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“Ordalía o la pasión abreviada”, de Ophir AlviárezOphir Alviárez: sangrar de orgasmos

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Varias lecturas tiene un buen libro. Más cuando éste refiere a un discurso poético. De tema complejo y nombre antiguo, Ordalía o la pasión abreviada (Fondo Editorial del Caribe, 2010) es el más reciente libro que nos ofrece Ophir Alviárez (Caracas, 1970). Se lee de una sola vez. Su palabra es confusamente atropellada, fragmentada, incompleta. Acaso semeja el tratamiento dado al cuerpo que narra la discursividad de una silueta que nunca es completa. Una sombra femenina acaso también roída por la tempestad de juicios antiguos ofrecidos a los dioses como pruebas de una femineidad que se va siendo, formando en lo inacabado, en lo solo. Quizá el tema sobrepasa la estructura donde discurre la voz poética. Posiblemente la primera parte (Revelaciones) carece de ritmo en su cuadratura vocálica/consonántica y fracture la lectura. Quizá sea la marca de una época donde ya no existen paradigmas ni bendiciones de los dioses ni aun maldiciones de los demonios. Apenas la silente soledad de un cuerpo que se reconoce tal en los restos carcomidos de sus entrañas. Marcado en llama viva para expiar culpas que jamás existieron. Pecas (de pecar) que se dibujan en los bordes de un cuerpo arrojado al martirio por mostrarse en su luz. Más acabada la segunda parte (Ordalía...), más serenamente lograda. Hay trazos de un discurso de elevadas imágenes donde la poiesis ofrece en su construcción la revelación del ser en el discurso poético de Alviárez:

Alter idem: anónima

         Se escapa mi alcancía de sueños

                   no tiene piernas
                   no es de silicona su liquidez de tránsfuga

Yo rumio los despojos                  recojo los embriones
                                                    me repito en zozobras

Foránea me observo                  ajena al charco

como si el caos no viniera de mi entraña
como si el grillo no devorara la ropa
como si redundar fuera pecado
                        y una garúa consiguiera
                       enjugarme el llanto

aquí

las escaleras no suben            caen
no se pierden las monedas     no hay precio que valga

llueve sobre el pantano        sangro orgasmos

mi alforja de sueños se disuelve
                            no tiene piernas

                          no queda nada

En este texto poético se resume todo el libro. Acá existe poesía. Está presente el ritmo de un decir de realidades que se ofrecen en lo abierto de la palabra ahora más condensada, trasmutada en imágenes que dicen el poema, como si el caos no viniera de la entraña. De ese fondo (fornum) donde se cuece la vida. Ese es nuestro destino humano. Venir y ser Destino (Fatum) que trasmigra en Fada-Hada donde reside la imagen iniciática que siempre será femenina. Por eso la mirada más antigua, la voz primigenia que nombra el amanecer de la vida reside en el país de la Matria. Ese espacio interior de sentimientos, sensaciones, percepciones y mística colmada en lo femenino. El lugar donde todo ser pide volver. Sitio donde oramos nuestro abandono.

Y de esa larga noche del inicio de todas las voces, va presentando Ophir Alviárez un tejido discursivo que monta y desmonta, a modo de muñecas rusas (matriuskas) que, de no desdoblarse, se quiebran en su desmontaje, mientras se declara la ordalía, el juicio divino para realizar las pruebas donde todo dolor viene ahogado en segmentos de un cuerpo que duele y se estigmatiza en un vagar sin fin.

Duro. De intensas imágenes la segunda parte. Contrasta con los iniciales poemas donde los títulos latinizados recuerdan un vago y ya lejano abandono de quienes usaron y abusaron de latinismos para dar pruebas etimológicas de palabras y temas. No resta, sin embargo, los logrados momentos de ciertos versos donde el arte poética declara su belleza: “de nuevo un hombre merma a la bestia”, “la noche se prolonga en el asfalto”, “son demasiados augurios en la tela”, “habítame la ausencia con sus letras”, “por qué desvistes también a la serpiente”, “El semen escondido en tu ombligo”. En estos versos, y quizá uno que otro más, se desplaza la poética de Alviárez. Nada complaciente. Nada edulcorante. Sí dramáticamente humana. Directo a la hondura del alma.

Debemos significar también el erotismo implícito como densidad que se siente en la piel donde, aunque a pedazos y desollada, es humedad que deja en la noche su complejidad orgásmica como tensión continua, plenitud y consciencia de ser existencia colmada en sí misma. Se complace mientras no reclama ya nada al Otro diferente.

Es la voz poética en boca de las nuevas generaciones de mujeres venezolanas donde se aprecia la mejor escritura actual. Como esta escritora de quien hablamos, Ophir Alviárez.