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“Historias para morderte los labios”, de Yolanda Arroyo PizarroLa vida desde los labios
Reflexiones sobre Historias para morderte los labios, de Yolanda Arroyo Pizarro

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El título del libro sugiere que sus páginas encierran cuentos coquetos, que seducen y besan. Ciertamente los personajes y palabras de la autora seducen y el lector recorre las páginas con ganas de devorar cada letra, de consumir cada historia. Sin embargo, nada en esta antología de cuentos es tan sencillo, Yolanda Arroyo Pizarro no es una escritora obvia y al pasar la página del primer cuento descubrimos que estas mordidas no son meramente las que colman de placer, sino que también son heridas que duelen. Los protagonistas del libro se tocan los labios, los aprietan y los muerden, cada uno por razones distintas, pequeñas manifestaciones exteriores de la psique profunda que los anima. Nos mordemos los labios cuando deseamos, cuando pensamos, cuando la pasión estremece la piel pero también cuando sufrimos, cuando sentimos miedo, debilidad o cuando no podemos hablar. Y es entonces que se nos revela el segundo motivo del libro: las cicatrices, las marcas que deja la vida sobre la piel, huellas ineludibles de todo quien ha padecido, amado y vivido. Son pequeñas grietas que abren nuestros cuerpos y exteriorizan todo lo que queda bajo la superficie. Grietas que con el tiempo sanan pero con facilidad vuelven a abrirse. Y es que los labios, todos los labios posibles, al igual que las cicatrices, implican una apertura, una puerta que transgrede las barreras que separan un cuerpo de otro. Un beso nunca es sólo un beso, es un puente hacia otros terrenos, un penetrar el universo desconocido de la otredad. El abrirse a la vida y a los demás es siempre abrirse a la posibilidad del dolor. Los personajes de Yolanda Arroyo Pizarro viven desde esa contingencia ineludible: niños abandonados por los padres, jóvenes y adultos que no saben enfrentar la enfermedad/muerte, hombres y mujeres que han amado y sangrado con intensidad, cuerpos que son violentados, ignorados, trasgredidos, celebrados y olvidados. Seres cotidianos, históricos y míticos, reales e imaginados, que sienten y padecen de forma humana, demasiado humana. Estos relatos nos enseñan los aspectos más viscerales de la existencia misma y a la vez, no deja de ser un canto a la infinita complejidad que encierra el ser humano. En el cuento “Alguna vez seré Marte” la autora nos dice que las lunas aman de una manera particular: se enamoran de enamorados, de la forma en que se besan, acarician y profesan sus afectos. Daría la impresión que la autora fuese ella misma una luna, eterna enamorada del amor, la pasión y el erotismo en todas sus manifestaciones, aun cuando desemboca al desamor y que lo único que redime la humanidad es esa capacidad trasgresora de amar.

La autora, con su inagotable talento como narradora, nos hace vivir, desde la propia piel, el placer y dolor, las vivencias de estos personajes a tal grado que resulta imposible asumir la distancia tan cómoda del lector: cada historia, cual mordida, deja su marca en nosotros. Leer estos cuentos nos obliga a asumir la vida desde los labios, desde esa grieta que se abre y se cierra en la medida que se vive y ama.