo ni le pienso

pero
¿en qué pienso mientras lo hago?
en mi madre soñando
con un vestido
blanco
de novia inmaculada.